Si la vida tuviera sentido, no habría cuentos.
Nicolás Buenaventura
Uno. Los poderes
de la palabra. Nuevas preguntas, nuevas respuestas.
Quisiera iniciar esta
comunicación citando unas palabras de Alberto Manguel de su hermoso libro, Una
historia de la lectura. “La
verdad es que nuestro poder, como lectores, es universal, y es universalmente
temido, porque se sabe que la lectura puede, en el mejor de los casos, convertir
a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia,
a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan. (…)” –y añade-: “Desde siempre, el poder lector ha
suscitado toda clase de temores: temor al arte mágico de resucitar en una página
un mensaje del pasado; temor al espacio secreto creado por un lector y su
libro, y de los pensamientos allí engendrados; temor al lector individual que
puede, a partir de un texto, redefinir el universo y rebelarse contra sus
injusticias. De estos milagros somos capaces, nosotros los lectores, y estos
milagros podrán quizá rescatarnos de la abyección y la estupidez a las que
parecemos condenados”.
Parece egocéntrico
empezar hablando de uno mismo, pero prometo tratar de justificarlo. Soy
escritor, animador sociocultural, crítico literario, animador de lectura,
investigador y narrador oral. A lo largo de estos años, en cada uno de estos
oficios, si me permiten llamarlos así, he comprobado la veracidad de cada una
de las palabras de Alberto Manguel, las cuales me ayudaron comprender el valor
social de la lectura y de la palabra escrita. Me gusta escribir y contar
cuentos. Llevo algunos años contando las historias de otros, porque no puedo
contar las mías. Como narrador oral y escritor, en el sentido puro de estas
palabras, también me he interesado por la función que tiene la oralidad y el
valor social de la palabra oral en la construcción de la cultura, la
ciudadanía, las relaciones sociales y las distintas conexiones con la realidad.
Esta búsqueda me ha llevado a leer algunos libros y estudios de otros
narradores orales, de investigadores y, sobre todo, a conversar con los
cuentacuentos y con el público receptor. Si los poderes implícitos de los
lectores provocan tantos temores como dice Manguel ¿Cuáles son los poderes de los
escritores y narradores orales? Es muy probable que sean los mismos, pero el
valor social de la palabra cobra un sentido muy especial cuando se trata de la
oralidad.
En este texto quisiera
reflexionar un poco en torno a algunos misterios que me han obligado a hacerme
preguntas como ¿Cuál es el valor social de la palabra y los vacíos en las
nuevas formas de comunicación en distintos contextos? ¿Por qué después de
escuchar o leer un cuento las personas expresan sus preocupaciones de la
realidad? ¿Cuáles son las conexiones cívicas y éticas de la literatura con la
naturaleza local, la identidad y la historia familiar? ¿Cómo la lectura y la
audición de cuentos son dos actividades que se complementan? ¿Cuál es la
relación de ternura de los cuentos con la memoria? En el plano neurológico,
¿Cómo se da la comunión meta-lingüística que da encuentro a las emociones, los
flujos sinergéticos, y las empatías?
Dos. El valor
social de la palabra
Cuando hablo del valor
social de la palabra me refiero al acto de recuperación y posicionamiento de la
cultura a través de la palabra oral y escrita; ese acto de conversación
implícito que tiene lugar de manera poética en los procesos sociales; la
importancia de la palabra hablada entre los actores o protagonistas y su papel social como depositarios de la memoria y la
identidad. El acto de contar cuentos provoca una especie de conversación entre
las personas que los ayudan a repensar su realidad y a hablar de ella; no sólo
de sus alegrías, sino también de sus problemas. Es algo parecido al efecto que
se da cuando se lee y discute un cuento en un círculo de lectura, solo que la
conversación es más amena y personal a la hora en que contamos nuestras propias
historias.
En torno al concepto de
oralidad, aunque a lo largo de esta comunicación nos referiremos a las
historias contadas o narradas, es importante tener claro que, como lo apunta
Yolima Gutiérrez Ríos en una importante investigación titulada: Ausencia de una enseñanza reflexiva y
sistemática de la oralidad, a la hora de hacer referencia a la oralidad, se alude a «cultura oral», «mundo oral»,
«composición oral», «la cuestión oral», «lo oral», «la expresión oral», «la
comunicación oral», «la palabra hablada», «la lengua hablada» o «el habla»,
entre otras variantes. También esta
investigadora nos aclara que “Existe (…)
un evidente dominio de la escritura en la compleja sociedad contemporánea, y
esta hegemonía reduce notablemente el espacio otorgado a prácticas ligadas a la
oralidad y, podría decirse, logra invisibilizar el valor de la palabra oral en
la construcción de la cultura, en las relaciones sociales y en la percepción de
la realidad”. Sin embargo, la oralidad, para enriquecer las ideas de esta
autora, tiene diversas dimensiones y contextos, y es innegable su protagonismo
en la construcción social del conocimiento, la ciudadanía, la cultura, la
ética, la creatividad, la innovación, incluso en la política.
