Por: Rafael Alexis Alvarez
Esta es la pregunta que salta a la
mente, después de haber leído la novela El ahogado, de Tristán Solarte. (1) Por
tal, volví a darle una lectura, minuciosa, y al final comprendí que es una
confesión narrada con un juego de narradores, tanto externo, como narrador
protagonista.
Tristán Solarte |
Mieke Bal señala que “un narrador puede ser
imperceptible durante mucho tiempo, para de repente, empezar a referirse a sí
mismo, a veces de modo tan sutil que el lector casi no se dé cuenta”. (2)
Desde el inicio, si leemos con ese marco de referencia y
si separamos algunos textos, nos damos cuenta que es una confesión del crimen
perfecto. La conciencia del doctor Martínez lo lleva a narrar, en los años de
su vejez, que todavía lo persigue el recuerdo de aquel asesinato.
“He llegado a la conclusión de que si recorro de nuevo,
sistemáticamente, de principio a fin, ‘los viejos caminos’, quizás consiga
neutralizar el veneno que destilan mis recuerdos. Todos mis recuerdos: los de
mi madre, los de mi niñez, los de mis mocedades. Y, especialmente los de Bocas
del Toro”, recuerdos que mantenían al doctor Martínez en “noches de insomnio
–interminables, delirantes-“. (Pág.15)
Tomando las palabras de Michel de M’Uzan, diría que El
ahogado “no es solamente la transposición de una escena que intenta
representarse, sino la repetición, con la ayuda de un suceso actual dotado de
una cierta intensidad, de la operación funcional que, en el pasado, ha
permitido la elaboración de una situación traumática”. (3)
“Recuerdos de un crimen que estuvo a punto de
desquiciarme”, dice el doctor, y me pregunto por qué. Cosa que no le pasó a
ninguno de los amantes de Rafael.
Además del tiempo transcurrido entre los hechos y la
narración de los mismos, encontramos que la introducción podría ser de un
narrador externo, pero la exclamación ¡Dios mío! (Pág. 7) sólo cabe a un narrador protagonista que estuviese observando y
acechando a su víctima. Esta expresión es repetida varias veces por el doctor
Martínez: 1-“¡Dios mío! El espectáculo que ofreció Bocas del Toro a mis ojos de
recién llegado”. (Pág. 17) 2-“¡Dios mío – supliqué dame
fuerza para realizar esta asquerosa tarea!” (Pág. 23) 3-“¿Dios mío, cómo es posible este milagro?”. (Pág. 39) 4-“¡No me dejes formular acusaciones sin pruebas, Dios mío!” (Pág. 49)
5-“¿Por qué, Dios mío?, insistí en mi fuero interno”. (Pág. 51) 6-“Dios mío: ¿cómo pueden
resistirlo?”. (Pág. 58)
Un detalle que debemos tomar en
cuenta es que desde su entrada en escena, Rafael, lo hace fumando por lo que
debería tener un “aliento fétido”: 1-“Un cigarrillo le ilumina
intermitentemente el rostro pensativo”. (Pág.
7) 2-“A continuación el anfitrión encendió una
pipa, nosotros sendos cigarrillos”. (Pág.
61) 3-“Siempre en silencio, fumamos un
cigarrillo”. (Pág. 61) 4-“En mi casa fumábamos cigarrillos”. (Pág.
65) “5-Rafael fuma cigarrillo tras
cigarrillo”. (Pág. 81) 6-“Pasó el resto de la
noche en una mecedora junto a mi cama, fumando como un condenado”. (Pág.
136)
Además, el doctor Martínez conocía
los lugares que visitaba Rafael. “La penumbra acongojante de una apartada
callejuela por la que paseábamos los dos solos a altas horas de la noche”. (Pág.
23-24)
En la introducción, Rafael se percata de que lo siguen –
o quizás era algo ya común-, pues “sube las escaleras decrépitas. Sonriendo
maliciosamente, abre la puerta... ...y
abre la puerta de su cuarto...” (Pág. 8-9)
Rafael abre ambas puertas, pero no las cierra, cosa que
no era su costumbre y más adelante lo corrobora su abuela: “Puertas y ventanas
estaban cerradas... ...vino a mi cuarto
y me despertó. Dijo que tenía miedo de quedarse solo en el suyo”. (Pág. 136) Me pregunto qué lo habrá
llevado a superar ese miedo y a altas horas de la noche entrar “sonriendo
maliciosamente”.
Después de estas pistas
de la escritura podemos pensar que fueron los celos, debido a que Rafael
había logrado conquistar a la mujer de los sueños del doctor Martínez: Leonor.
