domingo, 2 de febrero de 2020

El espacio privilegiado


El espacio privilegiado

Carlos Fong
La Prensa, 17 ene 2020 - 11:00 PM

Me suele suceder que cada vez que termino de contar un cuento, se me acerca un niño o niña (para evitar discusiones de género) y me da las gracias. La última vez me pasó cuando terminé de contar cuentos en una actividad de barrio para recordar el 9 de enero. Era un niño bastante grande, como de 10 años. Siempre que me pasa esto siento en las palabras de esos niños una sinceridad muy especial y llena de ternura; como alguien que después de caminar sediento largas horas te da las gracias por ese trago de agua. Los adultos también suelen acercarse, pero para decir: “Muy bien”, “lo felicito”, “estuvo muy bueno”.

Yo creo que la diferencia está en que los niños perciben una dimensión distinta de los cuentos que los adultos hemos proscrito, porque no hay lugar para la imaginación en nuestro mundo real de las prisas. Los niños se sienten agradecidos porque al escuchar un cuento se les otorga un espacio de ternura, ensoñación e ilusión. El imaginario de los cuentos pertenece a otra realidad que prolonga el mundo de la imaginación. Un niño se siente agradecido al escuchar un cuento, porque es una experiencia de felicidad para él.

La narración oral tiene muchos beneficios comprobados por la neurociencia y por los estudios especializados. Muchos de ellos tienen que ver con cuestiones pedagógicas y didácticas, como la atención, la concentración, la riqueza del lenguaje, el bagaje cultural, la retención, entre muchas más; pero yo creo que escuchar cuentos desde la primera infancia privilegia cosas más importantes que tienen conexión con el imaginario infantil. Y esa conexión, que los adultos han perdido, logra, de alguna manera mágica, construir una realidad fantástica y edificante para los niños.

Hace poco, Gloria Bejarano me hablaba del problema de utilizar los cuentos como trampas. Es decir, y aquí me dirijo con mucho cariño a los docentes, usar el cuento para enseñar, por ejemplo, ortografía o valores. En términos de lectura hay mucha “literatura infantil” (las comillas son intencionales) que pretende informar, valorar, moralizar, incluso adoctrinar; matizar la fantasía con la intención de que se parezca a la realidad, desplazando la imaginación, porque así el niño entiende mejor el mundo. Cuando utilizamos los cuentos con ese propósito, todo eso que Michele Petit ha llamado “los méritos de lo imaginario”, se pierde.

Leer y contar historias desde la primera infancia fortalece la singularidad interior de los niños y construye la subjetividad sin forzarlos a entender cómo funciona el mundo. Contarle cuentos a los niños sin duda garantiza mejores personas para la sociedad, porque estamos, a través de las historias, construyendo ciudadanía, tejiendo relaciones, haciendo empatía, pertenencia, todo lo que usted imagina, pero no olvidemos que lo primero que tenemos que hacer es nutrir su saber simbólico, en vez de priorizar en información objetiva. Aprender a numerar, los colores, los valores, no es la misión de los cuentos; aunque hay autores y narradores que usan el cuento como herramienta de manera creativa.

Los niños tienen derecho a aprender, pero primero tienen derecho a ser niños. Los cuentos han venido para que ellos puedan jugar, expresarse, actuar, cantar, pintar y construir. Por eso hay toda clase de historias a partir de lo lúdico. Por eso hay cuentos curiosos, corporales, asquerosos, de distensión, de nunca acabar, escabrosos, inquietantes, con bichos y personajes fantásticos. Las buenas historias son una experiencia con la complejidad de la vida y sus diversas incertidumbres, que el niño descubre con la ayuda de adultos que no utilizan los cuentos como trampas de aprendizaje sino para nutrir el imaginario de infancia.

Termino con un consejo que pueden tomar tanto padres como docentes. Los niños, desde la primera infancia, necesitan estar rodeados de la palabra, abrazados por el susurro de la poesía, de las metáforas, las onomatopeyas, las cadencias, la musicalidad y los silencios de la palabra que son el lenguaje de la oralidad, que es el puente hacia la lectura y la escritura. Cuando los niños hacen la relación entre el mundo de la oralidad, ese mundo de seres maravillosos, solos harán la conexión con el mundo real que tanto nos mortifica a los adultos.

El autor es escritor y encargado de la Oficina de Promoción de la Lectura en MiCultura

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