El Consejo Nacional de Educación, integrado por prestigiosos intelectuales de nuestro país entre los cuales podemos mencionar a Alma Montenegro de Fletcher, Raúl Leis y Carmen Miró, nombrado por el propio señor Presidente de la República para hacer recomendaciones al problema de la educación en Panamá, y que tenemos entendido está por encima del Ministerio de Educación, rindió un informe sobre la actual situación de la educación a comienzos de este año. En su apartado: Otros problemas (PG, 61), se puede leer:
“La educación de calidad requiere que el proceso de aprendizaje fomente el conocimiento y producción de las diversas expresiones artísticas y culturales, para que la población estudiantil se interese por el legado artístico, cultural y universal y el de nuestros antepasados, lo cual contribuirá a que los estudiantes y las estudiantes enriquezcan sus conocimientos sobre diversas manifestaciones culturales, y, a la vez, fortalezcan sus tradiciones e identidad como parte de una nación. El desarrollo de actividades artísticas y culturales debe propiciar una relación de armonía con el ambiente e impulsar una cultura para el desarrollo sostenible orientada a la adquisición de valores y al desarrollo de actitudes positivas. También deben estar vinculadas con la familia, el entorno sociocultural y natural, la región, la nación, las etnias, el respeto por la dignidad y la vida humana, los derechos humanos, la vivencia democrática y la diversidad cultural. Las actividades educativas que promueven el conocimiento y producción en el ámbito artístico-cultural universal estimulan el desarrollo integral del ser humano y reafirman la identidad de los pueblos”. (Las negritas son nuestras).
Lo anterior nos hace dudar de que el CONACED tenga algo que ver con la misteriosa idea de eliminar materias de corte humanista. Es irónico, y hasta parece una broma, que, justo cuando atravesamos por una crisis de valores mientras la violencia cabalga como un jinete por todo el país, justo cuando se realizan pequeños esfuerzos por rescatar la autoestima y los valores en los jóvenes, desde las esferas del gobierno nazca una idea que parece una asesoría de los mismos abismos del infierno, porque más satánica no puede ser; un claro intento de quitarle a la instrucción pública lo poco bueno que le queda.
Para nosotros esto no es más que una forma de intentar dogmatizar la educación de una manera sigilosa. Pero no somos las primeras víctimas; ya en 1997 el mundo de la cultura en Europa fue sacudido cuando las sucesivas reformas educativas que se venían desarrollando impulsaron a que más de 200 intelectuales firmaran un manifiesto contra “el desarraigo cultural y la degradación intelectual de los jóvenes”. En esos años José Luis Sampedro había catalogado de “catastrófico” lo que sospechaba como una clara avanzada del mundo global y su intento de dejar en el olvido la realidad de la cultura humanista.
Guillermo Andreve
Si los jóvenes aprenden algo de agricultura, historia o arte en la escuela, no es para que vayan a ser campesinos, historiadores o músicos; es para tener una conciencia de la tierra donde viven y así cuidarla; un soporte histórico de su pasado que los haga sentirse herederos de una tradición y una identidad; un concepto de la estética que los persuada de que existe la belleza. Por eso, Guillermo Andreve hablaba de la urgencia de fomentar la enseñanza de la agricultura para que los recursos naturales no estén expuestos a la explotación, a la miseria y a la ruina; justamente lo que pasa hoy. En fin, las materias de corte humanista nos ayudan a tener una visión más general del mundo; lo que ayuda a aumentar nuestra sensibilidad y la capacidad crítica.
Una educación con carácter debe tener hábitos de disciplina, aptitudes cívicas, sentimiento nacionalista, y una preparación intelectual para el trabajo eficiente en una sociedad que exige eficiencia, pero que necesita sensibilización social y cultural al mismo tiempo. Esto, como ha advertido Noam Chomsky, significa “dotar con las armas intelectuales” al pueblo para entender su situación, lo que implica un “riesgo político para la estabilidad del status quo”.
Octavio Méndez Pereira
Cuando hablamos de educación no podemos dejar de pensar en los protagonistas principales del tema: los estudiantes y los docentes. Si nos enfocamos en los estudiantes pensamos en qué se está haciendo para fortalecer el desarrollo del pensamiento en los niños y jóvenes, cuál es la visión de lo que es una persona culta y qué necesita para ser útil en la sociedad. Si nos dirigimos a los educadores nos preguntamos cuáles deben ser sus cualidades y actitudes, qué es lo realmente importante para el docente cuando enseña y qué concepto o teoría tiene de su vocación. Hablemos de ambos.
