Por: Fong Carlos
Mi padre, Jaime Enrique Fong
Medina, fue un explotador y abusador. Mi padre abusó de mis derechos. Mi padre fue
un tirano. Desde luego que estoy haciendo uso de una figura literaria al hablar
de mi padre.
Antes de cumplir los 18 años
trabajé, con el permiso de mi padre, en
una ebanistería. Era de un vecino amigo, don Camilo Barahona (qepd). Trabajé lijando muebles un par de horas en la mañana y me daba 4 dólares y almuerzo.
Luego me iba para la escuela.
Siendo un adolescente trabajé en
una llantería propiedad de los hermanos Fong, o sea, de mi padre y de mis tíos.
En realidad el único que sabía que yo trabajaba allí de vez en cuando era mi
padre. En aquella época no existían los aparatos que hay ahora para reparar los neumáticos. Para
sacar el tubo de la llanta tenía que usar dos palancas de hierro. Era duro y peligroso. Pero
la recompensa de trabajar en la llantería era que cogíamos unos tubos gigantescos y
nos íbamos para el río.
Trabajé repartiendo tanques de
gas para la distribuidora Panagas de los hermanos Fong, es decir, trabajé para
mi padre. Me iba con él los sábados y le ayudaba. Recorríamos San Carlos,
Chame, Veracruz repartiendo tanques de gas por las abarroterías.
Trabajé en la finca de mi padre
en Playa Leona. Era una finca de crianza
de pollos. Recogía la ñinga de los pollos, daba agua a los pollos, vacunaba a los pollos. Para llevar agua a la
finca, llenábamos 8 tanques, cada uno de 12 latas, en el Coco de La Chorrera,
donde vivíamos. Salíamos a las 9 de la noche en el pick up de mi padre rumbo a
Playa Leona. Todos los muchachos del barrio querían ir. Por el camino íbamos
comiendo marañones y mangos que arrancábamos de los árboles por el camino cuando mi papá detenía el carro.
Cuando llegaba el tiempo de
recoger pollos había que madrugar o hacerlo a las 12 de la noche. Llenábamos
hasta tres camiones de pollos. No recuerdo cuantas jaulas cabían en cada
camión. En cada jaula entraban 10 aves. Después los llevábamos a los mataderos
de Fidanque camino a Puerto Caimito.
Trabajé con mi padre en una
pequeña empresa que instaló en la casa de El Coco. Vendíamos platanitos en las tiendas.
Mi padre compraba las cabezas de plátanos. Luego la pelábamos y freíamos los
platanitos y los empacábamos. El negocio no fue muy próspero y mi padre construyó en el patio trasero una
galera de gallinas ponedoras, después de vender la finca. Teníamos que recoger
los huevos y limpiarlos para después llevarlos a las tiendas y venderlos.
Después criamos pollos de
engorde. Mi padre me enseñó a matar pollos. Yo le ayudaba a degollarlos. Los
colgábamos por las patas de 5 en 5 mientras la tierra se ensangrentaba. Mi
padre nos pagaba 25 centavos por cada pollo que desplumábamos. Mi mamá los
metía en una olla hirviendo de tres en tres y nosotros los desplumábamos. Mi
padre me enseño a sacarles las entrañas a los pollos. Los limpiábamos y los
vendíamos en las abarroterías.
Los años de mi niñez y
adolescencia no los cambio por nada. Hice muchas cosas que hoy son vino y miel
en mi memoria. Los recuerdos de la finca han quedado en la primera novela que
escribí (y que saldrá en agosto de este año). El trabajo que hice con mi padre me enseñó el
valor de muchas cosas que hoy cuento a mis hijos con orgullo.
La noción que tengo del trabajo
infantil es cuando se obliga a los niños a trabajar y se violan sus derechos a estudiar,
entre otros. Mi padre jamás nos dejó abandonar la escuela ni nos cuartó la
infancia. Me daba dos dólares los sábados. Cuando salía con él a trabajar me
daba más y me decía que me comprara algo que necesitara.
Hace un par de años mi hijo mayor
me pidió permiso para ir a trabajar a una finca con un vecino. Cuando regresó
me dijo que él mejor estudiaba y así lo hizo. Creo que hoy día es necesario
no confundir las cosas. Creo que no es
malo que un niño trabaje en su casa para ayudar a sus padres; haciendo oficios domésticos, por ejemplo, incluso para ganar dinero. Otra
realidad es que a los niños los obliguen a trabajar hasta violar sus derechos como
sujetos. Doy gracias a Dios porque mi padre fue un tirano. Un tirano de amor
que me inculcó valores y respeto por las cosas. Mi primer empleador, mi padre.
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