En el marco de la
post-modernidad, del complejo entramado de la construcción social y la
interacción de saberes del universo de las redes sociales, el valor social de
la palabra, el simple y sencillo acto de conversar y compartir historias, de
hablar de nuestros problemas a partir de un cuento o una leyenda, adquiere una
importancia para la re-valoración y re-construcción del tejido social que
merece ocupar un espacio en todos los nichos de los saberes, sobre todo en
instituciones como la escuela. El valor social de la palabra nos conecta con el
otro en un dialogo que armoniza los sueños y esperanzas de proyectos comunes en
una realidad dominada por la lógica de la competencia.
El discurso del escritor
chino Mo Yan, al recibir el Premio Nobel el 7 diciembre de 2012, es uno de los
discursos más hermosos que he leído de un Nobel, además de que es un verdadero
elogio al arte de contar cuentos. Está cargado de anécdotas de la infancia y
cómo este escritor se convirtió en un cuentero. Confiesa en este discurso que a
su madre no le gustaba al principio que él contara cuentos, porque en su pueblo
natal las personas que hablan mucho no son bien vistas. Pero un día llegó un
cuentero al pueblo y Mo Yan (seudónimo que literalmente significa "no hables"), se aprendió los
cuentos de este narrador oral y luego se los contaba a su madre. “Hubo veces en que después de escuchar el
cuento, mi madre expresaba sus preocupaciones”, dice Mo Yan. Esto se debe a
que las historias, aunque sean ficciones, nos conectan con la realidad de las
personas, sus problemas, proyectos y la identidad. Más adelante, en su
discurso, Mo Yan dice al referirse al arte de escribir novelas: “Un novelista es parte de la sociedad, por lo
que es natural que tenga sus propias opiniones e ideas; sin embargo, cuando
está escribiendo debe ser justo, debe respetar a todos los personajes igual que
respeta a las personas reales. Siempre y cuando se cumpla este requisito, la
literatura puede nacer de la realidad e incluso superarla, puede preocuparse
por la política pero estar por encima de ella”. Estoy convencido de que lo
mismo pasa cuando contamos cuentos. Las historias nacen de la realidad y de la
imaginación que es tan poderosa que puede inspirar a cambiar las cosas que
afean la verdadera realidad. Les recomiendo buscar este discurso de Mo Yan en
el internet, no se arrepentirán.
Tres. Escribir y contar historias
En la preceptiva
literaria se suele aceptar que un cuento es narrar un hecho acaecido a una
segunda persona o construir una historia donde, por lo regular, el ser humano
es el protagonista, pero también suelen ser otras criaturas como los animales,
incluso, los objetos. La definición clásica que todos conocemos que dice que un
cuento es una narración en prosa con un inicio, un nudo y un final, también es
verdadera, aunque el cuento, propiamente tal, es una estructura mucho más
compleja. Tal vez no sea tan importante que un narrador de historias, un
cuentero, comprenda todo esto, pero de seguro ayudaría a tener una visión más
puntual de la misión de los cuentos. En lo personal he llegado a entender y
aplicar en la narración oral lo que Julio Cortázar nos había ya demostrado: una
buena historia debe ir más allá de una anécdota. Cuando cuento un cuento,
intento aproximar al receptor a dos cosas. Primero, al imaginario que puede
ofrecer la historia, que trasmite diversos saberes y, segundo, a la imagen
propiamente tal de lo que es un cuentero. Permítanme hablar primero del
segundo.
Dice el escritor cubano
Félix Pita Rodríguez, en un ensayo que se pierde en el tiempo, que en África
Central a la magia que posee una persona para contar historias, ese espíritu de
cuentero, se le llama "mukanda",
que significa: magia cuenteril. Ese talento y sensibilidad para narrar, esa
sustancia intangible es llamada de muchas formas en nuestros países: gracia o
talento; carisma o don y es indispensable para trasmitir el imaginario.