Alfredo Cantón
Alfredo Cantón decía: que si la sociedad no tiene una concepción clara de lo que ella es, si no sabemos qué tipo de ciudadanos queremos, es porque carecemos de una filosofía de la educación: La escuela es una institución que refleja el pensamiento, modalidades y valores de la sociedad que la creó, dice Cantón. Sentimos la ligera sospecha de que allí radica el problema: no tenemos una filosofía de la educación, por ende; no tenemos un proyecto de nación. Nuestros maestros no tienen claro si hay que educar para la verdad o para la libertad. No se sabe bien qué significa democracia y queremos un país democrático. Hay confusión en conceptos como pragmatismo y utilitarismo.
Pensamos que los que escriben decretos deberían de preocuparse por el tema de qué es realmente importante y qué es realmente útil. Es aquí donde pragmatismo y utilitarismo friccionan sus diferencias, y donde el humanismo se convierte en una especie de árbitro.
A inicio de la década del 90 en los Estados Unidos (sabemos que no es nuestra realidad, pero ya se verá por qué citamos el caso) se llevó a cabo un debate en torno a la educación y la forma en que debía de desarrollarse el pensamiento de los estudiantes. Richard Rorty, fiel seguidor del pragmatismo de John Dewey, aportó algunas ideas entre las cuales decía que el papel de las escuelas es crear ciudadanos ilustrados y pensadores independientes que puedan distinguir el bien del mal por sí mismo. Este concepto deweyano deberíamos tomarlo en cuenta en nuestra realidad y no criticarlo sólo porque somos de izquierda o derecha. Diógenes De La Rosa, José D. Crespo, Otilia Arosemena de Tejeira, entre otros pensadores panameños, elogiaron los atributos del pragmatismo y sus cuestiones positivas.
Hay que tener claro que la educación pasa por dos procesos distintos e igualmente necesarios, dice Rorty: la socialización y la individualización. Para que el individuo tenga un acercamiento a la verdad y a la libertad debe pasar primero por un proceso de socialización (la escuela primaria y secundaria), donde se “familiarizará a los jóvenes con lo que sus mayores toman como verdadero”, y luego por un proceso de individualización (la universidad), donde se estimula la duda y la interrogación. Esto no significa que no se pueda estimular también la imaginación desde la primaria y la secundaria; significa que al acumular conocimiento en los primeros años se debe lograr hacer otras cosas que lleven a la experiencia con la libertad.
José Daniel Crespo
Históricamente han existido dos escuelas: la tradicional, que se basa en la herencia cultural (humanismo) y la nueva escuela, que se interesa en aprender los problemas de una sociedad que cambia continuamente; de allí conceptos como educación permanente y continúa. Lo que dice el pragmatismo es que ninguna de estas dos escuelas es suficiente (hoy día) en sí misma: ambas son útiles e importantes, esenciales. Creemos que hay que pelear por un concepto de la educación integral verdaderamente sensato. Creemos que hay fuerzas que conspiran para que las teorías de una educación integral se diluyan en el debate entre las personas de la derecha política y la izquierda política. Debemos apostar por una educación sin dogmas, como aconseja Rorty. De lo contrario perderemos el horizonte.
¿Será cierto que la teoría del capital humano es fundamental en la educación para salir del subdesarrollo? Creemos que no. Aquí es donde se tiene una concepción errónea del pragmatismo para vincularlo con la cultura utilitarista. En lo que a nosotros concierne, el capitalismo y su concepto del capital humano, cuando de educación se trata, solo importa si ayuda a incrementar el PIB; si no entorpece el sistema del capital global; si responde solamente a los planes económicos de inversión; y si las reformas para modernizar la educación contribuyen para hacernos creer que existe una estrecha relación entre el desempleo, la pobreza y la educación.
En la cultura utilitarista la calidad y la productividad de un individuo es el resultado de su entrenamiento, no de su saber integral. En realidad, la educación básica no es necesaria para la mayoría sino para una minoría económicamente activa en una sociedad donde no hay trabajo para todos. De allí los intereses de eliminar lo que no es “útil” en el currículum como la historia, la religión o la cívica. Debemos admitirlo: es la mejor forma de reciclar gente que hemos visto.
Dejemos esto más claro que el agua del Mataznillo, como dice nuestro querido profesor Felix Figueroa que nos enseñó lo mejor de la cultura humanista: para los teóricos del capital humano, el desempleo es culpa de un sistema educativo obsoleto. Por eso se inyectan políticas de ajuste estructural para mejorar la educación y hacerla más equitativa: todo esto es un engaño, en realidad lo que se quiere mejorar es la salud de las IFIS. Los paradigmas ideológicos de los apósteles de la educación neoliberal y utilitarista son luchar por una teoría del capital humano y los conceptos de productividad. La modernidad de la educación, según estos mercenarios ideológicos, consiste en adecuarse a la estructura de producción de las necesidades del mercado; la literatura, la historia, la cívica, ni siquiera la religión y la cultura, sirven para nada en este escenario.
C.F.