sábado, 10 de septiembre de 2011

Costumbres y tradiciones tableñas

Costumbres y tradiciones tableñas, Editorial Mariano Arosemana,  Panamá, 2010, es el libro de la Profesora Norma H. de Testa que se terminó de imprimir en la Impresora de la Nación del Instituto Nacional de Cultura. El libro de 175 páginas ilustrará al lector en todo los elementos básicos que configuran el ser tableño. Nos lleva de la mano desde el origen del nombre de este pintoresco pueblo, su historia; pasando por sus devociones cristianas, sus fiestas, su relación con el mar (el perote), su música y bailes; no se olvida del carnaval, la cumbia, el sombrero tableño, y también nos presenta a varios personajes destacados  de Las Tablas; y, como si fuera poco, también añade algo de la memoria oral: algunas adivinanzas, refranes, proverbios y adagios.

Como siempre decimos: cada vez que nace un libro que nos ayuda a entender a ser panameño es motivo de llamar la atención a las autoridades del Ministerio de Educación para que estas obras sean tomadas en cuenta como material pedagógico para enseñar a nuestros estudiantes el valor de nuestras tradiciones, sin la necesidad de volvernos ortodoxos y dogmáticos. La Mirada de Nuchu le da la bienvenida a este libro de la Profesora Testa y publica un fragmento donde nos habla del origen del nombre de Las Tablas, sumamente interesante y un aporte muy sustancial a nuestro patrimonio intengible.

 
C.F.


 VERSIONES SOBRE EL ORIGEN DEL NOMBRE Y
FUNDACIÓN DEL PUEBLO DE LAS TABLAS.




El hospitalario pueblo de Las Tablas, conocido por nuestros antepasados como villorrio de las puertas abiertas, está ubicado en la provincia de Los Santos, en una extensa llanura rodeada totalmente por una bella y cristalina quebrada, llamada Ermita de la Santa Cruz, cuyos charcos poseían distintos nombres como el charco de Las moras, el de Palenque, el Rascador, la Caleta, el de Espavé, Las Delicias, Caratillo, Rinconcito y otros que se escapan de la memoria; cada uno con sus características propias del lugar y del follaje que los protegían y que sirven de recuerdos gratos e imborrables de la infancia de muchos tableños.

Tiene de fondo la cordillera central que atraviesa el Istmo, con los puntos más sobresalientes que son el altivo Canajagua y el Cerro Quema. En un principio los viejos decían que el Canajagua era un volcán de agua y que casi todos los ríos de la provincia nacen allí y que el Cerro Quema era otro volcán en nacimiento, por el aspecto que presentaba en su exterior, que de la mitad hacia arriba está totalmente pelado como si lo hubiesen quemado ex profeso y de la mitad hacia abajo estaba sembrado de una planta dura y resistente denominada "huesito", usada por los campesinos en la elaboración de las "tajonas" o garrotillo para azotar las bestias.

Hoy sabemos que el Cerro Canajagua es el punto más elevado de la Península de Azuero, que posee una gran extensión de terreno con un clima fresco y agradable, y tierras sumamente fértiles. El Cerro Quema, por su parte, se presume que sea una mina de oro de las más ricas del país, de la cual los campesinos recogían y traían al pueblo pepitas de oro que vendían a los orfebres y que, según ellos, sacaban de la quebrada La Pitaloza, la cual bordea al cerro.

Se dice que en un principio el pueblo de Las Tablas fue una aldea de pocos bohíos o ranchos habitados por indios bajo el dominio del cacique Urán y que al llegar los colonizadores europeos, los hicieron abandonar el lugar refugiándose en las montañas y áreas apartadas de otras provincias.


El cacique Urán fue sorprendido en el mar cerca de Mensabé y pereció ahogado en el sitio que lleva el nombre de Charco Urán, un lugar muy profundo y oscuro en el que ni los buzos alcanzan su fondo. Esto puede ser cierto debido a que en la provincia de Los Santos no existen indios, sólo pruebas de que ellos en algún momento habitaron esa región. Esto se colige por los hallazgos de huacas valiosas en Tonosí, Macaracas y en La Laja de Las Tablas.


Cuentan que un gran galeón español naufragó cerca del charco Urán en Mensabé y que con las tablas de la embarcación levantaron las primeras casas en que vivieron. De allí el nombre de las casas de las tablas.

 
Otra versión se refiere a la existencia de un famoso excéntrico personaje, cuyo nombre de pila era Pedro Gutiérrez, pero en todos los alrededores se le conocía como Ño Justo, lo cual derivó de sus dotes de hombre recto, justo y honrado al aplicar sus conocimientos de leyes con carácter conciliador sin ejercer ningún puesto público ni recibir remuneración monetaria. Algunos mostraban su gratitud regalándole plantas, animales, prendas de oro, entre otros.





