Hace poco caminábamos por la Central (ese espacio de abigarradas cotidianidades) y nos llamó la atención una rueda de gente, como cuando se apiñan las personas para ver una pelea callejera. El morbo nos venció y al acercarnos descubrimos que la gente miraba un televisor que pasaba imágenes de un video de la Invasión a Panamá en 1989. Los vendedores piratas aprovechan los momentos indicados para vender sus productos. Por ejemplo, si Juan Gabriel o José Luis Perales vienen a dar un concierto, tenga por seguro que puede encontrar todo la discografía de ambos cantantes en la Central. Pero me sorprendí de ver que ya los piratas tienen sus puestos surtidos de videos sobre la Invasion. Y más sorprendido de ver cómo la gente está con sed de saber (o recordar) lo que pasó. Unas muchachas que estaban cerca de nosotros comentaron "...yo no había ni nacido cuando pasó eso".
Es de suma importancia que nuestros jóvenes conozcan la historia. Pero no lo harán si los medios de comunicación no dedican espacios para pasar documentales. No conocerán la historia si los docentes no le hablan a los estudiantes ("que no habían nacido cuando pasó eso"). No se le puede dejar este trabajo a los profesores de historia. Hay que armar discusiones, debates, mesas redondas sobre este hecho con los muchachos; hacer exposiciones de fotografía, periódicos, revistas y libros sobre el tema. Son 20 años que no pueden pasar como cualquier cosa. Ojalá ayudemos a que se tome conciencia.
Para empezar, publicamos un estudio que hicimos del libro ganador del Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró 2008, sección cuento. La obra Un milagro bastante raro, escrita por Víctor Manuel Rodríguez, es un conjunto de cuentos que tocan el tema de la Invasión. Lo leímos la noche de 19 de julio del presente año, en el Salón Roberto Lewis del Teatro Nacional, con motivo de la presentación del libro. Ilustramos la página con fotos del Casco Antiguo, porque nos pareció buena idea hacerlo con imágenes del escenario donde se mueven los personajes de este libro: San Felipe.
Víctor Manuel Rodríguez:
La poética del realismo mágico y otras formas de resistencia.
Un milagro bastante raro (Premio Ricardo Miró, sección cuento, 2008), reúne 7 cuentos largos que por su extensión y estructura, pueden ser considerados como relatos. Sin embargo, cualquier conocedor del cuento moderno caerá en cuenta, una vez inicié el libro, que las grandes inercias entre las acciones de los personajes principales de cada relato, obedecen a un recurso de re
squebrajamiento cuyas digresiones ayudan, no sólo a enriquecer la historia, sino que aportan información importante a cada nudo dramático. Jamás se pierde el lector en la historia, porque el hilo conductor de cada relato se mantiene hasta el final y la tensión dramática es progresiva, a pesar de los correlatos intertextuales que se presentan.
Antes que reseñar los cuentos de este libro, preferimos dejar explicitas las virtudes del mismo. Si los elementos del realismo mágico, como bien ha observado José Miguel Oviedo, aparecen en Juan Rulfo asociados a las creencias sobre la muerte de un México antiguo; en Miguel Ángel Asturias, con las tradiciones de la cultura Maya y el poder de la palabra creadora; en Gabriel García Márquez, con las alusiones bíblicas, las supersticiones populares y los cuentos de hadas (nosotros añadimos a Alejo Carpentier y el universo del vudú); con Víctor Manuel Rodríguez los elementos del realismo mágico se presentan a través de la superchería, lo absurdo, la leyenda, lo mítico y lo popular.
Víctor Manuel logra, con gran maestría narrativa, incorporar a la realidad cotidiana (y la histórica) lo mágico-realista hasta alcanzar una síntesis poética a través del lenguaje que funde la realidad con lo mágico. No son cuentos fantásticos, porque no hay una antítesis de la realidad, ni una bifurcación que provoque extrañamiento o incertidumbre. Lo que Víctor Manuel logra es crear un pequeño Macondo urbano insertado a finales de la década de los 80 (en vísperas de la Invasión norteamericana de 1989), pero que a diferencia del Macondo de Gabo, no es un universo cerrado, sino que se ubica en el Casco Antiguo de la capital, en San Felipe, y que intenta ser gobernado por los poderes institucionales.
