viernes, 14 de octubre de 2022

Comienzos de cuentos (segunda parte)

Un cuento puede iniciar con la presentación del personaje a través de un monólogo, como sucede en el cuento El corazón delator de Edgar Allan Poe: “¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. Pero, ¿por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia”.

Algunos cuentos inician de manera más coloquial y se valen de los parlamentos donde uno de los personajes puede ser demasiado sarcástico, como pasa en La ventana abierta, de Saki, donde prácticamente el personaje se vale de la narración oral que funciona como un intertexto pero que solo es un artificio del escritor para crear tensión dramática:

- Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel -dijo con mucho aplomo una señorita de quince años-; mientras tanto, debe hacer lo posible por soportarme. Otros diálogos son más dramáticos para reflejar la situación existencial de los personajes y el contexto social histórico. En Diles que no me maten, de Juan Rufo, vemos un ejemplo:

 

- ¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.

- No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.

- Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.

- No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.

- Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.

En el arte de escribir cuentos, el poder de fabulación lleva a los autores a crear personajes que dan inicio a las historias donde los personajes no necesariamente son humanos, como ese magistral cuento de Clarice Lispector que se llama Una gallina, que inicia así: “Era una gallina de domingo. Todavía vivía porque no pasaba de las nueve de la mañana. Parecía calma. Desde el sábado se había encogido en un rincón de la cocina. No miraba a nadie, nadie la miraba a ella. Aun cuando la eligieron, palpando su intimidad con indiferencia, no supieron decir si era gorda o flaca. Nunca se adivinaría en ella un anhelo”.

El tema de la identidad se presenta de muchas formas en los cuentos. Hay veces en que, más allá de ser un tema, es un recurso para presentar a los personajes y trascender en su esencia. Flannery O’Connor nos muestra en La buena gente del campo un comienzo donde cierta duplicidad de la identidad de su personaje abre la historia: “Aparte de la expresión neutral que tenía cuando estaba sola, la señora Freeman tenía otras dos, una ansiosa y, la otra, contrariada, que usaba en todas sus relaciones humanas”.

Las descripciones en un buen cuento no deben abusar de la paciencia del lector. Sin embargo, hay cuentos donde las descripciones son magistrales, como esta en el cuento Bola de Sebo, de Guy de Maupassant. Es una descripción donde se hace una radiografía de un colectivo, no solo a una persona: “Durante muchos días consecutivos pasaron por la ciudad restos del ejército derrotado. Más que tropas regulares, en dispersión. Los soldados llevaban las barbas crecidas y sucias, los uniformes hechos jirones, y llegaban con apariencia de cansancio, sin bandera, sin disciplina. Todos parecían abrumados y derrengados, incapaces de concebir una idea o de tomar una resolución; andaban sólo por costumbre y caían muertos de fatiga en cuanto separaban”.


La muerte es uno de los temas de muchos cuentos. A veces aparece de manera sorpresiva y otras de manera gradual, incluso es el personaje principal. Con William Faulkner en Una rosa para Emily, la muerte aparece desde las primeras líneas: “Cuando murió la señorita Emily Grierson, todo nuestro pueblo asistió a su entierro; los hombres por una especie de afecto respetuoso hacia un monumento caído, las mujeres sobre todo por curiosidad de ver su casa por dentro, que no había visto nadie en los últimos diez años excepto un viejo criado -una combinación de jardinero y cocinero”.

Enrique Anderson Imbert, en esta pieza de oro de la cuentística que se llama El leve Pedro, la muerte aparece como una enfermedad liviana, sin peso: “Durante dos meses se asomó a la muerte. El médico refunfuñaba que la enfermedad de Pedro era nueva, que no había modo de tratarse y que él no sabía qué hacer... Por suerte el enfermo, solito, se fue curando. No había perdido su buen humor, su oronda calma provinciana. Demasiado flaco y eso era todo. Pero al levantarse después de varias semanas de convalecencia se sintió sin peso”.

Estos son algunos de los comienzos de cuentos preferidos que me han cautivado. Desde luego que hay cientos de cuentos que sería imposible citar. Esta es una selección personal y casi arbitraria. Nos queda pendiente hacer un artículo de los comienzos de cuentos panameños, incluso, de novelas que vale el esfuerzo rescatar.

La Prensa, 15 de octubre de 2022

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