Cuando contamos cuentos
Carlos Fong
24 ene 2020 - 11:00 PM
El 22 de enero de 2020, el diario ABC de España publicó una
noticia en la que se muestra por primera vez los beneficios para el cerebro de
leer a los niños frente al daño que causan las pantallas. En efecto, la nota
dice: “Dejar a un lado las pantallas y leer libros a los niños durante los
cinco primeros años de vida aumenta el desarrollo del cerebro, de acuerdo con
los primeros estudios en proporcionar evidencia neurobiológica de los
beneficios potenciales de la lectura frente a los posibles daños causados por
el tiempo que pasan frente a las pantallas”.
La investigación fue llevada a cabo por el Centro de Lectura
y Alfabetización del Hospital de Niños de Cincinnati, en Estados Unidos. Sin la
menor intención de menoscabar el aporte de la ciencia, esto es algo que ya
sabíamos los que contamos y escribimos cuentos, pero no teníamos una forma
objetiva de probarlo y la contribución que hace este estudio es importante
porque sustenta el discurso que desde la cultura de la oralidad nosotros
venimos defendiendo: escuchar cuentos favorece el complejo proceso cognitivo
desde la primera infancia. Que lo afirme un cuentero, puede ser trivial, pero que
lo diga ahora la ciencia, es algo de peso.
Las diversas teorías del lenguaje, por mucho que friccionen
entre sí, parecen afluentes del mismo río: el lenguaje oral es un instrumento
de codificación del pensamiento que permite que el ser humano organice los
símbolos de su entorno y el mundo. Alexander Luria, discípulo de Vygotsky,
afirmó: “El lenguaje tiene la finalidad de dar forma final al pensamiento; de
prepararlo para la actividad intelectual, a la vez que indica la naturaleza
social de la actividad intelectual del hombre, hecho que le distingue
radicalmente del animal”.
Todos los estudios, desde las ciencias de la lingüística y
la neurociencia, son fascinantes y contribuyen mucho a lo que conocemos en
torno al lenguaje oral y su relación con el desarrollo cognitivo, pero, para
esta nota, voy a ser más susceptible y para fortalecer estos logros científicos
quisiera valerme de algunas ideas de maestros de la narración oral, algunos con
los cuales ya he tenido el honor de contar cuentos en el mismo espacio poético
donde hemos coincidido.
Para Roberto Moscoloni, por ejemplo, los relatos populares
van más allá de las historias oficiales, mantienen viva la memoria de las
distintas comunidades. Esto me parece importante, porque la cultura de la
memoria es algo que no tenemos los panameños. Las historias que narramos son la
valoración de esa memoria colectiva y sus atributos. Nicolás Buenaventura Vidal
afirma que “…el contar es otra forma de conocimiento que reúne, junta las
partes rotas, vincula, establece asociaciones, construye puentes, teje
vínculos”. Es decir, que al escuchar cuentos se crean lazos invisibles que
sanan el tejido social y crean conexiones cívicas que fortalecen la cohesión
social.
Nuestra querida Mayra Navarro, narradora cubana que recientemente
tomó ese camino sin retorno, nos dejó esta reflexión: “Los cuentos escuchados
durante la infancia permanecen latentes en la memoria de manera inconsciente;
gracias a ellos, la palabra hablada, mediante la impresión producida por el
despliegue integral de lo expresivo oral, con las modulaciones de la voz y lo
gestual, favorecen la apropiación, ampliación y perfeccionamiento del
vocabulario y el enriquecimiento del lenguaje”.
Y esta apropiación del mundo simbólico es también una
adjudicación del mundo real que se transfiere a través de la cultura de la
oralidad y la lectura. Nunca antes había necesitado tanto la humanidad de las
historias, de esas ficciones maravillosas, capaces de despertarnos para
confrontar la realidad; esos mitos, fábulas, cuentos y leyendas que nos ayudan
a volver a conversar en un mundo cada vez más solitario y egoísta.
Los cuentos nos enseñan a ser empáticos, solidarios,
cooperativos; a pensar más en lo que nos parecemos que en lo que nos
diferencia. Incluso, al hablar de diferencias, la narración oral es una
conversación dimensionada con el otro. Cuando contamos cuentos nos estamos
encontrando con la otredad; narramos nuestra identidad y la de los demás; para
asombrarnos y extrañarnos, para fortalecer el sentido de pertenencia, de
bienestar y de identidad; jamás para destruirnos y discriminarnos. La narración
oral beneficia a los niños desde la primera infancia para adquirir el lenguaje
y el pensamiento y a los adultos para devolvernos el valor social de la
palabra.
El autor es escritor y encargado de la Oficina de Promoción
de la Lectura Micultura
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