Escribiendo, leyendo y, sobre todo, contando cuentos y observando cómo otros
cuentan, he aprendido que para tener un buen “mukanda” hay que ser lo más
natural posible y volver a los inicios de la tradición de nuestros abuelos.
Para lograr transmitir con naturalidad y eficacia lo que la mayoría de las
personas llaman “mensaje”, pero que yo prefiero llamar “magia”. Hay una magia en cada cuento, es como saber sacar el conejo
del sombrero.
Creo que es imperativo ir
destruyendo cierto concepto tergiversado del
“cuentacuentos”. Hay que tener
una imagen ideal de lo que es un cuentacuentos. Sin esa imagen se puede
incurrir en ser un mal cuentero, un mal contador de cuentos, porque, al final,
hay más preocupación en cosas superficiales, elementos o componentes que se convierten
en distractores dejando de lado la verdadera prioridad que es transmitir la
magia de los cuentos. Un narrador de historias, un buen cuentero no es un
hombre o una mujer disfrazado de hada madrina, princesa o Merlín, a veces casi
un payaso. En este sentido pienso que el problema radica, en parte, en que un
contador de historias nunca debe exponerse, como decía la narradora argentina,
Alicia Mesa Garbin (q.e.p.d.). Una cosa es llamar la atención de las personas
por medio de una serie de recursos paralingüísticos (un títere, un sombrero, un
instrumento musical o un bonito atuendo folclórico, etc.) y otra es exhibirse y
desnaturalizarse haciendo que el valor social de la palabra pase a un segundo
lugar. Un cuentero o cuenta cuentos, no es un contador de chistes, aunque sus
historias suelen sacar risas del público.
Creo que esa imagen se
construye con una experiencia con la narración oral; algo parecido sucede con
la experiencia del texto literario. La única forma de tener una imagen de un
escritor, de alguien que merece ese título, es confrontando sus textos. Lo
mismo sucede con un cuentero genuino, y cuando digo genuino me refiero a esa
naturaleza casi sagrada o esa mística de saber contar una historia. En nuestra
época, estamos siendo conquistados por una serie de instituciones mediáticas
que están facilitando ese camino también mediático a ciertos valores del arte
que antes estaban vedados a los espíritus con talento. La responsabilidad que
tenemos es hacer honrar la palabra ya sea escrita o contada. Solo de esta forma
estaremos rescatando el valor social de la palabra y los atributos de la
literatura.
Hay
una relación muy estrecha entre el cuento que se escribe y el cuento que se
cuenta: el escritor de cuentos, respetando una serie de elementos que componen
la estructura de los cuentos y basándose en una idea central que se dispone
desarrollar, busca la perpetuidad. Busca, de muchas maneras, una especie de
permanencia en el tiempo, tal vez por eso se escribe la historia y, dependiendo
de la concepción estética del lector y su sensibilidad personal, el cuento
sobrevivirá en la memoria. Por otra parte, el cuentero, y aquí tal vez intente
entrar en una discusión, no estoy muy seguro de que busque esa eternidad; quizá
sí, una representación simbólica en el tiempo, una voz silenciosa en la
memoria, un suspiro fugaz, una mirada en el tiempo, un encuentro secular con el
mito. A la vez que se interesa por la estética, el ritmo, o la estructura, el
cuentero, a través del imaginario, busca contar una historia que llene vacíos y
ausencias. Es por eso que cada vez que escuchamos a un buen narrador de
historias tenemos la sensación de vivir un momento que es muy probable que no
se repita nunca más. Esto porque, como dice Julio Cortázar al referirse al
cuento, el cuentero también sabe ir más allá de la anécdota contada. Los
artificios del cuento nos llevan de la mano por el imaginario.