La Calle de los Arquitectos Borrachos es un espacio mítico situado en el barrio de San Felipe donde se desarrollarán todas las historias que están enmarcadas temporalmente en los últimos días previos a la invasión del ejército norteamericano, aunque el primer cuento, La culpa, inicia la acción con las peripecias de Pablo Corbacho, unos años antes en un lugar llamado Villa Flores, que presumimos es en el interior del país. En La culpa, después de una serie de sucesos extraños: una pelea de 20 vírgenes villanas semidesnudas, precedida de una serie de suicidios extraños vinculados a las orquídeas de una cascada, Pablo Cisneros y su esposa Enriqueta Carbacho Valle, deciden mudarse a la capital; precisamente a La calle de los Arquitectos Borrachos, a una casa de terracota heredada por Enriqueta de su tío abuelo, Jesús Corbacho, quien fue en el pasado un líder revolucionario.
Ya radicados en el Barrio de San Felipe, un insólito suceso acontece entre los muchos otros que vamos a ver en los demás relatos: Pablo Carbacho enferma gravemente por un sentimiento de culpa acuñado por los años que tiene que ver con los suicidios tiempo atrás en Villa Flores; sin embargo, no se puede morir. La muerte lo persigue; el barrio se une para persuadirlo de su terquedad; pero él no se muere. La muerte misma le fija fecha, pero éste la anticipa y se deja morir al día siguiente de la fecha. Esta forma de resistirse a la muerte es quizá la primera gran metáfora que vamos a encontrar en el libro: existen muchas fo
rmas de resistencia.
Algo muy importante que debemos recomendar al lector es que la lectura de los cuentos debe darse en el orden en que aparecen en el libro. Y si esto parece violentar los derechos del lector, no lo es en el caso elemental de esta obra, porque los relatos, desde el inicio, están en muchas formas vinculados el uno del otro, como si fueran una novela, aunque cada uno se cierra con su conflicto resuelto. Estructuralmente, este podría ser otra virtud de la obra.
Las formas de resistencias en el libro se van a ver sobre todo en los personajes femeninos. Y esta es la siguiente virtud que hay que sumar: la construcción de los personajes. A pesar de la gran variedad de personajes masculinos que vamos a encontrar como Pablo Cisneros, el cura Néstor Darío, Tito Alba ( apodado Pico y garra), Heredio Anaya, Miguel Pagano, el Feo, Jesús Corbacho, Isaac Corbacho, entre otros, muchos de ellos principales, los personajes femeninos tienen mayor protagonismo y mayor presencia en los relatos, según nuestra lectura.
El autor ha logrado construir personajes llenos de actitud y atributos humanos que no sólo se identifican con la realidad nacional y nuestro imaginario colectivo, sino que, en la mayoría de los casos, son una representación simbólica de las luchas entre el bien y el mal. Es el caso de Martha Cisneros, personaje que aparece en la mayoría de los cuentos. Es un personaje de construcción frágil: es temida en el barrio por su “insociable temperamento” a tal punto que todos en el barrio evitan enfrentarla, inclusive la iglesia y los militares; pero, al mismo tiempo, es mística y celestial
con una belleza sin igual, con una gran sensibilidad humana que en momentos no resiste ella misma y rompe a llorar. Martha Cisneros es valiente y arrogante; la única que se atreve a enfrentar a los militares en tiempos de crisis política.