Ño Justo era un hombre muy simpático, hijo de un soldado sevillano y una india veragüense , descendiente de Urraca; que heredó de su padre la tez blanca, los ojos azules y cabellos plateados. De su madre, la mansedumbre, humildad y sencillez. Vestía pantalón oscuro de dril y camisilla de holán de hilo y cutarras de cuero curtido. Fue un verdadero ejemplo para la comunidad por su régimen de vida austera, sin vicios entregado por entero a su familia, a su pueblo y a todos los que llegaban a él en procura de ayuda. Atendía toda clase de pleitos y problemas civiles, criminales y policivos, ya se tratara de límites de terrenos, pérdida o muerte de animales, calumnia, adulterio y asesinato. Para sus fallos empleaba dos tablas de madera lisa y pulida. Una tenía grabados los Diez Mandamientos de la Ley de Dios y los otros diez principios éticos de justicia legal y natural tomados del Tratado de las Siete Partidas de Alfonso X, el Sabio; y del Fuero Juzgo que contenía la recopilación de Las leyes romanas y de los visigodos traducida por orden de Fernando III en el siglo XIII. Todo ello nos hace pensar que Ño Justo era un autodidacta, amante de ayudar al prójimo. Quienes acudían a su casa eran bien recibidos y escuchados con atención y paciencia y luego de ser nuevamente interrogados sobre aquellos aspectos que no habían quedado claros, los citaba para el siguiente día con el pretexto de que tenía que consultar las tablas.

 
Al llegar las personas a la cita, Ño Justo presentaba sus dos tablas, las leía y hacía hincapié en aquellos mandamientos y principios que se aplicaban al caso tratado. Cuando no podía resolver el problema con las tablas anteriores, sacaba una tercera que trabajaba sobre una base como especie de balanza, con un brazo de madera al cual le colocaba en los extremos las pesas o cuadritos de plomo que tomaba de una cajita de madera y que iba poniendo al lado de las personas que atendía. Si el fiel de la balanza se inclinaba hacia el lado del demandante, entonces Ño justo anunciaba que esa persona perdía el pleito y que quedaba obligado a cumplir con el fallo que dictaba. Si la balanza mantenía el equilibrio, entonces declaraba que ambos tenían razón y que quedaban tablas, es decir, no había ganadores ni perdedores.

Aquí no cabían recursos de apelación, pues sus veredictos eran acatados solemnemente.



Ño Justo se hizo famoso y conocido por todas las comarcas vecinas, que recurrían a él, como el hombre de las tablas.


Llegó el momento que al querer resolver cualquier litigio, por complicado o simple que fuera, nuestros campesinos decían dirigirse a las tablas.

Históricamente se dice que el pueblo de Las Tablas fue fundado en el siglo XVII por don Jacinto de Barahona, capitán de navío y gran almirante del Mar del Sur, quien comandaba una escuadrilla de buques españoles y fuera atacado por filibusteros


al mando de los piratas Sharp y Sawkins; muerto violentamente en el puesto de mando de su nave y a quien la tradición tableña considera haber sido el conductor de las familias que colonizaron la región o lugar donde hoy se asienta el distrito de Las Tablas.



Es probable, sin embargo, que los primeros pobladores del pueblo fueron indios a órdenes del cacique Urán, quienes vivían a orillas del río Mensabé (nombre indígena que significa señor de las aguas) y que, eventualmente, fueron desplazados por personas de diferente procedencia y nacionalidad.



Primero, por aquellos que desde Natá de los Caballeros y la Villa de Los Santos, ciudades fundadas respectivamente en 1522 y 1569, emigraron en busca de lugares seguros y tierras fértiles para la siembra y cría de animales, a orillas de los ríos, y donde formaron "asientos", una especie de haciendas dispersas unas de otras.



Posteriormente, en 1671 cuando Henry Morgan ataca la ciudad de Panamá, muchas familias pudientes radicadas en ella, huyeron hacia la península de Azuero agregándose a las ya existentes en la Ermita de la Santa Cruz, nombre con el cual se designó originalmente el pueblo de Las Tablas.



Todo lo anteriormente expuesto, nos lleva a pensar que la fundación de Las Tablas se dio al final del siglo XVI, ya que fue a mediados del siglo XVII cuando adquirió características de villa o aldea dada la masiva procedencia de portugueses, españoles, franceses e italianos. A fines del siglo XVII, la Ermita de la Santa Cruz tomó entonces el nombre de Santa Liberata de Las Tablas. Para 1749, la población de Las Tablas tenía la misma importancia de otras como Penonomé, Santiago y La Villa de Los Santos.

(Fragmento del libro: Costumbres y tradiciones tableñas, de la Norma H. de Testa).

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