Cuatro. La
narración oral y la promoción de la lectura
Necesito ser riguroso y
puntual en este tema: un narrador de cuentos, un narrador oral no es un
promotor de lectura. Existe una estrecha relación entre ambos, pero no debemos
pensarlos de la misma forma. Cuando aclaramos esta aparente dicotomía de forma
casi violenta, no lo estamos haciendo con el objetivo de menoscabar el valor
del promotor de lectura. Estamos frente
a un caso muy especial de dos mundos que habitan en el mismo universo:
ese universo llamado lectura. En realidad, como lo ha aclarado sabiamente
Boniface Ofogo Nkama, un cuentero profesional y consagrado a la palabra, en su
libro Una vida de cuentero, la lectura y la audición de cuentos son
dos actividades que se complementan. Lo que no tenemos que confundir son los
mecanismos que utilizan ambos. Un narrador de cuentos se vale de la palabra, su
único artificio es la palabra oral; mientras que un animador de lectura se vale
de recursos múltiples y sobre todo del libro abierto como un camino a la
lectura. El narrador oral también abre un camino seguro a la lectura desde el
imaginario de las historias; ayuda a profundizar en temas como la cultura, los
valores, la política, la vida a través de una anécdota fabulada que trabaja en
la mente del que escucha. Un buen narrador de cuentos provoca, seduce, insinúa
y conversa sobre la literatura sin necesidad de las herramientas que utiliza el
animador de lectura. Ambos son valiosos en la comunidad y ambos construyen
ciudadanía desde diferentes espacios.
Escribre Jean-Claude
Carrière en su libro El círculo de los mentirosos: “Contar una historia, además de impulsarnos
hacia otro lugar, es una forma de particular de deslizarse en el tiempo,
negándolo a la vez. Un tiempo de narración se ha instalado, casi sin esfuerzo,
en el hecho del irresistible tirano”. Esta es una de las mágicas
experiencias con un cuentero: escuchar un cuento por primera vez es un instante
en el tiempo mítico que no se volverá a repetir de la misma forma.
Daré un ejemplo para
fortalecer la idea de relación entre el narrador oral y el promotor de lectura
y sus diferencias. Para poder contar un cuento se necesita de un espacio,
preferiblemente idóneo para el fluir de las historias. Por lo regular se
organiza una actividad que suele tener un título como Tarde cuentos o Tarde de
cuenta cuentos, por decir algo sencillo. Esta forma de organización es una
acción que se acerca a la misión de un animador de lectura quien tiene también
que organizar una actividad para acercar al público a los libros.
En mi país, el movimiento
de narración oral está a penas creciendo, podría afirmar que hemos dejado una
semilla con la creación en el 2010 de la Red
Panameña de Narradores de Historias que se creó de manera muy institucional
a través de la Oficina del Plan Nacional
de Lectura del Instituto Nacional de
Cultura y luego se reorganizó de manera independiente para operar con el
apoyo de algunas instituciones, entre ellas la Fundación Biblioteca Nacional. En este espacio la agrupación fundó
una actividad llamada Cuentos con sol y agua, quizá una de
las formas más efectivas de aproximar a la familia a la biblioteca y al mundo
de los libros. Las primeras funciones se realizaron en el Bibliobús, un carro
estacionado afuera de la biblioteca que contenía el acervo literario juvenil e
infantil de la Biblioteca. De esta forma los niños con sus padres, al final de
la función, quedaban dentro del bibliobús buscando sus propias historias en los
libros. Hoy la Biblioteca cuenta con una sala infantil donde los padres tienen
un nuevo encuentro con la lectura. Son muchos los padres que han llegado con
sus hijos por primera vez a la biblioteca por ir a escuchar los cuentos. De
esta forma hacemos una conexión, una alianza con la oralidad y la lectura,
incluso con la educación.
Hay un libro que para mí
ha sido de gran ayuda en mi camino de escritor y cuentero: Palabra de cuentero de
Nicolás Buenaventura Vidal. En una de sus páginas habla sobre la educación.
Dice que en algunos lugares de África sólo la vida enseña. “Ese aprendizaje se da a través de las
preguntas que los jóvenes sean capaces de formular, allí reside lo que son
capaces de aprender. El camino de las preguntas empieza con los cuentos. Los
cuentos despiertan, desatan las preguntas. Así, crean el vacío, la necesidad de
aprender”. Estoy completamente de acuerdo con lo que Nicolás anota en su
libro. De hecho, soy un vivo ejemplo de cómo los cuentos han formado mi voluntad,
mi coraje, mi concepto de la vida y del mundo. Creo que los cuentos son una
valiosa herramienta de aprendizaje. Con ellos no sólo podemos enseñar valores,
que es lo que la mayoría de las veces los maestros encuentran, también podemos
entender al otro; podemos relacionarnos mejor con la naturaleza, entenderla y
tener una mejor percepción de los problemas del mundo. Incluso nociones cívicas
y políticas se pueden comprender mejor con los cuentos. Si miramos bien, la
vida es un cuento y uno vive contando un cuento. Tenemos la anatomía de un
cuento: Nacemos (el inicio), crecemos (el desarrollo y su conflicto) y morimos
(el final). Claro está, algunas vidas son un mini cuento, desafortunadamente,
pero aún así: hay una historia.
