Umberto Eco escribió en su libro La memoria vegetal, que “... hay que conseguir establecer relaciones de amor con los libros de nuestra vida”. Relaciones de amor que pueden ser de diversas formas. Jorge Luis Borges dijo que la lectura es una forma de felicidad. Puedo interpretar que esa forma de felicidad es, en la realidad, una relación de amor, porque el libro es un objeto que brinda placer como otras cosas en la vida; un placer que suele ser personal.
Hay libros que se prestan a una amplia interrogación, hasta
tal punto que cada relectura nos revela algo distinto, afirma Umberto Eco. Y
añade: “Se trata de una relación de amor porque justo en el estado del
enamoramiento los enamorados descubren, con alegría, que cada vez es como si
fuera la primera”. He pensado, desde mi caso personal, desde luego, que esa
relación tiene que ver con mi infancia y adolescencia. Para mí, los libros, la
lectura, significaron mucho en mi vida y formaron la persona que soy hoy. No me
refiero a una formación académica.
Lo siguiente es un pensamiento y una metáfora para explicar
mi relación de amor con los libros. Cuando yo era un niño, iba a la escuela en
pantalones cortos. No sé en qué momento los pantalones cortos pasaron a la
historia, pero siento como si nos hubieran despojado de una especie de héroe
mítico. Aprendí a leer en pantalones cortos. Hoy, dicen los especialistas, si
no se aprende a leer y escribir bien a cierta edad, la suerte está echada. Creo
que la lectura es una suerte de felicidad porque nos ayuda a madurar y a
comprender el mundo.
Otra frase memorable de Borges a la que le reservo un
profundo respeto es esta: “Que otros se enorgullezcan por lo que han
escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído”. Debo confesar, con
sincera pena, que he tratado de imitar al maestro Borges. Tal vez la vagancia o
la indisciplina me han hecho escribir poco en los últimos años. Ni siquiera con
los días nefastos de cautiverio escribí algo que valga la pena publicar, pero
me he esforzado por leer y madurar con un criterio más exigente y con más amor
por el conocimiento y la gente.
Este año que culmina en un par de horas también fue un año
de lecturas y relecturas, es decir, un año de relaciones amorosas, más que de
creación, aunque la creación también es un acto de amor. Me he propuesto para
el siguiente año dejar de postergar los proyectos y las ideas de algunos
libros. Siento una necesidad enorme de escribir. Si el destino me favorece,
habré escrito algo que valga la pena convertir en un libro escrito con amor y
la suficiente madurez que aporte algo útil.
Es cierto que una persona analfabeta puede ser feliz sin
saber leer. Un hombre del campo tiene una relación con la naturaleza que lo
hace feliz.
Curiosamente, perdimos ese vínculo con la naturaleza en la
misma escuela que nos enseñó a leer. Por eso creo tener una deuda hacia la
naturaleza, porque el medio ambiente no merece que lo estemos maltratando con
malos libros que se hacen llamar obras literarias; no quiero ser parte de ese
crimen ecológico. Amar la naturaleza, cuidar el medio ambiente, es también un
acto de amor y no tiene sentido escribir sin esa conciencia.
Suelo decir en broma que he perdido la conciencia de muchas
cosas. La conciencia política, sobre todo, que lo único que me queda de
conciencia es una especie de sentido ecológico, pero aún allí hay una decisión
y, por lo tanto, es una acción política. Leer para amar lo que queremos
defender; amar para ser felices y madurar, porque cuando leemos seguimos
creciendo y aún conservamos los pantalones cortos aunque no los usemos. Feliz
Año Nuevo.
La Prensa, 31 de diciembre de 2022