sábado, 31 de diciembre de 2022

Leer, amar y madurar

Umberto Eco escribió en su libro La memoria vegetal, que “... hay que conseguir establecer relaciones de amor con los libros de nuestra vida”. Relaciones de amor que pueden ser de diversas formas. Jorge Luis Borges dijo que la lectura es una forma de felicidad. Puedo interpretar que esa forma de felicidad es, en la realidad, una relación de amor, porque el libro es un objeto que brinda placer como otras cosas en la vida; un placer que suele ser personal.

El libro, sobre todo, es una invención que establece una comunicación y, al mismo tiempo, una comunión con el mundo. Leemos el mundo por medio de los libros. Conservamos una imagen de la vida a través de la lectura. Releemos y deletreamos el mundo. Un mundo que muchas veces no comprendemos, sino es a través del arte, porque es el medio con la capacidad de entender la humanidad que hay en él. Sin embargo, la lectura nos ayuda a tener imaginación y a conservar la memoria, elementos necesarios para comprender esa relación.

Hay libros que se prestan a una amplia interrogación, hasta tal punto que cada relectura nos revela algo distinto, afirma Umberto Eco. Y añade: “Se trata de una relación de amor porque justo en el estado del enamoramiento los enamorados descubren, con alegría, que cada vez es como si fuera la primera”. He pensado, desde mi caso personal, desde luego, que esa relación tiene que ver con mi infancia y adolescencia. Para mí, los libros, la lectura, significaron mucho en mi vida y formaron la persona que soy hoy. No me refiero a una formación académica.

Lo siguiente es un pensamiento y una metáfora para explicar mi relación de amor con los libros. Cuando yo era un niño, iba a la escuela en pantalones cortos. No sé en qué momento los pantalones cortos pasaron a la historia, pero siento como si nos hubieran despojado de una especie de héroe mítico. Aprendí a leer en pantalones cortos. Hoy, dicen los especialistas, si no se aprende a leer y escribir bien a cierta edad, la suerte está echada. Creo que la lectura es una suerte de felicidad porque nos ayuda a madurar y a comprender el mundo.

Otra frase memorable de Borges a la que le reservo un profundo respeto es esta: “Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído”. Debo confesar, con sincera pena, que he tratado de imitar al maestro Borges. Tal vez la vagancia o la indisciplina me han hecho escribir poco en los últimos años. Ni siquiera con los días nefastos de cautiverio escribí algo que valga la pena publicar, pero me he esforzado por leer y madurar con un criterio más exigente y con más amor por el conocimiento y la gente.

Este año que culmina en un par de horas también fue un año de lecturas y relecturas, es decir, un año de relaciones amorosas, más que de creación, aunque la creación también es un acto de amor. Me he propuesto para el siguiente año dejar de postergar los proyectos y las ideas de algunos libros. Siento una necesidad enorme de escribir. Si el destino me favorece, habré escrito algo que valga la pena convertir en un libro escrito con amor y la suficiente madurez que aporte algo útil.

Es cierto que una persona analfabeta puede ser feliz sin saber leer. Un hombre del campo tiene una relación con la naturaleza que lo hace feliz.

Curiosamente, perdimos ese vínculo con la naturaleza en la misma escuela que nos enseñó a leer. Por eso creo tener una deuda hacia la naturaleza, porque el medio ambiente no merece que lo estemos maltratando con malos libros que se hacen llamar obras literarias; no quiero ser parte de ese crimen ecológico. Amar la naturaleza, cuidar el medio ambiente, es también un acto de amor y no tiene sentido escribir sin esa conciencia.

Suelo decir en broma que he perdido la conciencia de muchas cosas. La conciencia política, sobre todo, que lo único que me queda de conciencia es una especie de sentido ecológico, pero aún allí hay una decisión y, por lo tanto, es una acción política. Leer para amar lo que queremos defender; amar para ser felices y madurar, porque cuando leemos seguimos creciendo y aún conservamos los pantalones cortos aunque no los usemos. Feliz Año Nuevo.

La Prensa, 31 de diciembre de 2022

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