Otro era el motivo. Con
la falsa apariencia de querer buscar al criminal y de esa forma alejar
de sí las posibles sospechas, el doctor buscaba saber si alguien –además de él
y Rafael- conocía su secreto.
El cuento de la Tulivieja es muy bien manejado, envuelve
a los moradores del lugar y por ende a muchos lectores. “La cualidad más
sobresaliente de Soler – señala Víctor Fernández- es su fantástico poder
creativo, lo cual se evidencia a través de toda su obra. En el ahogado la
referida cualidad se destaca poderosamente al unir con firmeza la leyenda de la
Tulivieja con la vida, no sólo del protagonista, sino también con la madre de
éste”. (4)
Nada mejor para encubrir una relación fuera del
matrimonio, sobre todo en esa época y lugar. La madre de Rafael simplemente se
entregó a un joven, en una quebrada, para obtener lo que el marido no le daba:
un hijo. Pero no pudo con el cargo de conciencia. Lo que la llevó a locura y a
su marido al suicidio. No es gratis lo siguiente:
“-Dígame una cosa, señora, con toda sinceridad: ¿Rafael
se parecía a su padre? Físicamente quiero decir.
-Hum... ¡quién sabe!- “ (Pág. 140)
El pueblo se comió el cuento, precisamente porque ahí
estaba la muestra de complicidad de todos con todos. “Todos se vigilaban
continuamente, menos por maldad que por aburrimiento. Todo se sabía en el
pueblo, y jamás la más leve sombra empaño la reputación del poeta”. (Pág. 98)
Ese fue el cuento para no dañar la reputación de su padre
y su madre. Si leemos minuciosamente nos damos cuenta que al final casi todo el
pueblo sabía del comportamiento de Rafael. Lo sabía Orlando; el padre González;
la abuela; don Hernando y su mujer, sin mencionar la gente de la capital.
Todos se cubrían unos a otros, y el doctor Martínez temía
que a él no lo cubrieran, por eso inició
las indagatorias. Si las observamos cuidadosamente nos damos cuenta que
no buscaba saber dónde, ni con quién se encontraba el supuesto sospechoso
antes, durante o después del asesinato.
Inicia sus pesquisas con una visita profesional a casa de
Carmen, donde encuentra también a Leonor. Lo único que leemos de bocas de ella
es lo dicho por Carmen: “-¡Hay que buscarlo!” (Pág. 74)
Debido a su fiebre podemos deducir que se refería a
Rafael y no al asesino, mas el doctor pone en el pensamiento de Leonor un
discurso para que imaginemos que ella desea que se busque al asesino.
Continua la investigación con el padre González quien al
inicio señala que ”él no creía que fuese obra de un loco. Un loco no se hubiera
tomado tanto trabajo para no dejar pistas”. Eso inquietó al doctor y le
preguntó si Rafael le había hecho alguna confidencia y éste le respondió: “No: nunca me dijo
confidencias del carácter personal-“. (Pág. 75)
El siguiente interrogado es Orlando, quien le contó
muchas confidencias y al final, cuando ambos estaban borrachos, recordó los
quinientos balboas que Rafael consiguió para pagar la fianza de excarcelación y
todavía se preguntaba quién podía haberle dado esa suma.
“En este pueblo, contados son los que pueden disponer de
semejante suma... ...Descubra usted,
doctor, su identidad, y tal vez...
¿quién sabe?” (Pág. 94-95)
El doctor Martínez estaba en la capacidad de suministrar
esa suma, pues contaba con “un relativo bienestar económico”. (Pág.18)
Superada la borrachera, el doctor comprendió que aquello
no decía nada, le importaba conocer si sabían algo más que eso, por lo que
decidió volver a visitar al padre González, a quien le comentó todo lo que le
dijo Orlando.
“No sabía que el jovenzuelo estuviera tan bien enterado,
ni que fuera tan lenguaraz”, respondió el padre González. El doctor supuso que
debía saber otras cosas, entre ellas su secreto y vivió momentos parecidos a
los del protagonista del cuento El corazón delator, de E.A. Poe.
