lunes, 6 de enero de 2020

Demetrio Fábrega y la lectura

Demetrio Fábrega

Tengo un pequeño tesoro en la bandeja de entrada de mi correo personal: una correspondencia con Demetrio Fábrega, uno de los intelectuales más importantes de nuestro país, que ha traducido a Francesco Petrarca, la figura principal del Renacimiento como poeta y como el hombre de cultura que restablece el vínculo con la literatura griega y romana de la Antigüedad Clásica, y a Pierre de Ronsard, considerado el más grande poeta de Francia.

Esta confesión es una excusa para hablar de un tema que también ha sido una de las preocupaciones del poeta que ha venido investigando desde 1985. Tanto es así que ha tenido comunicación personal con Noam Chomsky sobre el problema del analfabetismo funciona
l, que es la causa principal de la crisis sin precedentes que atraviesa la educación nacional. Para don Demetrio, el problema medular no está en el currículo per se, sino en el método de adquisición del lenguaje escrito. Un método de enseñanza que nos impusieron comenzando la década del 60 y que destruyó la primaria a partir de finales de los 70.

En efecto, para don Demetrio, el método global ha sido un desastre para la educación a nivel mundial, “salvo en países como Finlandia, Singapur y en cierta medida en los países escandinavos y en los países del Asia que usan la escritura china porque tienen que comenzar a enseñar a leer y escribir antes de los siete años de edad”. Para él es vital regresar al método silábico o lineal, que es “como se enseñaba en Grecia hace 26 siglos y después en Roma y así volvieron a enseñar en el Renacimiento y así enseñaban las maestras que se graduaban en la Escuela Normal de Santiago antes de la II Guerra Mundial hasta 1960. En Panamá entonces se hablaba el mejor español de América”.

Observa que, en Francia, el Ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer, decidió acabar con el desastre de la educación en el 2017 volviendo a la enseñanza silábica. Yo no había comprendido a fondo esta triste realidad hasta dialogar con don Demetrio y es que, si un niño llega a la edad de diez años y no sabe leer y escribir, difícilmente lo logrará después. Esto, según los últimos avances de la neurociencia.

Cita las investigaciones del japonés Kuniyoshi Sakai y otros neurocientíficos como el francés Stanislas Dehaene, que han revolucionado la educación del niño. En Francia, me dice don Demetrio, se han utilizado estos conocimientos para implementarlos en la educación desde el año 2017, es decir, el método lineal y estableciendo la instrucción obligatoria desde los tres años de edad para que el niño pase años aprendiendo a distinguir las letras y reconocer el sonido que representan hasta poder identificar los fonemas con sus respectivos grafemas, antes de entrar en el primer grado de la escuela elemental después de cumplir seis años.

Afirma que desde Jean Piaget y Eric Heinz Lenneberg en el siglo pasado, pasando por estudios científicos en los últimos diez años, se ha demostrado que, si el niño no aprende a leer y a escribir en los primeros diez años de vida, nunca aprenderá bien a leer ni a escribir y nunca podrá dominar otro idioma tampoco ni habrá adquirido las habilidades cognoscitivas indispensables para poder razonar y pensar.

Los franceses no habían descubierto hasta hace poco el problema que tenían e hicieron cambios radicales en la educación que utilizaba el mismo método que tenemos en Panamá desde 1980, me comenta don Demetrio. Según su investigación, Estados Unidos, Canadá e Inglaterra tienen los porcentajes de analfabetismo funcionales que ponen los pelos de punta. En conclusión, de nada servirá un plan de lectura o las estrategias más hermosas de animación si en el país no se reconoce que el problema es que en la escuela primaria no le enseñan a leer realmente a los niños.

En este sentido, creo que el Ministerio de Educación por fin ha aceptado esto y estamos a tiempo, como en Francia, de tomar decisiones serias y así escapar del “Verdummung', palabra del alemán que significa embrutecer y es la que usó don Demetrio cuando bautizó la imbecilización de la humanidad.

La Prensa, 4 de enero de 2020.

La niñez y la juventud, entre brechas


El 2019 comenzó en Panamá con un evento mundial de gran importancia encabezado por los jóvenes: la JMJ, y se podría decir que finalizó con otro momento nacional, liderado también por los jóvenes, que fue las protestas en contra de las reformas constitucionales, que el presidente, salomónicamente, acaba de proponer que se retiren. En ambos acontecimientos, uno menos grave que el otro, los jóvenes fueron la clave y esto es importante reflexionarlo a fin de año.

Hay una frase que el presidente Laurentino Cortizo Cohen reitera en muchos de sus discursos: “Este es un gran país”. Es cierto. Es un gran país desde muchos puntos de vista: desde la economía, por ejemplo (somos el segundo país más competitivo de América Latina y el primero en Centroamérica, y tenemos las tasas de crecimiento económico más altas de la región, según los informes), hasta la cultura (somos un país con una multiculturalidad admirable, que posibilita el desarrollo cultural en todas las esferas).