Cinco. La
narración oral como rescate de la memoria y la ternura.
Cuando los pueblos
cuentan sus historias, como es el caso de la nación dule, lo hacen, sí, para
preservar su memoria, pero este universo narrado no es un género literario para
el guna. Aunque el mito es una estructura literaria en occidente, para los
gunas el igala es saber comprender a las personas, a la naturaleza, al mundo, a
través de una explicación sabia. Los sailas cantan para transmitir
conocimiento; el contador de historias y el escritor, también. Es aquí donde la
cultura de un pueblo es representada. De allí el concepto de Clifford Geerdz de
que la cultura son los cuentos que contamos para comprendernos mejor a nosotros
mismos y a los demás. Es casi el mismo
concepto que acuñó Néstor García Canclini quien dice que la identidad es una
construcción que se relata. Contamos historias para encontrarnos a nosotros
mismos y para reencontrarnos con la otredad.
El narrador oral
argentino Roberto Moscoloni ha dicho: “Podríamos
incluir miles de relatos populares que hacen, más allá de las historias
oficiales, mantener viva la memoria en las distintas comunidades”. Lo que
la historia oficial no cuenta, lo que no está, por X o Y razón en los libros de
textos, mora en la lengua de un cuentero. Algo muy parecido a la misión de la
literatura. Rescatamos la memoria colectiva y fortalecemos el imaginario de los
pueblos. Y esto hace que las personas tengan un sentido de pertenencia que hoy
es importante fortalecer. En este sentido un buen contador de historias tiene
una relación con la buena literatura, aunque no necesariamente los cuentos
contados tengan que ver con la patria o conserven ese sentido de lo nacional.
Una historia bien contada puede tener raíces africanas, por ejemplo, pero la
anécdota implícita conectará al auditorio con la realidad local.
En el caso particular de
la narración oral creo que hay una ventaja que no tienen las novelas, por
mencionar un género literario. Escuchar
un cuento es una experiencia que nos conecta directamente con la ternura. La
lectura también lo hace, pero el canal de la voz crea un estado de gracia que
es un momento mágico entre el narrador y el oyente. Transfiere la ternura de
una manera, creo yo, más humana, de
persona a persona.
Hoy día, la sensibilidad humana está
menoscabada; cada día las personas parecen encerrarse en un caparazón semejante
al de la tortuga. De la misma forma, se hace cada vez más difícil compartir
sentimientos de empatía, nos cuesta sentir lo que siente el otro. Estoy
convencido de que contar cuentos conecta a los humanos con estas valiosas
expresiones de la condición humana. Es por eso que Boniface Ofogo nos habla de
que los cuentos son un espacio para la ternura. Contamos cuentos y muchas veces
tocamos a la gente y generamos cambios en ellos. Uno de esos cambios es la actitud
hacia su pasado y su presente. Las personas suelen valorar más sus recuerdos y
sus memorias porque un cuento les despertó algo, porque una historia tierna
despertó a la vez en ellos la ternura. A la vez esto posibilita que las
personas valoren las cosas del presente y sean más sensibles hacia los
problemas del mundo.
Quiero citar otra vez a Moscoloni: “El cuento como experiencia pasa a cumplir el
rol curativo que se impone en la necesidad de las personas de recrear a partir
de la palabra de la gente del pueblo, situaciones que desean se recuerden, por
dolorosas o por alegres, pero que se mantengan
ocultas en la memoria de la gente”. En lo personal hemos contado
algunos cuentos que han hecho que las personas se me acerquen y me den las
gracias, no sólo por el momento cultural, si no porque sienten que la historia
les regaló algo. La emoción que sienten las personas se nota en sus palabras de
gratitud y en unos ojos que se hacen agua con ganas de llorar. No sabemos qué
hemos despertado, lo único que sabemos es que es una forma de curación.
