Carlos Fong
A veces tengo la percepción de que los panameños vivimos en mundos paralelos. Esa clase de realidad cuántica donde suceden cosas que contradicen otra realidad. Según la realidad que nos toca vivir, puede ser una pesadilla o un dulce sueño. Por un lado, un mundo donde la razón favorece la condición humana y posibilita mejores condiciones para la vida y, por otro lado, un mundo distópico e indigno, donde gobierna la estupidez y la ignorancia que impiden los proyectos de vida.
El Programa Iberoamericano de Bibliotecas Públicas, Iberbibliotecas, presentó la Guía para estudios de valor en las bibliotecas, un documento diseñado para el fomento del desarrollo de las bibliotecas en la región, que permitirá brindar herramientas prácticas a las personas que trabajan por las bibliotecas, para medir el valor social y económico de estos equipamientos culturales. Mientras sucedía eso en otro universo, en el universo panameño se daba la noticia de que 9,059 obras de la biblioteca escolar del Instituto Nacional habían terminado en el vertedero de cerro Patacón.Para la guía se tomó como soporte principal la experiencia de un estudio de valor económico y social del 2021, que fue publicado por el Sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín, Colombia. Este estudio es un referente de cómo se pueden medir los productos positivos sobre el valor y el impacto de las bibliotecas. Tal vez en el país vecino, las cosas, en términos de política, no sean las mejores; seguramente, ellos también tienen sus mundos paralelos. Sin embargo, comparado con nuestro país, nos hace falta definir el sentido y propósito de las bibliotecas.
No es que no haya un camino andado. De hecho, la última vez que se habló de bibliotecas en el país fue desde dos propuestas: en el Pacto del Bicentenario, que fue una serie de acuerdos construidos desde la ciudadanía para ayudar a cerrar las principales brechas socioculturales, y en el proyecto de ley 755, que establece el marco jurídico de las bibliotecas públicas en la República de Panamá. Quiere decir que lo que hace falta es que nos pongamos de acuerdo en problematizar el tema del futuro de las bibliotecas de una vez por todas.
Si hay algo en que no nos hemos puesto de acuerdo los panameños es en la importancia que tienen la lectura, el libro y las bibliotecas. Esto es evidente si vemos el estado general de las bibliotecas públicas y escolares. La biblioteca del Instituto Nacional era emblemática, con un patrimonio de memoria muy valioso. El destino que corrieron los libros es injustificable e imperdonable. Las autoridades que tomaron la decisión de arrojar los libros al vertedero se defienden diciendo que los libros tenían ácaros y polillas.
Esta justificación evidencia que los libros del Instituto Nacional no se cuidaron por mucho tiempo. También demuestra que no había un trabajo bibliotecario con una estrategia y objetivo, un acompañamiento cariñoso con un diseño de política institucional para cuidar los libros. Finalmente, también demuestra la ignorancia, porque hay formas de curar los libros cuando aún las polillas no los han destruido. Es imposible creer que tantos libros estaban devorados por los bichos.
Sea como sea, este hecho debería de ser un referente para que las bibliotecas escolares y las públicas merezcan ser atendidas. Es triste saber que en nuestras instituciones escolares y de cultura, los servidores públicos desconocen el valor social de las bibliotecas. Hay sujetos que argumentan que las bibliotecas ya pasaron de moda, que ahora tenemos el internet. Esa mentalidad no es la de una persona moderna; es la de una persona salvaje. Basta con recordar que en los países desarrollados, las bibliotecas son instituciones relevantes que impactan en la calidad de vida de la gente.
Retomando el tema de la guía para estudios de valor en las bibliotecas, es urgente que en Panamá se hagan estos estudios de valor, porque son una herramienta fundamental para que las bibliotecas públicas se valoren desde su esencial función en la sociedad. Estos estudios, dicen los expertos, proporcionan información relevante que permite conocer la forma en que los ciudadanos perciben las bibliotecas, de qué forma las disfrutan, se las apropian o las prefieren y les conceden un papel importante en sus vidas.
No deberíamos sorprendernos si en una encuesta nacional, la percepción ciudadana fuera negativa hacia las bibliotecas. Como sociedad, hemos ido perdiendo el valor por las cosas que realmente importan. Pensamos que una computadora, el wifi o el celular pueden reemplazar lo que da un libro.
Hemos olvidado que el libro ha sido, desde su creación, el invento que ha servido a la humanidad para conquistar la libertad. Es el libro el que ha sido perseguido por dictaduras y tiranos, porque es el único objeto más antiguo capaz de despertar en el ser humano el principio de incertidumbre que es el detonador del espíritu crítico.
Tengo la opinión de que un país que no cuida a sus niños, su educación, su cultura y sus bibliotecas, es un país ciego condenado a vivir de ese lado de la realidad cuántica, donde la mediocridad, la violencia y la insensibilidad son cosas normalizadas. Tal vez cuando tengamos líderes políticos en cada institución y líderes cívicos en cada comunidad, capaces de apreciar el valor de una biblioteca, solo tal vez podamos empezar a vivir del lado de una realidad donde los libros no terminen en la basura.
La Prensa, 01 de octubre de 2022
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