Este “gran país” se enfrenta a grandes retos, como el rescate de la institucionalidad, la lucha contra la corrupción y una burocracia absurda e inoperante; la inseguridad y prevención del delito; la educación y salud de calidad; el desarrollo de la ciencia, la investigación y la cultura; la innovación y el talento emprendedor, y la lucha contra la especulación de los medicamentos y la vivienda, que hacen que la calidad de vida sea un sueño.

En nuestra opinión, en medio de estas tensiones y desafíos, lo que hace que seamos un “gran país” es nuestra gente. Esa gente es la que hace posible que la economía funcione y tengamos una riqueza cultural. Y esa población tiene un alto porcentaje compuesto de niños y jóvenes, que en la actualidad viven en un país con muchas amenazas que ponen en peligro su destino.

En este “gran país” la situación de los derechos de la niñez y la adolescencia (según estudios recientes de Unesco) no es algo de lo que podemos sentirnos orgullosos. Los niños y jóvenes están cruzados por muchas tensiones y viven entre distintas brechas que amenazan su futuro.

El análisis de estas brechas, según la Unesco, nos recuerda los cuatro países que Pedro Rivera nos reveló en una memorable conferencia: un país transitista, un país agrario, un país marginal y un país excluido. En estas cuatro imágenes de país hay una lectura de un solo país abandonado, olvidado, saqueado, descuidado; un país con muchas víctimas, entre las cuales son los niños y los jóvenes los más vulnerables.

Entre las principales brechas está la falta de información representativa que permita tener políticas públicas que garanticen el derecho a la vida, el crecimiento y el desarrollo de los niños y adolescentes en Panamá; una brecha territorial que es evidencia de una asimetría entre el área rural y la urbana; una brecha de género, el alto índice de mujeres adolescentes embarazadas repercute negativamente sobre el derecho a la salud y al desarrollo integral y perpetúa la pobreza; brechas socioeducativas y socioeconómicas, la falta de una educación de calidad y el débil apoyo de la empresa privada no favorecen a la niñez y la juventud y empobrecen su entorno; brechas en la prestación del servicio, el informe de la Unesco dice que faltan especialistas médicos, profesionales de salud mental y promotores de salud comunitaria. Quiero añadir la falta de promotores culturales y equipamientos culturales.

En conclusión, la oferta de diversos servicios de desarrollo para la niñez y la juventud es precaria en Panamá, para ser un país que presume ser el más desarrollado de la región. Los desafíos para garantizar los derechos de los niños y jóvenes están muy claros en la investigación de la Unesco. ¿Qué hace falta? Como siempre: voluntad política y una integración sincera del sector público y privado para trabajar articuladamente por nuestros niños y jóvenes, que ya se ha dicho, no son el futuro de la nación: son su presente.

No es gratuito que los jóvenes sean los que están saliendo a la calle a luchar por sus derechos; derechos que son de todos. Las identidades juveniles son una bomba de tiempo. Desencantados e indignados, no se van a quedar con los brazos cruzados mirando como este “gran país”, que lo es, es también un espejismo. No somos un oasis, no somos una tacita de oro, no somos el país más feliz de la región, porque mientras la mayoría de nuestros niños y jóvenes estén sufriendo, habrá una verdad que maquillar.

La Prensa, 28 de diciembre de 2019.

Voces de la invasión en la literatura


Sin menoscabar el valioso trabajo de distintos formatos artísticos que han abordado el tema de la invasión desde la cultura como las artes escénicas, el muralismo, el performance, la escultura, la caricatura, la fotografía, la pintura, el cine, el documental y la música, en esta ocasión queremos, al conmemorarse los 30 años de la invasión, reconocer una selección de voces de nuestro corpus literario que con sensibilidad artística hablan de los sucesos del 20 de diciembre de 1989.

Olmedo Beluche, Manuel Orestes Nieto, Roberto Luzcando, Ramón Oviero, Gloria Young, Pablo Menacho, Arístides Martínez Ortega, Arysteides Turpana, Xavier Collado, Consuelo Tomás, Bertalicia Peralta, Moisés Pascual, Indira Moreno, Eyra Harbar, Leoncio Obando, Lucy Chau, Alex Mariscal, Jilma Noriega de Jurado, Enrique Chuez, Mireya Hérnandez, Moravia Ochoa, Mario Augusto Rodríguez, José Cambra, Pedro Luis Prados, Porfirio Salazar, Héctor Collado, Dayra Miranda, David Robinson, Mario García Hudson, José Carr, Juan Gómez, Raúl Leis, Dimas Lidio Pitty, Tristán Solarte, Martín Testa Garibaldo, Chuchú Martínez, Víctor Manuel Rodríguez, Pedro Rivera, Carlos Francisco Changmarín, Juan David Morgan, Itzel Velázquez, Víctor Manuel Rodríguez, Rey Barría, Félix Armando Quirós, Carlos Jiménez Varela, José Franco, Octavio Tapia, Javier Stanziola, Jhavier Romero, Giovanna Benedetti, Claudio de Castro, Julio Yao, Carlos Fong, Carlos Wynter Melo, entre otros, han escrito cuentos, teatro, ensayos, poemas y novelas sobre la invasión. En este artículo solo mencionamos algunas obras escritas desde la ficción.