En el ensayo El
placer que no tiene fin, William Ospina nos recuerda ese relato de Ray
Bradbury, donde ya no hay libros y está prohibido recordar. En un mundo en
ruinas donde ya la civilización está en ruinas, un niño se escapa para ir a un
parque donde un anciano le cuenta cómo era el mundo antes del caos. La tesis
que Ospina trata de sustentar, y de hecho lo hace, es que la capacidad de soñar
de los seres humanos sobrevivirá siempre y cuando la imaginación sea una forma
del ser humano de supervivencia para confrontar el presente a través de la
nostalgia de la memoria. Además, Ospina analiza la ficción distópica de
Bradbury y hace énfasis en que no hay nada más fascinante y asombroso para un
niño que una historia bien contada. Dice William Ospina: “Más admirable es la magia de quien es capaz de pronunciar palabras que
les permitan a los niños ver lo que no está frente a ellos, que haga
relampaguear en sus ojos hechos y criaturas que son apenas un hilo de voz, un
relato”. Mientras los cuenteros existan, existirá una forma de ver la vida
con esperanza y posibilidades de supervivencia.
Seis. Escribir,
leer y contar historias como formas de transgresión y resistencia
En una reciente
entrevista a la Julia Kristeva, la filósofa, teórica de la literatura y el
feminismo, psicoanalista y escritora francesa de origen búlgaro, habló de las nuevas enfermedades del
alma. Habla de cómo el sentido moral perdió
sus anclajes y propone la construcción de un nuevo humanismo que revalore los
códigos morales de la humanidad. Esto se parece mucho a otra reflexión de Ken
Robinson, uno de mis teóricos favoritos sobre el pensamiento creativo. Ken
afirma que debemos aspirar a la búsqueda de una nueva concepción de la ecología
humana que le de nuevas miradas a las ideas que tenemos de la educación.
Cuando Julia Kristeva se
le pregunta por las nuevas enfermedades del alma, ella dice que son: “el debilitamiento de la familia, de la
escuela, en general de los lugares de integración. Sin contar con el papel
creciente de la imagen, que reemplaza al lenguaje y hace que el hombre parlante
se vuelva cada vez menos parlante. Mientras tanto, el sistema de comunicación
cubre ya todo el campo visual bajo una inmensa tela superficial, en detrimento
de la profundidad, del fuero interior”.
Quiero hacer énfasis en
esta frase de Kristeva “…la imagen que
reemplaza al lenguaje y hace que el hombre parlante se vuelva cada vez menos
parlante”. Creo que aquí los cuentacuentos jugamos también un papel
importante y, aunque puedo usar muchas imágenes y figuras literarias, muchas
metáforas bellas para probarlo, voy a tratar de ser un poco científico. Toda
esta problemática que tiene que ver con las ideas, la cultura, la ciencia, la
ética, la política tiene que ver con la comunicación y me refiero a la
comunicación en términos de la conversación entre las personas. Y esta
comunicación, aunque parezca extraño y contradictorio, se da entre tensiones de
resistencia y transgresión.
Necesito citar un estudio
reciente que revela que cuando las personas conversan “la transmisión de
información va mucho más allá de la simple comprensión de las palabras que se
están empleando”. Los investigadores descubrieron que “existe una danza de
emociones compartidas, de flujos sinergéticos –del caos al orden, y de
regreso–, que sumergen a los participantes en una comunión meta-lingüística”.
El estudio, -cito la fuente de Javier Barros
del Villar- publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences,
expuso a once personas a la grabación de una historia. Los investigadores Greg
Stephens y Uri Hasson comprobaron que la actividad cerebral de la narradora y
la de los escuchas, era la misma –exactamente las mismas regiones del cerebro
que se activaban, al mismo tiempo, en ambos casos”.
¿Qué prueba esto? Para
mí, dos cosas: qué la ciencia nunca ha estado reñida con el arte y que nuestro
cerebro, como dice el estudio, alberga una importante dinámica de neuronas
llamadas neuronas espejo, “células del
cerebro que son activadas cuando hacemos algo, pero también cuando observamos a
otra persona hacer la misma acción. Las neuronas espejo reflejan al interior de
una persona, lo que está sucediendo en a su alrededor, como si el observador
fuese (y creo que en verdad lo es), el protagonista”. Cuando leí este
artículo, me di cuenta de por qué un narrador, un escritor o cualquier otra
persona que cuenta una historia, se conecta de manera empática con el cuentero,
y al revés, también. Esta conexión se da incluso a través de la transgresión en
el buen sentido de la palabra. El narrador, al igual que el poeta, violenta la
realidad para representarla a través del imaginario. Violentamos la realidad de
muchas formas: con un cuento podemos hablar de injusticias y de la importancia
de la solidaridad, por ejemplo.
