La del pintor panameño Carlos Alberto Palomino deja un gran vacío en el arte nacional. Para nosotros fue el poeta social del lienzo. Sus cuadros, esculturas y murales registran la condición existencial del ser panameño. Fue un buen amigo, un extraordinario maestro y un gran pintor. Nada de lo que escribamos podría ni siquiera diseñar un boceto del perfil trascendente de un artista como lo fue Palomino. Por eso Mirada de Nuchu rinde homenaje a su memoria con estas palabras del poeta Dimas Lidio Pitty, uno de sus amigos de conversaciones míticas llenas de arte y poesía, escritas desde las lejanas tierras chiricanas. Adiós compañero de las artes. Y como dijo el poeta Li Po, juramos
“encontrarnos en el Río de Plata de los
cielos”... algún día.
C.F.
ADIÓS A. GONZÁLEZ PALOMINO
Su orgullo mayor era provenir de El Chorrillo y de Santa
Ana, de los patios comunales, de las entrañas del pueblo. Si hubiera sido
músico, habría fusionado algarabías y silencios en frases y compases henchidos
de gritos, pesares y lágrimas, como las viejas noches del Terraplén, de Plaza
Amador, de los zaguanes y de las cantinas legendarias de sus barrios. Pero no
era músico, sino pintor. Por eso combinaba líneas, colores, esencias, huellas y
rostros, en flujo interminable de vida en ebullición, trabajo y desventura,
mezclada con furias, anhelos y promesas de pueblo que no se resigna a la
opresión y al infortunio y se yergue sobre sus pies, para que todos sepan que
en esta tierra la gente ostenta coraje y dignidad, por más que todavía la
historia y la suerte se empecinen en serle adversas.
Carlos Alberto Palomino, descansa en paz viejo amigo. |
Carlos
Alberto González Palomino era carne y espíritu de pueblo. Los barrios de El
Chorrillo y de Santa Ana lo hicieron y lo nutrieron de sus esencias, de su
aire, de sus días. Luego la vida lo llevó a otras latitudes, del sur y del
norte, del este y del oeste, donde encontró estímulos y alicientes, coronados
por el amor de la mexicana Tota, con la cual tuvo dos hijos; pero sus raíces
siempre permanecieron en Calle 14, en Malambo, en la playa, en El Granillo, en
el parque de mítines, misas y campanas, en el Cine Hispano, en el Café
Cocacola, en la Aurora, en la Trocadero, en La Concha, en la Nueva Ciudad de
Verona, en Ambos Mundos, en El Cielo, en la Chalet, cantinas donde las penas y
los sueños alternaban con musas, fantasmas, personajes literarios, altercados y
blasfemias.
En la década
de 1960, Palomino comenzó a proyectar su arte más allá del barrio. En una
exposición que organizaron los estudiantes del grupo Columna Cultural, en el
paraninfo de la Universidad de Panamá, Palomino expuso un cuadro en que
figuraba un billete de a dólar, genuino, y alguien, seguramente más interesado
en el dinero que en la pintura, se llevó el dólar. Pero ese hecho no desanimó
al artista. Palomino siguió pintando y su obra trascendió las apetencias y
fronteras bajamente mercantiles y llegó a ser apreciada dentro y fuera de
Panamá.
Vinculado a
las inquietudes sociales y patrióticas, el arte de Palomino se hizo combativo,
hasta bordear la estridencia y el panfleto, en ciertos casos. Pero nunca perdió
vigor, emoción, el empuje de la sangre palpitante, de la vida de los barrios.
Muestras de esa fidelidad a sus orígenes, a la tierra y a las realidades de su
gente, son sus murales patrióticos y sus cuadros evocadores, siempre llenos de
motivos hondos, sugerentes, plenos de vitalidad y trascendencia.
Alguna vez,
en la cantina Nueva Brisas de Ancón, donde se dice que Demetrio Korsi escribió
su recordado “Nocturno en gris”, con los poetas Ramón Oviero, José Bayard Lerma,
José Antonio Córdova y quien pergeña estas líneas, por la época en que pintaba
unas obras en el Centro Escolar Manuel Amador Guerrero, en la Avenida de los
Poetas, Palomino expuso, delante de varias jarras de cerveza, las coordenadas
de su arte. Quizás por la cerveza, o por la mezcla de ésta con los conceptos
estéticos, llegamos a una conclusión taxativa y simple: lo que Palomino buscaba
poner en sus obras no era arte, era vida. Y eso fue lo que logró en sus mejores
momentos. Se puede comprobar aquí, en Perú, en Chile, en Europa, en México… en
todas partes donde dejó sus huellas de santanero profundo y desvelado.
Ahora, desde
las faldas del Barú, le envío el abrazo postrero a quien supo, en todas las
circunstancias, aun en las más adversas, ser humano, ser amigo, ser artista y
ser hijo de su pueblo.
Adiós,
Palomo, seguimos en la línea.
Dimas Lidio Pitty
Potrerillos, 9 de abril de 2013
Para conocer al artista: http://www.carlospalomino.net/index.html