Es probable que nunca en la historia de la humanidad había sido tan importante entender la necesidad de retomar la relación de los humanos con la naturaleza; jamás había sido tan indispensable desarrollar destrezas para el conocimiento que nos ayuden a construir sociedades más justas y equitativas; ningún tiempo pretérito ha sido tan imprescindible para que la humanidad reconozca el valor de la solidaridad, la cooperación, la resiliencia y la empatía; nuestras capacidades y habilidades intelectuales nunca habían jugado un papel tan decisivo en el presente para definir el destino.
Todo lo anterior podría resumirse, en una palabra: Cultura. Tal vez en toda la historia de la especie humana jamás la cultura había sido tan protagónica en un escenario universal donde las artes ayudaron a resistir la incertidumbre y la ansiedad; donde la ciencia y el conocimiento fueron decisivos para combatir el Sars-CoV-2; donde las estrategias de reorganización de una nueva normalidad produjeron una forma de convivencia nunca antes vista; donde la educación, pese a la brecha sin precedentes que afectó directamente a las poblaciones más vulnerables en todos los territorios, dejó a millones de personas sin recibir instrucción escolar y otros millones que desertaron.Todo esto se puede enmarcar en la
cultura. La cultura es un componente fundacional en la toma de decisiones de la
única especie que ha sido capaz de inventar la escritura, el libro, la lectura,
los rifles, las bombas y los bombarderos. La cultura es destrucción y es
construcción; la cultura es fatalidad y felicidad. La cultura es Dios y el
diablo, al mismo tiempo. Es el diálogo entre el infierno y el cielo.
Ha sido la misma cultura la que
ha matado a millones de personas en los últimos dos años. El fracaso de la
cultura podríamos decir consiste en que somos incapaces detenernos. La cultura
de la destrucción y la violencia son las más dañinas; esa forma de tratar a la
naturaleza desde las costumbres, creencias y tradiciones culturales que han creado
una brecha entre el hombre y su mundo. Sí, es la cultura, es decir, ese
conjunto de valores, pensamientos, ideas, conceptos que hacen que los humanos
tengan cierto comportamiento, cierta actitud, una organización como colectivo;
una raza humana que cada vez necesita consumir más, devorar más; una especie de
animal pensante con una cultura egoísta que ha destruido y está destruyendo la
naturaleza sin parar.
Por otra parte, paradójicamente, ha sido la cultura la que nos ha mantenido vivos. La cultura nos ha ayudado a seguir buscando otras posibles formas de convivencia que nos devuelvan la relación que existía con la naturaleza. Con la cultura hemos creado instituciones que son fundacionales en la construcción de sociedades prósperas, justas, inclusivas y democráticas. Con la cultura podemos tomar decisiones que nos salven del desastre. Hemos edificado un pensamiento y conocimientos que pueden orientarnos. Esta dualidad de la cultura, está contradicción es la que da sentido a todo lo que hacemos como seres humanos.
Escribe Carlos Julio Cuartas
Chacón en un ensayo sobre Pedro Claver, que al menos existen dos formas de
pensar el término cultura. Uno es cruel, casi perverso, pero tiene mucho
sentido, y el otro es más cándido, casi utópico, pero ofrece esperanza. Para
eso cita a Antonio Caballero que considera que
"hay muchas almas cándidas que piensan que nos mataríamos menos si
hubiera más cultura. Y que haya que fomentar la educación y la cultura para que
alcancemos la paz. Me parece que pensar así es tomar el rábano por las hojas.
Nos matamos a causa de la cultura, como consecuencia de la cultura, y no porque
esta nos haga falta»
La otra noción tiene más esperanza
y se centra en la cultura como una herramienta de transformación, casi de
resocialización. Cuartas Chacón cita ahora a Franco Bianchini para quien «las
actividades culturales tienen una función importante en la cohesión social,
para desarrollar una cultura de la paz y del respeto». Para Cuadras la palabra
cultura puede apelar a escribirse con minúsculas cuando la pensamos en términos
de políticas culturales, cuando se suscribe al arte, y se escribe con
mayúsculas cuando intenta describir a la sociedad actual; por eso escuchamos
expresiones como cultura de la violencia, cultura de la corrupción o cultura de
la muerte.
Debo confesar que soy de ese bando de personas cándidas que piensa que nos mataríamos menos si tuviéramos más bibliotecas, más museos o más centros culturales. Soy de los que cree que una persona puede cambiar su calidad de vida, al menos espiritual, si tiene un encuentro más estrecho con los hechos del arte. Sin embargo, estoy convencido de que si reconocemos que la cultura es solo una representación simbólica de valores que en sí mismos no son nada, pero que adquieren sentido cuando podemos direccionar sus virtudes o defectos hacia la construcción de competencias ciudadanas. De nuestro sentido y propósito de la cultura, de la idea que tengamos de lo que realmente importa, dependerá que decidamos destruir bibliotecas o poner un rifle al alcance de un niño.
La Prensa, 28 de mayo de 2022.
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