La voz aún no quemada (1990) y El humo y la ceniza (1993) fueron las dos primeras antologías de poesía sobre la invasión que se editaron. También en este formato hay que citar la edición especial de la revista cultural Lotería (1994). Otro libro que compila textos sobre el tema es Cuatro cuentos recientes sobre las relaciones de Panamá con los Estados Unidos (2016), que recoge cuentos de cuatro autores: Raúl Altamar, Pedro Crenes, Javier Medina Bernal y Berly Núñez Pitty.

Juan Garzón se va a la guerra (1992), de Moravia Ochoa; Los ultrajados (1994), de Mario Augusto Rodríguez; Desde el otro lado del sueño (2002), de Pedro Luis Prados; Las huellas de mis pasos (1993), de Pedro Rivera, y Un milagro bastante raro (2008), de Víctor Manuel Rodríguez, son libros clave en la cuentística.

Enrique Chuez escribe la primera novela sobre la invasión: Operación Causa Justa (1991); le sigue José Franco, con Las luciérnagas de la muerte (1992). Mario Augusto Rodríguez escribe la novela Negra pesadilla roja (1993). Juan David Morgan es autor de Cicatrices inútiles (1994). Jilma Noriega de Jurado tiene la novela epistolar Y cayó sobre nosotros el estruendo de la muerte (2002). Tristán Solarte escribió La serpiente de cristal (2002). Hombres enlodados de Javier Stanziola (2012); Aviones dentro de la casa (2016), de Carlos Fong; Una corona con cantáridas (2018), de Rogelio Guerra Ávila, y Las impuras (2015), de Carlos Wynter Melo, son novelas que relatan el tema de la invasión.

Los primeros poemas a la invasión son atribuidos a Luis Carlos Jiménez Varela con Patria fusilada, y Otra vez la muerte, de Dimas Lidio Pitti, este último con fecha del 22 de diciembre de 1989, en México. La poetisa Moravia Ochoa escribe uno de los poemas más contestatarios y conmovedores: No perdono país.

Héctor Collado tiene dos poemarios: En casa de la madre (1990) y Entre mártires y poetas (2000). El poeta Manuel Orestes Nieto publica el poemario Sangre vidriada (1991), que contiene 24 poemas dedicados a narrar la invasión. Consuelo Tomás escribe Motivos generales (1992). Indira Moreno es autora del poemario Cantares de un silencio, totalmente dedicado a la invasión. Leoncio Obando publicó un oscuro texto, La voz de las tinieblas (1992). Martín Testa Garibaldo es tal vez el poeta de su generación que más ha escrito sobre el tema. Su primer libro dedicado por completo a la invasión fue Parte y novedades (1995) y luego publica Estaciones ocupadas (1998).

El género del comic también ha abordado el tema de la invasión. En 1990 sale Just Caos, aventuras del perro Buaysito en la invasión, de Heriberto Valdés, un relato satírico de los sucesos de la intervención militar yanqui. Recientemente, en el 2019, la revista Concolón sacó Duelo, la primera novela gráfica de la invasión, cuyos autores son Sol Lauría y Meere Sachani.

En teatro podemos mencionar Mi Dios está vivo, escrita por Dagoberto Chung y Anselmo Cooper. Mireya Hernández escribió Sucedió en enero y Alex Mariscal, Desaparecidos, que toca el tema de la masacre de Albrook el 3 de octubre de 1989. En montajes basados en obras tenemos el trabajo de Jaime Newball titulado Clamor de multitud, basada en la poesía. Y en el 2016, Danitza Barrerra interpretó Monólogos, basado en personajes y textos de las novelas Aviones dentro de la casa, de Carlos Fong, y Hombres enlodados, de Javier Stanziola, y poemas de Amelia Denis de Icaza y Carlos Changmarín.

La Prensa, 21 de diciembre de 2019.

A los 20 años de Redplanes

La Red Iberoamericana de Responsables de Políticas y Planes de Lectura - Redplanes, cumplió 20 años. Redplanes es una red conformada por los...