Carlos Fong
La vida es un cuento. O, mejor dicho, muchos cuentos. Quiero pensar en el cuento y no en la novela, porque los cuentos son más intensos y la novela más extensa. De cualquier forma, es cuestión de perspectiva. Si se fijan bien, la vida misma tiene la anatomía de un cuento: inicio (nacemos), nudo (nos desarrollamos) y desenlace (morimos). Esta comparación la han hecho varios escritores, pero el que me viene a la memoria es Nicolás Buenaventura Vidal, que en alguno de sus libros lo anota.
Los entendidos en el cuento, como género y categoría literaria, sostienen que un cuento no es una anécdota, ni una leyenda o relato popular, ni una parábola, ni una fábula; no es una biografía, ni un sermón; tampoco es un ensayo, una escena, una viñeta, un cuadro, ni una monografía. Todas estas formas son de la prosa, pero ninguna de ellas, aunque se parezcan, son un cuento.
Sin embargo, la vida de una persona está hecha de todo lo antes mencionado. Incluso es un chiste que a veces deviene en tragedia. He vivido medio siglo. Podría decir, de manera metafórica, que he sido un relato, una fábula, una viñeta. Porque cada momento o experiencia en mi vida ha sido una escena de aprendizaje. Yo fui ebanista, llantero, aseador, celador, estibador, cantinero, repartidor, chequeador y tuve otros trabajos que no sé cómo se podrían titular, como el de envasar agroquímicos, apalear sorgo y soya o desplumar pollos. Fui ayudante de albañil, de electricista, de mecánico y hasta maestro de karate.
Cada una de estas experiencias me ha ayudado a valorar lo que hace el otro. Aprendí que hasta para golpear con un martillo se necesita saber. Cuando converso con los jóvenes en algún taller o conferencia me gusta bromear y decir que soy un pokemon, porque evolucioné. Hoy soy un cuenta cuentos. Mis hijos se ríen a la hora de comer y me preguntan “¿Papá, ¿qué nos vas a decir hoy que hiciste en la vida?”. Se morían de la risa hace poco cuando les dije que repartí mafas y platanitos en las abarroterías de San Miguelito.
Sí. Evolucioné y estoy seguro de que seguiré evolucionando, porque en la vida de un servidor público que trabaja en el sector cultura con los libros, con la lectura, hay un sinfín de cosas maravillosas que se aprenden, como ser animador sociocultural, narrador, tallerista, incluso ayudante de biblioteca. Curiosamente es uno de los trabajos más hermosos que hay en la vida y que no he podido hacer. He trabajado en bibliotecas y con bibliotecarios, pero no podría decir que soy un bibliotecario, como sí puedo decir que fui un obrero.
Quisiera terminar con una reflexión. Empecé hablando de que la vida es un cuento. Al final es solo una comparación. Mi vida fue muchos cuentos. Ya lo dije. Pero un cuento, teóricamente y estéticamente hablando, es una mentira. Dijo Juan Rulfo que el cuento “es mentira, pero no falsedad”. Significa que todo lo que hemos hecho no es una mentira. El cuento es una mentira que nos enseña a descubrir la realidad o, al menos, a persuadirnos de la falsedad que la oscurece. El cuento nos ayuda a tener una idea más general de nuestro mundo; sintetiza, pero también amplifica la vida.
Esta noción de Rulfo nos sirve para defender el arte de contar historias, porque son mentiras que nos cuentan de alguna forma nuestra verdad. Es por eso que Eraclio Zepeda afirmó que “un cuento nunca puede construirse con una mentira”. Y el trabajo de un escritor es, como sentenció John Updike, “descubrir o inventar la textura verbal más próxima al tono de la vida, tal y como la han percibido sus nervios”.
Yo creo que aún sigo aprendiendo a descubrir mi textura verbal y que cada día es una aventura. La aventura de vivir, de contar, de amar, de sufrir, de resistir, de aprender. La vida es un cuento, indudablemente. El escritor Joaquín Armando Chacón dijo: “Un cuento es una narración donde los personajes sufren un acontecimiento que les transforma la vida”. Si parafraseamos esta idea antropológicamente, un poco salpicada de sociología: la vida es una narrativa donde los sujetos sufren las tensiones de los acontecimientos que cambian sus vidas. Puede ser, pero me gusta más la primera. ¿Cómo terminará mi cuento? Aún no lo quiero saber.
La Prensa, 13 junio de 2020.