La cultura como supervivencia
Carlos Fong
Hagamos un breve ejercicio. Cerremos los ojos y tratemos de
imaginar un mundo sin cultura. Sin ningún tipo de arte ni expresión. Sin
tradición ni espacio para eso que llamamos recreación. Sin ningún tipo de
reservorio para la memoria, sin museos sin bibliotecas sin parques. Nada. Ni
fiestas ni festivales ni ferias, ni ritos y ceremonias. Ni siquiera un lugar
donde podamos reunirnos para echar cuentos, reflexionar, pensar y conversar. No
existe la música, la literatura, la pintura, ni siquiera se sabe bailar. Nada.
La cultura no existe.
¿Pueden imaginarlo? Yo no. Sencillamente es imposible
entender el mundo sin la cultura. Más que una realidad distópica es una ceguera
blanca o quizás negra, donde es imposible habitar. La vida cultural es
imprescindible para la humanidad. ¿Qué nos hace distintos y al mismo tiempo
iguales? La cultura. Desde los primeros registros de escritura de la humanidad,
desde sus primeros intentos de expresar sus emociones y deseos, tan solo el
hecho de haber inventado el lenguaje, el ser humano no puede vivir sin cultura.
La vida cultural es tan importante que no se puede convivir
en ninguna sociedad si no existe una serie de códigos, lazos o vasos
comunicantes que hacen posible la comunicación para un ambiente donde las
relaciones se cruzan entre las ideas y las emociones. Todos los seres humanos
tienen una forma de ver, sentir e interpretar la vida desde lo material hasta
lo espiritual. Esta sensibilidad le sirve para sobrevivir. La cultura es una
forma de sobrevivir. La calidad de vida de las personas depende de la salud de
su cultura. Nuestra salud física y espiritual, la felicidad, dependen de
nuestra cultura.
El ser humano tiene necesidades que no son materiales, como:
el amor, la felicidad, la convivencia la solidaridad, la identidad, los
valores, la pertenencia, la religiosidad, etc. Son necesidades intangibles o
inmateriales. También las tiene materiales: su casa, la naturaleza que lo
sostiene, los lugares de reuniones sociales, etc. Si alguno de estos elementos,
que forman parte de los componentes esenciales de la vida cultural, es
afectado, la calidad de la vida de las personas es amenazada. Por ejemplo, la
contaminación de un río cercena la convivencia de una comunidad.
Todas las comunidades, tanto urbanas como rurales, han elaborado
a través de los tiempos una diversidad de elementos culturales los cuales les
permiten organizar sus relaciones simbólicas y comunicativas. Las fiestas, las
tradiciones y las costumbres, por ejemplo, son una forma de significar la vida
y darle un sentido.
La cultura es una dimensión transversal. Se encuentra en
toda nuestra vida. Pensemos solamente en el cuerpo. Las dimensiones, valores y
posibilidades del cuerpo son expresión de la cultura. Con el cuerpo hablamos,
bailamos, jugamos; lo adornamos, lo vestimos, lo marcamos, y lo usamos
sensualmente para expresarnos de diversas formas. Por eso, a través, de los
tiempos el cuerpo ha sido canal para la cultura como una forma de resistencia.
Hay cuerpos censurados y cuerpos emancipados.
La cultura está en nuestra organización cotidiana, en la
política y en el medio ambiente, en nuestras creencias e ideas; está en nuestro
imaginario de identidad y en todo el ecosistema de la vida. La cultura es la
forma de criterio con la que vemos y construimos posibilidades y una manera de
sobrevivencia. Por eso hay presidentes a los que les gusta la guerra que
amenazan con destruir el patrimonio de una nación. De esta forma borran la
herencia genética de un pueblo. Pasó en Irak en el 2003, cuando las tropas de
Estados Unidos invadieron Bagdad. La Biblioteca Nacional, el Museo Arqueológico
y el Archivo Nacional fueron destruidos, acabando con las tablillas de arcilla
de la civilización sumeria y miles de libros del periodo otomano que fueron
reducidos a cenizas. Ejemplares únicos de Las mil y una noche desaparecieron
para siempre. Basta con leer el libro de Fernando Báez, La destrucción cultural
de Irak: un testimonio de postguerra, para llorar.
Cuando ardieron las selvas de Brasil y Australia, el
patrimonio natural de la humanidad ardió indiferente, mientras que los
gobiernos del mundo, que tenían todo el poder para ayudar a apagar las llamas,
jugaban a la geopolítica. De nuestra cultura dependerá la salvación, porque
hasta el culto a la muerte es una forma de cultura. Tal vez la cultura de la
destrucción sea nuestro destino. Espero que no.
La Prensa, 31 ene 2020 - 11:00 PM
El autor es escritor y encargado de la Oficina de Promoción
de la Lectura de MiCultura
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