“Quiere decir que entonces, padre, que... –sentí que el
suelo cedía junto a mis pies y que un peso enorme me caía encima. Me entraron
ganas de echarme a llorar, como un niño”. (Pág. 100)
A diferencia del cuento de Poe, el doctor Martínez no
confesó ahí su crimen, al contrario, entró a formar parte de los que saben y no
hablan. “Ya usted participa del secreto”. (Pág. 101)
Esa forma del narrador imperceptible –señalada por Bal-,
y que de repente empieza a referirse a sí mismo la encontramos en el Capítulo
V, donde un diálogo se convierte, de repente, en la narración que de sí hace el
doctor Martínez. (Pág. 123-131)
Más adelante él nos hace ver este sutil manejo de los
narradores cuando dice: “perdóname, Rafael, que abandone ahora este semi
diálogo, este truco literario”. (Pág. 157)
Con esta ilustración volvemos al Capítulo V y nos damos
cuenta que se trata de un auto testimonio que el doctor se hacía, un diálogo
intrapersonal. Dos cosas importantes resaltan en el mismo. La primera, es que
el doctor dudaba que Rafael hubiese llegado a disfrutar su compañía y se
preguntaba “¿quién era capaz de acompañarlo? ¿Orlando, la abuela, el cura? Esos
pobres diablos asustadizos carecen de coraje necesario para aventurarse en la
oscuridad a solas con alguien tan inquietante como Rafael”. (Pág. 125)
Era el doctor Martínez quien le había brindado esa
compañía en “la penumbra acongojante de una apartada callejuela... ...Un atardecer lluvioso, un atardecer
dorado y sereno, en una de las islas vecinas, o en un bote” cuando volvían de
esas excursiones fantásticas. (Pág. 23-24)
Lo segundo es cuando desea que Rafael vuelva “para
revivir aquel momento”, y dice: “vuelve, vuelve, Rafael, a la gruta, a la
guarida del vampiro. Vuelve a leer en el silencio crepuscular de mi alcoba...” (Pág. 128)
Recordemos que el doctor pasaba mucho tiempo con el
occiso:
a- “Los dos solos a altas horas de la noche”. (Pág. 24) b-“Durante dos horas habíamos caminado por la playa descubriéndonos
mutuamente”. (Pág. 26) c-“Una vez solos, el poeta me invito a caminar
por la playa”. (Pág. 33) d-“En otra ocasión, el programa trazado de
antemano nos condujo a la intimidad de una caverna”. (Pág. 55)
A esto le agregamos que Rafael recitó poemas, una noche
de luna en el balcón de la casa del doctor, situada a la orilla del mar, frente
al hospital. (Pág. 23)
Ahora, en su vejez, acorralado por las interminables y
delirantes noches de insomnio, el doctor Martínez decide confesar su entrega a
Rafael, motivo primordial para matarlo, pues creía que si eso se propalaba
pondría su carrera en peligro y perdería para siempre a Leonor. El doctor no quiso que al pasado lo absorbiera la
eternidad, con ese manejo de la metáfora que también él conocía, confiesa:
“¿Y esas golondrinas que contemplas con Rafael?... ...¿Por qué pierden el tiempo un médico y un
poeta en el apogeo del crepúsculo, contando las aves migratorias que a gran
altura y en ceñidos escuadrones cruzan el cielo dorado rumbo a un valle que
sólo ellas conocen?... ...A veces, ya
exhaustos de caminar por la maleza, desembocábamos en un claro paradisíaco, y
entonces, a la sombra propicia de un mango, Rafael procedía a hacer sus
revelaciones... ...Sentí el peso que se apoyaba en mis hombros, el aliento
fétido... ...Y mi cuerpo como si al fin
se hubiera soltado, para hendir mi carne como un cuchillo amellado. Entonces,
alzando los ojos del hechizo cegador, vi el rostro de Rafael.” (Pág. 53-55)
El doctor Martínez asesinó a Rafael y con el tiempo la conciencia lo llevó a crear
esa obra con una mezcla de misticismo y veracidad. A él se le aplican las
palabras de Groddeck: “la raíz de todo crear y todo sentir y pensar es la
oscura conciencia de la debilidad y la temerosa angustia, la cual es sin duda,
una creadora de primera línea”. (5)
BIBLIOGRAFÍA
(1) Solarte, Tristán. El ahogado. Editorial MANFER, S.A. Panamá. 1991.
(2) Bal, Mieke. Teoría de la narrativa. (Una introducción a la
narratología). Ediciones Cátedra, S.A. Madrid, España. 1985.
(3) M’Uzan, Michel de. Del
arte a la muerte. Itinerario psicoanalítico. Icaria, Editorial, S.A. Barcelona,
España. 1978.
(4) Fernández, Cañizales, Víctor. Análisis de la obra literaria de Tristán
Solarte. Ediciones Librería cultural Panameña. Panamá. 1986.
(5) Groddeck, Georg. Estudios psicoanalíticos sobre arte y literatura. Monte Ávila Editores,
C.A. Caracas, Venezuela. 1975