La lectura de cuentos y poesía en la primera infancia, aparte de ser un derecho, es una de las formas de felicidad que deja una huella en la vida de los niños.
Tal vez no hay nada más tierno y significativo como leer un cuento a un niño. Es tan sustancial como la nutrición que le da salud al cuerpo. Es tan importante como el juego que también aporta felicidad, imaginación, gozo e ilusión a la vida cotidiana en la infancia. Está demostrado que las emociones que descubre el niño a la hora de jugar lo ayudan a responder emocionalmente con creatividad frente a distintas situaciones de la realidad.
De la misma forma, la lectura es una experiencia lúdica que lleva al niño a responder desde la imaginación y a comprender el mundo que lo rodea. La influencia positiva que la lectura ejerce sobre la subjetividad del niño lo prepara para socializar de forma natural y lo blinda emocionalmente.
Es importante que el padre de familia entienda que la lectura de cuentos y poesía en los primeros años no solo es vital para acercar al niño a nuevos aprendizajes, sino que es la base para el desarrollo personal y la configuración del mundo que lo rodea.
Un “había una vez…” es una puerta que se abre y le permite al niño relacionarse con el mundo, le deja mirar la complejidad de la vida, porque la literatura infantil no solo transmite conocimientos, sino que favorece la construcción de la subjetividad para tener una idea más diversa de las cosas, al mismo tiempo que lo prepara para ser ciudadano.
Sin embargo, en la familia, que es el espacio indispensable para incentivar la lectura en los años iniciales, muchas veces, por condiciones de desventaja económica, no hay libros de literatura. Esta carencia, en particular, dentro de la familia, constituye algo que a veces perjudica el desempeño del desarrollo infantil.
Los primeros mediadores de lectura en la vida de los niños son sus padres y si ellos no tienen cómo comprar un buen libro, le están mutilando uno de los principales derechos a sus hijos y, además, impide un encuentro necesario para el desarrollo del pensamiento creativo y el imaginario infantil.
Es verdad que en muchas familias de bajos recursos los padres pueden comprar al menos un libro, pero prefieren gastar el dinero en otras cosas que no representan el mejor ejemplo para estimular el pensamiento.
Esto es una realidad de nuestro país. Pero tampoco existen políticas de cultura desde la lectura que atiendan a la primera infancia y que sirvan para sensibilizar a las familias en sus comunidades sobre la importancia de la cultura del libro.
¿Cómo propiciar un encuentro con la lectura y la familia? Más allá del momento escolar que aguarda al niño, ¿qué se puede hacer para que la familia participe en los procesos democráticos de la lectura? ¿Qué espacios se pueden construir y preparar para darle el derecho de leer a los niños.
En el escenario político que ya podemos ver que viene con discursos que se edifican con palabras clave como educación, pobreza, salud, etc., es vital que le reclamemos a los candidatos el compromiso de gestionar recursos para proyectos y programas de acercamiento a la lectura destinados a la primera infancia.
La apropiación de la lectura como un derecho, como práctica sociocultural y funcional, significa que los niños tienen derecho a la cultura de la lectura desde el hogar, desde sus bibliotecas públicas y escolares, y cualquier otro espacio como las ludotecas o bebetecas, que no existen en Panamá, y programas que dejan huellas indelebles en los niños.
Programas de acercamiento a la lectura desde la primera infancia que se puedan medir y darle seguimiento, y que no sean destruidos por la mano política solo porque no fueron creados por ellos.
Existen los informes, estudios, leyes e investigaciones pertinentes que solo hay que consultar para saber edificar un país pensado también para los niños. Se ha escrito demasiado, pero se ha construido poco.
Hay referentes exitosos de otros países sobre el trabajo con la primera infancia. Hay organizaciones y asociaciones culturales en el país dedicadas a la niñez y la cultura con personas capaces de aportar el conocimiento que permita tener una ruta y un mapa que favorezca el ambiente sano para los niños.
No podemos seguir diciendo que Panamá es un país desarrollado cuando tiene bibliotecas públicas y escolares empobrecidas, cuando no hay programas para la población más desfavorecida que no puede ir a una feria de libros o a la librería.
La Prensa, 10 de junio de 2023
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