“Antes todo se hacía con los puños: ahora, la
fuerza está en el saber, más que en los puñetazos; aunque es bueno aprender a
defenderse, porque siempre hay gente bestial en el mundo, y porque la fuerza da
salud, y porque se ha de estar pronto a pelear, para cuando un pueblo ladrón
quiera venir a robarnos nuestro pueblo. Para eso es bueno ser fuerte de cuerpo;
pero para lo demás de la vida, la fuerza está en saber mucho, como dice Meñique.”
José Martí. 1975, XVIII, 349 - 350:”La última página”, La Edad de Oro (Vol. I, No 1, julio, 1889).
Hace 32 años
el filósofo argentino, Mario Bunge, detectó 7 pecados capitales en las
universidades españolas y latinoamericanas. Decía que la crisis universitaria
no era coyuntural sino estructural. Esa aserción fue hecha hace más de 30 años
y, hoy día, la Universidad de Panamá padece aún de algunos de estos males.
Nuestra Universidad es anacrónica y la única forma de curarla de este mal está
en su restructuración. Esta reorganización debe ser administrativa, académica,
cultural e incluso, política.
En la
actualidad la Universidad de Panamá no reúne las condiciones para favorecer la
misión de una casa de estudios superiores: promover los sectores cultural,
social y científico. Toda universidad, que merezca ese nombre, incluso si es
una universidad especializada, debe fomentar la creatividad, el desarrollo del
conocimiento y la investigación científica.
Si la universidad no está ofreciendo los componentes necesarios para
producir conocimiento nuevo, para fortalecer los estudios culturales, para
crear planes de estudios atractivos que fortalezcan la matrícula, significa que
no está cumpliendo con su gestión.
Mi opinión
puede ser temeraria y tal vez solo conseguiré ganar muchos adversarios, pero me
voy a arriesgar y apuntar algunas de las principales causas (seguro hay más)
que mantienen nuestra universidad sumergida en el anacronismo. La primera es el
feudalismo institucional imperante: el sistema de la casa de Octavio Méndez
Pereira es de la Edad Media porque políticamente está organizado en una cadena
de vasallos y señoríos que no permiten una visión académica renovada. Las
sucesivas reelecciones del mismo rector han despertado la suspicacia y la duda,
y esto sucede porque el que representa a la autoridad no lo hace en función de
valores legítimos.
La segunda, y
sé que muchos me criticarán la observación, es que la universidad se ha
convertido en un coliseo político; una arena política formada principalmente
por los estudiantes quienes se ven más preocupados por la ideología que por
generar conocimiento y pensamiento crítico.
Aquí quiero
detenerme para aclarar algo. La universidad debe ser un centro de pensamiento y
de acción. Como santuario de la educación, su moral debe radicar en defender
los intereses de la nación, pero su misión debe ser la defensa del conocimiento.
La universidad que no produce conocimiento, es inmoral. En este sentido lo político,
lo social y lo cultural deben ir de la mano sin permitir que la política
partidista prime sobre los intereses de la nación y del saber. La universidad
no puede ser cuna de fariseos que van en contra de la vocación de pensar, tampoco
nido de falsos gurús que ni educan ni reflexionan, porque se dejan llevar por
la pasión de una doctrina. En este escenario los jóvenes son los más
vulnerables porque, como decía el poeta Antonio Machado, tienen “…sangre joven y espíritu villano”. Pero
esta rebeldía es inútil si no lleva como bandera el espíritu crítico, el saber,
el análisis y el gusto por la formación.
La tercera es
la pérdida de los valores académicos y la indiferencia social. También aquí son
los estudiantes el centro de atención. Como se ha perdido el norte y la
verdadera noción de la universidad, hay dos tipos de estudiantes: los que
llegan a la universidad y tratan a toda costa de conseguir un título para poder
trabajar y los que se distraen en organizaciones políticas y descuidan el valor
del conocimiento. Los primeros están gobernados por la indiferencia y la
participación ciudadana, no les interesa; y ambos ignoran que la universidad es,
ante todo, un espacio para excelencia intelectual que va más allá de un título.
Los que
escogen graduarse a como dé lugar, están convencidos de que la universidad es
como sacar la licencia de conducir. Lo importante es entrar al mundo laboral y
la conciencia social no es prioridad. La lógica de la competencia seduce a los
jóvenes y los hace cada día más indiferentes y la universidad no está haciendo
nada para impedirlo. Con los otros es todo al revés: han puesto la ideología
por encima de la competencia. Lo cual también es grave. La ideología, afirma
Mario Bunge, es un campo de creencias, deseos y programas, no un campo de
investigación. Hay un cuento de Orson Scott Car que dice: “El mal ocurre en el medio, y el bien va hacia los bordes”. Creo que
ambos tipos de estudiantes deben aprender a encontrar el borde; pero sin una
universidad que fomente el pensamiento crítico, es imposible.
Todo este
mundo de indiferencia por lo social y el conocimiento para mí está resuelto en
una escultura que está en la entrada de la universidad nacional. La imagen del
hombre caminando a ciegas nos evoca la alegoría o mito de la caverna de Platón.
En la actualidad el hombre está confinado a una caverna donde se proyectan sombras.
Estas sombras son apariencias. No es la verdad ni la libertad. Dice Allan Bloom que la educación es el
movimiento desde la oscuridad hacia la luz. La escultura, si miramos bien, es
un hombre tratando de moverse. Ese movimiento representa una búsqueda, un deseo
de libertad, de ascender hacia la luz y, al mismo tiempo, la relación del pensamiento
con la sociedad.
No quiero
finalizar sin dejar claro que mi esperanza para que esta restructuración de la
Universidad Nacional sea una realidad para dejar de andar a tientas y
encadenados por una caverna, está en el profesor Eduardo Flores como nuevo rector. Sin ninguna intención de restarles
mérito a los demás candidatos, creo que Flores tiene un proyecto iluminista que
arrojará luz sobre esta caverna de imágenes falsas. Solamente con ciencia, investigación,
cultura y un rescate por las humanidades
en este feroz mundo de las competencias, la Universidad Nacional saldrá de las
sombras. Y Eduardo Flores puede
hacerlo porque en él existe una asamblea de saberes y voluntades para lograrlo.
Carlos Fong
Carlos Fong
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