Paul Zak, autor, orador y
neuroeconomista. Realizó un estudio notable en que el cerebro humano responde a
la narración poderosa. Como parte de su estudio, el Dr. Zak supervisó de cerca
la actividad de los nervios de cientos de personas que vieron la historia la
historia de un niño llamado Ben que padece una enfermedad terminal. Comprobó
que una narración simple, si es muy atractiva puede evocar poderosas respuestas
empáticas asociadas con neuroquímicos específicos llamados cortisol y la
oxitocina.
Estos neuroquímicos
actúan en nuestro cerebro y tienen profundas implicaciones que pueden mejorar
la calidad de vida, incluso en entornos profesionales y públicos. Me pongo a
pensar en los resultados que se podrían obtener si los funcionarios públicos de
un ministerio o los colaboradores de una empresa escucharan de vez en cuando
cuentos o participaran de cualquier ritual donde se lea en voz alta algo
amigable al espíritu. Estoy seguro que serían funcionarios y colaboradores más
felices y, si son más felices, nuestras instituciones y empresas serían
mejores. Recuerdo con alegría cuando empezamos a celebrar el Día Mundial de la Poesía en Panamá.
Hubo lecturas de poesía en hospitales, bufet de abogados, en la Procuraduría de
la Nación, en Ministerios, empresas. Yo sé que ese día está en la memoria de
todos los que tuvieron una experiencia poética. Nosotros le recitamos poemas a
los obreros en una obra en construcción y todavía recuerdo cómo los obreros de
otra construcción que estaba al lado, nos pedían a gritos poemas.
En el intricado
funcionamiento del cerebro la moral y la ética operan de manera extraña y el
fuerte impacto en el cerebro que tienen las acciones, los movimientos del
narrador, las palabras, los sonidos, la musicalidad, pueden intervenir de muchas formas
impresionantes en nuestras emociones.
Los estudios demuestran que la lectura y la oralidad pueden tener
implicaciones en la educación y en el diseño de ambientes de aprendizaje. Los cuentos pueden devenir en experiencias
que pueden descubrir habilidades creativas e innovadoras, también a confrontar
problemas; cuando nos aseguramos, por medio de la historias, que la gente ponga
en el centro sus experiencias, sus historias que son importantes para ellos,
construimos ambientes de bienestar.
Conocí a dos narradores
orales en Costa Rica, en el Festival San
José Puro Cuento en el 2013:
Fredy Ayala y Harris Marín. En un mini foro donde participamos todos los
narradores del festival, Fredy habló de
la noción de la velocidad en sus historias. Tendrían que verlo narrar para
entender mejor el concepto del que estamos hablando, pero él decía que para el
contar cuentos es una forma de resistencia. Contar historias es una forma
resistencia para confrontar la velocidad de la vida, vivimos en un mundo
acelerado. Cuando habló de eso yo pensé en otras nociones como el ruido, la
soledad y el silencio. Contamos cuentos para ir en contra del ruido que no nos
deja escuchar al prójimo; contamos cuentos para comulgar con el otro y
compartir soledades; y contamos para ir contra el silencio, somos la voz del
pueblo a través del imaginario.
Harry Marín es médico de
profesión. Estudió medicina aeroespacial, una profesión que nos dejó a todos
extrañados. Lo primero que me pregunté es cómo un médico se vuelve cuentero.
Harry me respondió a través de sus cuentos. Tiene una colección de
microrrelatos llamados Cuenticilina, cuentos embotellados en esas botellitas
donde viene la penicilina: ansiogenético-psicotrópico-simpaticomimético de
amplio espectro; así llama este narrador oral a su propuesta. No sé si los
cuentos puedan curar los males reales de las personas, pero sí sé que pueden
hacer sentir mejor a las personas y permitirles tolerar mejor su mal. Lo mismo
sucede con la lectura.
Hace poco leí un artículo
sobre las conexiones neuronales que cito literalmente: “Según Guillermo García Ribas, Coordinador del Grupo de Estudio de
Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología (SEN), “la lectura
es una de las actividades más beneficiosas para la salud, puesto que se ha
demostrado que estimula la actividad cerebral y fortalece las conexiones
neuronales”. Un cerebro activo no solo realiza mejor sus funciones, sino que
incrementa la rapidez de la respuesta. Mientras leemos, obligamos a nuestro
cerebro a pensar, a ordenar ideas, a interrelacionar conceptos, a ejercitar la
memoria y a imaginar, lo que permite mejorar nuestra capacidad intelectual
estimulando nuestras neuronas”. Y más adelante afirman: “Leer, sobre todo relatos de ficción, puede
ayudar a reducir el nivel de estrés, que es origen o factor de empeoramiento de
muchas dolencias neurológicas como cefaleas, epilepsias o trastornos del sueño.
