viernes, 7 de octubre de 2022

Comienzos de cuentos (primera parte)

Carlos Fong


Leer cuentos es una de las cosas que más me apasionan aparte de una buena hamaca o una buena comida. Encuentro en la lectura de cuentos una forma de confrontar distintas condiciones de la vida humana como la soledad, el desarraigo, la frustración, el miedo, pero también para tener encuentros con la felicidad, la voluntad, la ilusión y la esperanza. Es inevitable leer una buena historia y no quedar con ese sentimiento a veces de incertidumbre o de asombro que nos hace mirar las cosas de la vida de otra forma.

Un cuento bien escrito debe desde las primeras líneas cautivar. Es esa frase gancho como en los cuentos de niños que comienzan con Había una vez… Entonces se firma un contrato tácito entre el lector y el escritor para seguir leyendo. Desde que me gusta leer cuentos me ha llamado la atención la forma magistral de algunos relatos. Ya con el tiempo, como buen aguafiestas, los estudios literarios lo llevan a uno a tipificar o a categorizar ciertos tipos de inicios. Algo bastante baladí porque seguramente los escritores no se sientan a escribir pensando en algo como: “Voy a empezar esta historia con una descripción atmosférica cerrada…”

Ningún escritor, creo yo, se sienta a trabajar con esa actitud, pero, seguramente, sí se preocupa porque el comienzo de su historia tenga un poder de persuasión y sea un buen comienzo. En los años que llevo leyendo cuentos es imposible recordarlos todos, pero podría citar algunos comienzos de cuentos que me han parecido magistrales y que nos sirven, a los aguafiestas que hacemos crítica literaria, para hablar de tipos de cuentos y para invitar al lector a leer cuentos.

Existen cuentos que inician con tipos de comienzos como un diálogo, una prosopopeya, que apelan a la memoria, una pregunta, una descripción lúgubre de un paisaje, una afirmación, una sospecha, una descripción de un espacio, una escena erótica, un sueño, una imagen, una carta, un desdoblamiento de la identidad, una metamorfosis, y podríamos seguir porque existen cientos de estrategias textuales para iniciar un cuento.  Cualquiera que sea el tipo de comienzo debe contener elementos que hagan referencia a la historia que sigue sin precipitarse y con un nivel de persuasión interesante.

En Mi vida con la ola, Octavio Paz, inicia con una personificación o prosopopeya: “Cuando dejé aquel mar, una ola se adelantó entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar de los gritos de las otras, que la detenían por el vestido flotante, se colgó de mi brazo y se fue conmigo saltando.” Mientras que Jorge Luis Borges inicia Tlön, Uqbar, Orbis Tertius con un objeto que despierta intriga: `Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía…”

Cuentistas como Horacio Quiroga prefieren la acción dramática sobre el personaje. Es el caso de su cuento A la deriva: “El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque”. Otra forma de acción dramática sobre el personaje es a través de una transformación y es el caso de La metamorfosis, de Franz Kafka, un relato que para algunos es un cuento y para otros una novela corta, yo prefiero la opción del cuento: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.

Otros cuentos inician con una acción hiperbólica sobre el personaje como lo hace Ray Bradbury En la noche: La señora Navarrez gimió de tal manera durante toda la noche que sus gemidos llenaban el inquilinato como si hubiese una luz encendida en cada cuarto, y nadie pudo dormir”. Hay cuentos que inician de forma lúdica para desafiar al lector e invitarlo a jugar como hace Gianni Rodari en A enredar los cuentos: “-Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla…”

En lo personal me gustan los cuentos que inician con descripciones. No cualquier descripción. Esas descripciones preparan al lector porque lo que se va relatar será perturbador. Edgar Allan Poe fue un maestro en este tipo de inicios en La caída de la Casa Usher nos da un ejemplo de una descripción de ambientación atmosférica que prepara al lector: “Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher”.

En la literatura de corte fantástico hay muchos autores de este género que es difícil escoger un cuento con un inicio magistral. De hecho, ya cité a Kafka y a Borges, pero no me perdonarían los lectores si no citamos a Julio Cortázar. De tantas piezas con inicios grandiosos de este autor quiero citar un cuento que inicia con un desdoblamiento de la identidad y lo vemos en el cuento Axolotl: Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl”.

La Prensa, 8 de octubre de 2022

 

 

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