El espacio privilegiado
Carlos Fong
La Prensa, 17 ene 2020 - 11:00 PM
Me suele suceder que cada vez que termino de contar un
cuento, se me acerca un niño o niña (para evitar discusiones de género) y me da
las gracias. La última vez me pasó cuando terminé de contar cuentos en una
actividad de barrio para recordar el 9 de enero. Era un niño bastante grande,
como de 10 años. Siempre que me pasa esto siento en las palabras de esos niños
una sinceridad muy especial y llena de ternura; como alguien que después de
caminar sediento largas horas te da las gracias por ese trago de agua. Los
adultos también suelen acercarse, pero para decir: “Muy bien”, “lo felicito”,
“estuvo muy bueno”.
Yo creo que la diferencia está en que los niños perciben una
dimensión distinta de los cuentos que los adultos hemos proscrito, porque no
hay lugar para la imaginación en nuestro mundo real de las prisas. Los niños se
sienten agradecidos porque al escuchar un cuento se les otorga un espacio de
ternura, ensoñación e ilusión. El imaginario de los cuentos pertenece a otra
realidad que prolonga el mundo de la imaginación. Un niño se siente agradecido
al escuchar un cuento, porque es una experiencia de felicidad para él.
La narración oral tiene muchos beneficios comprobados por la
neurociencia y por los estudios especializados. Muchos de ellos tienen que ver con
cuestiones pedagógicas y didácticas, como la atención, la concentración, la
riqueza del lenguaje, el bagaje cultural, la retención, entre muchas más; pero
yo creo que escuchar cuentos desde la primera infancia privilegia cosas más
importantes que tienen conexión con el imaginario infantil. Y esa conexión, que
los adultos han perdido, logra, de alguna manera mágica, construir una realidad
fantástica y edificante para los niños.
Hace poco, Gloria Bejarano me hablaba del problema de
utilizar los cuentos como trampas. Es decir, y aquí me dirijo con mucho cariño
a los docentes, usar el cuento para enseñar, por ejemplo, ortografía o valores.
En términos de lectura hay mucha “literatura infantil” (las comillas son
intencionales) que pretende informar, valorar, moralizar, incluso adoctrinar;
matizar la fantasía con la intención de que se parezca a la realidad,
desplazando la imaginación, porque así el niño entiende mejor el mundo. Cuando
utilizamos los cuentos con ese propósito, todo eso que Michele Petit ha llamado
“los méritos de lo imaginario”, se pierde.
Leer y contar historias desde la primera infancia fortalece
la singularidad interior de los niños y construye la subjetividad sin forzarlos
a entender cómo funciona el mundo. Contarle cuentos a los niños sin duda
garantiza mejores personas para la sociedad, porque estamos, a través de las
historias, construyendo ciudadanía, tejiendo relaciones, haciendo empatía,
pertenencia, todo lo que usted imagina, pero no olvidemos que lo primero que
tenemos que hacer es nutrir su saber simbólico, en vez de priorizar en
información objetiva. Aprender a numerar, los colores, los valores, no es la
misión de los cuentos; aunque hay autores y narradores que usan el cuento como
herramienta de manera creativa.
Los niños tienen derecho a aprender, pero primero tienen
derecho a ser niños. Los cuentos han venido para que ellos puedan jugar,
expresarse, actuar, cantar, pintar y construir. Por eso hay toda clase de
historias a partir de lo lúdico. Por eso hay cuentos curiosos, corporales,
asquerosos, de distensión, de nunca acabar, escabrosos, inquietantes, con
bichos y personajes fantásticos. Las buenas historias son una experiencia con
la complejidad de la vida y sus diversas incertidumbres, que el niño descubre
con la ayuda de adultos que no utilizan los cuentos como trampas de aprendizaje
sino para nutrir el imaginario de infancia.
Termino con un consejo que pueden tomar tanto padres como
docentes. Los niños, desde la primera infancia, necesitan estar rodeados de la
palabra, abrazados por el susurro de la poesía, de las metáforas, las
onomatopeyas, las cadencias, la musicalidad y los silencios de la palabra que
son el lenguaje de la oralidad, que es el puente hacia la lectura y la
escritura. Cuando los niños hacen la relación entre el mundo de la oralidad,
ese mundo de seres maravillosos, solos harán la conexión con el mundo real que
tanto nos mortifica a los adultos.
El autor es escritor y encargado de la Oficina de Promoción
de la Lectura en MiCultura
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