Otros personajes femeninos que desfilan por la obra son la gitana María del Pilar; las gemelas, Victoria y Libertad; Caléndula del Mar, la dueña del Bar que sirve la tizana astral, una bebida con poderes que se prepara con arreglo astral; Doneley, la hermana de Martha; Ociosa Ulmaria, Amalia, Fárfara y Azaela, esta última se encarga de iniciar a los jóvenes de la Calle de los Arquitecto Borrachos en los caminos del amor. Este es otro de los atributos del libro: el manejo del erotismo. Las escenas eróticas se logran con un lenguaje poético que insinúa y sugiere: “…sentía unos labios que, escoltados por un calidísimo aliento, se deslizaban por las desafiantes ondulaciones de su cuerpo; con todo, apenas avizoraba la magnitud de aquella reverencial fascinación que su desnudez provocaba en Miguel”.
Otra virtud que tienen las historias de este libro es la forma en que se recupera la historia y cómo se denuncian algunos hechos de trascendencia política. Las circunstancias existenciales históricas se revelan a través de la condición de los personajes y las circunstancias objetivas que se mezclan con las subjetivas. Hay un mundo subjetivo y un mundo objetivo que operan juntos en cada cuento. Las nociones de la realidad se bifurcan en dos universos que coexisten, al mismo tiempo, en uno solo. Existen varios órdenes de la realidad que el autor logra tratar: lo individual y lo colectivo; lo mítico y lo cotidiano; lo mágico y lo real; lo histórico y lo ficticio; lo político y lo sagrado.
Los personajes ficticios se combinan en la misma realidad con personajes reales: oiremos un discurso del General Noriega, otros nombres como Miguel Antonio Bernal y Herasto Reyes, aparecen también en la obra. Todos interactúan en este espacio mítico-mágico que es la Calle de los Arquitectos Borrachos. Donde el cadáver de una mujer que murió hace más de 20 años nunca se pudre; donde los perros en vez de ladrar, maúllan; donde un cerdo orinaba por el espinazo; donde un hombre fue raptado por los OVNIS; donde a través de un decreto alcaldicio se declara como per
sonaje non grato a una fantasma hermosa que con sus “irradiaciones afrodisiacales” cautiva a los hombres; donde un hombre tiene un brazo más grande que su cuerpo; donde una plaga de buganvilas (veraneras) pesa como una maldición sobre las casas; donde se dice que un vecino existe desde el origen de todas las cosas; donde el perfume de una mujer puede ser percibido por los marinos en alta mar; donde un morador logra burlarse de la muerte para después fijar su propia fecha de defunción; donde un mítico Che Guevara conoce la realidad política internacional, pero ignora lo que pasa en su propio país; donde las mujeres del barrio se reparten los huesos de un amado difunto; y donde los brujos, los ocultistas y las gitanas son consultados en cosas de política.
Muchos de estos personajes se desdoblan en su propia identidad. El cura del Barrio, por ejemplo, increpa y condena los hechos mundanos del carnaval, sin embargo, pide el mejor puesto en la primera fila para el desfile de comparsa del día sábado, mientras toma Coco Ron y un trago mágico llamado tizana astral; o el caso de Venero, un loco que se pasea por las plazas y, en arrebatos de misteriosa sabiduría, da discursos donde la verdad se asoma a tal punto de que es secuestrado por agentes del servicio secreto quienes lo interrogan: “¿
Qué eres, anarquista, izquierdista, ambientalista, pacifista, comunista, etc., etc.?” Al mismo tiempo le confiesan que el país va a ser invadido, y además: “Pero más que un objetivo militar, la operación “Causa justa”, que así se denomina como pronto confirmarás, es una especie de manipulación socio-genética”. El largo discurso del secuestrador revela los oscuros planes de la mal llamada “Operación Causa Justa”, de la cual el gobierno está enterado, pero mantiene en secreto.