Además, leer un poco antes de irnos a dormir, puede ayudar a desarrollar buenas
rutinas de higiene de sueño”. Todo esto tiene que ver con la reserva cognitiva que para los
científicos es importante en la relación directa que tiene esta con el funcionamiento cognitivo y ejecutivo de
nuestro cerebro cuando envejecemos, sino porque se ha demostrado que es un
factor protector ante los síntomas clínicos de las enfermedades
neurodegenerativas.
El sentido de
pertenencia, de solidaridad y de cooperación, también crea dosis emocionales en
el cerebro que nos ayudan a sentirnos bien. Un estudio de la Universidad de
Búfalo (EE UU) publicado recientemente en la revista Psychological Science,
revela que “cuando leemos un libro nos
sentimos parte psicológicamente de la comunidad que protagoniza la
narración, (…) la de pertenencia a un grupo. El sentido
de pertenencia produce una mejora del
estado de ánimo y la satisfacción similar a la de formar parte de grupos
reales. "Leer satisface una profunda
necesidad psicológica", que ha jugado un papel clave en la evolución,
concluían los autores, dice el artículo. Tal vez parece contradictorio con
nuestro discurso, porque estamos apelando al acto de conversación con personas
reales; pero me pongo a pensar en cómo esto podría ser utilizado en un círculo
de lectura, por ejemplo.
Otro estudio realizado
por Laurent Cohen, investigador del Instituto Nacional de la Salud y de la
Investigación Médica de Francia (INSERM) demostró que en “la gente que aprende
a leer “el cerebro recurre también a las zonas especializadas en el lenguaje
hablado, puesto que la lectura "activa el sistema del habla" para
tomar consciencia de los sonidos y permite "establecer relaciones entre el
sistema visual y el sistema del habla, entre las letras escritas y los
sonidos"”, afirma Cohen. Es por eso que tenemos tomar conciencia de la
importancia de la alfabetización. Y crear metodologías y procesos que permitan
que la lectura, más allá de las metáforas como Leer es Libertad o Leer es
soñar, también sea un derecho real y palpable. Los que escribimos, los que
leemos y los que contamos historias estamos conectados y relacionados, y esa
relación es más profunda de lo que parece. Es una relación dimensionada de la
comunicación.
Termino con una última
reflexión citando a una narradora oral cubana, Mayra Navarro: “Cualquier palabra o gesto de acercamiento
puede aprovecharse para dimensionar el alcance de la comunicación vivencial en
función de la labor del narrador como promotor sociocultural”. Dije
anteriormente que el narrador oral no es un promotor de lectura y lo sostengo.
Pero la cita de la narradora cubana no contradice mi aserción, más bien, la
fortalece. El valor social de la narración oral, el arte de contar cuentos,
tiene atributos esenciales para rescatar el valor de la conversación y la
comunicación con el prójimo. Creo firmemente que el narrador oral es más un
animador sociocultural, porque si la lectura es una práctica sociocultural que
puede dimensionar la realidad, es válido que el acto de contar cuentos sea una
conversación dimensionada de la realidad.
El narrador oral es una
especie de animador sociocultural, porque tiene la habilidad de potenciar una
conversación e interactuar con la familia o la comunidad en un espacio
comunicacional donde la participación, el descubrimiento de las identidades y
los problemas se convocan en asamblea. El narrador oral ayuda a dar sentido a
nuestras existencias a través de cuentos que permiten imaginar prácticas
ciudadanas que buscan mejorar la calidad de vida y recuperar la autoestima por
medio de las historias. Todos tenemos la necesidad de escucharnos, de
reconocernos en el otro; de construir mundos imaginarios para descubrir y
entender la realidad y ser más felices. Recordemos lo que decía Jorge Luis
Borges: la lectura es una forma de felicidad. Si eso es verdad, contar cuentos
y escuchar cuentos es el camino a la realización de la felicidad.
*Trabajo presentado
en la XVII Feria Internacional del Libro
Santo Domingo, abril 2014.