sábado, 21 de mayo de 2022

Los elementos de la destrucción

En El Eclipse, el cuento de Augusto Monterroso, se narra la historia de Fray Bartolomé Arrazola quien se encuentra perdido en la selva de Guatemala.  Arrozola es atrapado por un grupo de indígenas que se disponen a sacrificarlo. Él tratará de librarse de la muerte valiéndose de su cultura universal y conocimientos astronómicos; pero, finalmente, el sacerdote indígena abrirá su pecho en la piedra de sacrificios.

El Eclipse puede tener muchas lecturas. Una de las cuales plantea el tema del choque cultural de dos civilizaciones. La civilización colonizadora ve a la otra, no como una civilización organizada con cultura, sino como a un grupo de salvajes ignorantes, bárbaros carentes de educación, por lo tanto, merecen ser colonizados.

En el relato se cita a Aristóteles, creador de la tesis de la servidumbre o inferioridad natural que fue acogida por Santo Tomas de Aquino, de allí la conocida tesis aristotélica-tomista que utilizaron los colonizadores para esclavizar y exterminar a los pueblos indígenas. En el cuento los conocimientos de Aristóteles no le sirven al personaje para salvar la vida. Los sacerdotes mayas no logran ser engañados y demuestran sus conocimientos astronómicos sin la ayuda de Aristóteles.

Frantz Fanon nos recuerda que la descolonización es siempre un fenómeno violento. Sin embargo, esa transición también es una tensión donde el conocimiento es vital para la emancipación o la conquista. Por eso el cuento termina de forma violenta y las fricciones del conocimiento representan la vida y la muerte.

El debate sobre los derechos de los indígenas se va a dar en la famosa disputa de Vallalodid protagonizada por Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de Las Casas. La discusión entre Sepúlveda y Las Casas, apoyada en las Crónicas de Fernando González de Oviedo, sentará las bases del derecho jurídico-político y una nueva mirada filosófica del pensamiento.

Cuatrocientos años después se dará otra polémica, esta vez entre Leopoldo Zea y Salazar Bondy sobre la autenticidad o posibilidad de un pensamiento o filosofía latinoamericana. Ha corrido mucha agua en el río. Hoy existen instituciones como las bibliotecas, donde se conserva el pensamiento y el conocimiento que permiten construir sociedades democráticas y donde se cuidan los derechos culturales, porque el conocimiento es una forma de libertad y un derecho.

¿Por qué traemos estos relatos de lucha y tensiones donde la libertad y el derecho han tenido un protagonismo relevante? Porque estamos convencidos de que en Panamá las personas desconocen sus derechos a la información y el conocimiento. Se ignora el poder que tiene el conocimiento. Se desconoce el relato de la historia de los derechos humanos.

Vayamos al punto. Cuando se descubrió que la biblioteca del Instituto Nacional había desaparecido era motivo para que la ciudadanía reclamara su derecho. Solo un grupo pequeño de personas protestó, por suerte, y la denuncia por parte de Ileana Gólcher se dio a conocer.

En nuestro país se pierden esculturas, libros, se destruye la memoria y las bibliotecas desaparecen de varias formas, porque la ciudadanía desconoce la noción de derechos culturales y su categoría de sujetos sobre esos derechos. No hay cultura de la memoria ni se valora todo lo que genera pensamiento. Existe una actitud colonizadora que pretende desvirtuar el valor de las bibliotecas y la comunidad desconoce su derecho a la información.

En nuestro país nos descolonizamos gracias a un proceso histórico donde la violencia no faltó, donde los mártires derramaron su sangre, pero aún seguimos colonizados por la ignorancia y por la indiferencia de las autoridades. Seguimos eclipsados desde una institucionalidad y una gobernabilidad que no tiene interés de despertar el amor por el pensamiento y el conocimiento.

En nuestro propio país se ha generado un pensamiento y una literatura importantes que permitieron definir categorías como nación, nacionalidad, Estado, soberanía, dependencia, colonia, identidad nacional y realidad social y el derecho. Bastaría con mencionar a Ricaurte Soler, Diego Domínguez Caballero, Humberto Ricord, Rodrigo Miró, Raúl Leis, Olmedo Beluche, Octavio Tapia, podríamos seguir. Nuestros jóvenes y niños no conocerán estos nombres y muchos otros porque están siendo borrados de la memoria colectiva.

Podemos entender que hacia los años 643-644, un musulmán egipcio llamado Amr ibn al-As le fuera encomendada la misión de destruir un museo donde estaba la biblioteca de Alejandría; podemos entender que Shih-Huang Ti, el emperador que edificó la Gran Muralla China, hiciera quemar todos los libros anteriores a él con el propósito de que la historia empezara a partir de su reino; podemos comprender que los nazis decidieran hacer hogueras con los libros que ellos odiaban; podemos imaginar por qué durante la Segunda Guerra Mundial más de 500 mil libros de la Biblioteca Estatal de Baviera ardieron; podemos entender por qué en 1993 fueron destruidas las bibliotecas por parte de las milicias nacionalistas croatas; podemos entender por qué en el 2003 las fuerzas de coalición, lideradas por los Estados Unidos,  se ensañaron con la biblioteca nacional de Irak y quemaron más de un millón de libros, entre ellos las únicas tablillas de la civilización sumeria y documentos del periodo Otomano.

Todas estas tragedias tienen un propósito por muy salvaje que parezca. Todas se pueden justificar desde la lógica del coloniaje.  Pero en Panamá, no podemos entender por qué razón se odian tanto a las bibliotecas y, aunque no las encienden en llamas, podemos pensar en una destrucción sistemática de la memoria. Algo que vamos a pagar muy caro y que tal vez ya estamos pagando desde una ciudadanía que desconoce sus derechos y sus tesoros.


La Prensa, 21 de mayo de 2022

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