Por Carlos Fong
Hace poco les hablaba a un grupo
de jóvenes sobre la relación del tiempo en nuestras vidas. Usé una imagen
bastante fuerte para ilustrar la importancia de saber usar nuestro tiempo y no
desperdiciar el de los otros: empezamos a morir desde que nacemos. Tal vez
necesitaba aclarar que, curiosamente, también desde que nacemos empezamos a
vivir y eso es lo más importante. Hablar con los jóvenes sobre estas cosas
existenciales no es fácil, sobre todo si se les ha inculcado como un dogma que
ellos son el futuro.
A simple vista la famosa frase: los
jóvenes son el futuro, parece sensata. Soy
de los que piensa que los jóvenes son el presente, no el futuro y esto tiene
que ver mucho con nuestro concepto de la educación. Según Ken Robinson estamos
educando para el futuro, pero, añade una interrogante: cómo va a ser el mundo
en 5 años. ¿Cuál futuro? El mundo cambia demasiado rápido. Aprendemos algo hoy y
en un par de años ya está obsoleto. No tenemos idea de cómo será el futuro,
pero seguimos educando para él. Lo importante es ser un profesional competitivo
en el futuro.
Esta noción obstinada de educar
para el futuro, aunque luzca positiva, impide que los jóvenes valoren otras
cosas, como el presente y el pasado. En lo particular pienso que el presente es
más importante porque es allí donde se confrontan las circunstancias y se toman
las decisiones; por otro lado, el pasado
es vital para persuadirnos de cómo mejorar muchas cosas. Sin embargo, vivir
anclados en el pasado también puede ser peligroso, tenemos que aprender del
pasado sin que este se convierta en una cruz.
Liz Coleman, quien fue la Directora
del colegio Bennington, un colegio que educa en base a las artes y la ciencia,
dijo: “el pasado provee de mucha compañía
(…) la historia provee un laboratorio en el cual se puede observar lo que pasó,
así también como las previstas consecuencias de ideas”. Conocer el pasado nos da una idea del
presente que queremos y el futuro que soñamos. El pasado nos sirve para saber
que no somos los primeros en tratar de resolver un problema, y es muy probable
que no seamos los últimos, dice Coleman. El pasado nos ayuda a mirar lo que
realmente importa.
Cada día me convenzo más de que el
pasado es más importante que el futuro. La importancia de la memoria radica en
tener presente las cosas de mayor relevancia que nos ayuden a resolver los
problemas del presente. Sin presente, simplemente no hay futuro. Creo que ya
muchos filósofos y antropólogos han pensado en esto. Pero mi preocupación, en
términos de educación, radica en cómo podemos discutir esto en el aula de clase
sin estar en contra de la profesionalización del estudiante. Los estudiantes
quieren ser profesionales y competitivos; cada día se esfuerzan más por su
futuro, y aunque esto parece estar muy bien, también me preocupa.
La violación constante de la
Constitución, la falta de ética en el sector privado y público, el creciente
nihilismo hacia la cultura y las humanidades,
la corrupción, la poca
credibilidad institucional, el deterioro de los valores y los derechos, la
falta de referentes políticos positivos, la familia herida y el cada día
menoscabado concepto de lo que significa la democracia son apenas un par de ejemplos
de que en el pasado (y el presente) hemos estado tomando malas decisiones que
han afectado a la sociedad en su conjunto. Por eso hago la pregunta: ¿Estamos
realmente enseñando a los jóvenes a ser verdaderos ciudadanos con un sentido de
lo humano o solo les estamos enseñando a sobrevivir para el futuro?
Termino con esto. Hace un par de
días mi amiga Isabel Taylor, química y escritora, me dijo que estaba empeñada
en dedicar el resto de sus días a una campaña que me pareció una necesidad y
que podría insertarse en el sistema educativo, si no con el beneplácito de las autoridades,
pienso al menos con una especie de Caballo de Troya. Isabel me decía: mi
campaña consiste en enseñar a usar el
tiempo, saber usar las palabras y saber tomar decisiones. Yo le añadiría: saber pensar. Si tan sólo lográsemos enseñar esta filosofía
de la vida a los niños y jóvenes, y que la aplicasen en la convivencia
ciudadana, podríamos estar seguros de que el futuro realmente importa y que ese
destino, aunque aún no existe, vale la pena vivir.