Lo identitario es otro de los atributos de estos relatos. En el cuento titulado Carnaval el autor hace un sorprendente inventario de los tipos de personas que gozan y condenan la fiesta secular. También se retrata la condición existencial o psíquica (si se prefiere el término) de la condición humana en el marco de la fiesta al dios Baco: “— Sin culecos, no cabe hablar de carnaval— dice Queta convencida de que está refiriéndose a algo que le atañe de manera intrínseca al ser humano”, cuenta el narrador en una de las escenas del relato. Y es que el Barrio, cuando llega el carnaval, se convierte en el espacio donde todos en concierto dejan sus diferencias hasta políticas y la calle se transforma en el “lugar más excéntrico de la tierra”.
La Calle de los Arquitectos Borrachos es la parodia existencial de los panameños. Es una metáfora espacial donde la realidad y lo mágico se fusionan para desenmascarar la verdadera realidad. Aunque en uno de los relatos se exponen algunas versiones sobre el origen del barrio, unas inclusive de forma esotérica y celestial, no cabe duda que el carácter travieso y rebelde de sus moradores es una representación simbólica de la lucha del bien contra el mal. Son formas de resistencia que luchan contra el Estado y las instituciones de control social corruptas. De allí uno de los arranques discursivos de parte del mismo cura del barrio: “…pero, no me llamaría yo como me llamo, ni sería hijo de quien soy, si dejo que, a lo brutesco, se tomen mis palabras los señores de la política -que antes de gobernar a otros, todavía deben demostrar que son capaces de gobernarse a sí mismos-, para intentar hacer de este barrio, una correccional que constriña el espíritu”.
En el barrio los milagros y las cosas extrañas son el pan de cada día. Tanto así que no asombran a sus moradores, para nada. De allí que uno de los milagros que se dan un día parece bastante raro, porque en realidad, y esto lo descubre el lector en su debido momento, no es un milagro, sino que los que están controlando al país tratan de hacerlo parecer así, para ocultar los abusos arbitrarios del poder y la violación a los derechos humanos. Pero esto no hace que los personajes se rindan a los poderes, ni siquiera ante las eminentes amenazas de una invasión extranjera. Las fricciones entre la realidad y lo mágico se dan un abrazo en un intento de registrar lo que un historiador no puede contar desde el alma del pueblo.
Sentimos que las preocupaciones que en sus ensayos Víctor Manuel Rodríguez dejó en sus ensayos en torno al anhelo de la plenitud humana y la construcción de utopías realizables que exploró en Libelo contra la muerte: ensayo filosófico sobre el carácter crítico del pensamiento utópico, obra que mereció el Ricardo Miró en 1991, y la preocupación por distinguir entre el Estado interventor que sabe solidarizarse con equidad y conocimiento de su realidad en, La palanca del mal, libro que ganó también el Miró en el año 2000, siguen también como una constante de preocupación en sus ficciones.
Creemos que Un milagro bastante raro es un libro de relatos que se debe sumar a la lista de obras con tema de la invasión. Aunque no se describen los hechos consumados del nefasto episodio histórico (el último relato finaliza cuando la Invasión a penas inicia), los relatos narran historias de una parte de la ciudad que es mitad verdad y mitad mentira, que como todo buena ficción se adentra en la extraña condición humana. Este año de 2009, se cumplen 20 años desde que se dieron las primeras detonaciones por parte del ejército norteamericano. El nacimiento de este libro nos puede ayudar a reflexionar y recordar.
Carlos FongJueves 18 de junio de 2009
Salón Roberto Lewis
Teatro Nacional
Víctor Manuel Rodríguez Gómez (1953), filósofo y politólogo, ha cultivado el ensayo; dos obras suyas -de dicho género- han sido ganadoras del Concurso Ricardo Miró:
Libelo contra la muerte (1991) y
La palanca del mal (2000). Su formación superior, la inicia, en el Instituto Libre de Filosofía, en México D.F., institución en la que es discípulo del notable humanista mexicano Raúl Mora Lomeli, y del estudioso español Enrique Ureña; la influencia de ambos académicos ha sido un punto de inflexión, benéfico para su labor literaria. Con Un milagro bastante raro (2008), obtiene su tercer Miró, y marca su incursión en la literatura de ficción.