La semana pasada tuve el placer de ir al Teatro Nacional para ver al Ballet Nacional de Panamá, quien ponía en escena la obra La Cucarachita Mandinga, la adaptación musical de Gonzalo Brenes Candanedo, con libreto de Rogelio Sinán y versión musicalizada por Roque Cordero. Ese día confirmé algo que he pensado muchas veces: la profunda relación que existe entre el cuerpo y la literatura. Además, comprobé que la narración oral y los cuentos son un relato para toda la vida.
En un texto que se pierde en los tiempos de Federico Tuñón, titulado A propósito de La Cucarachita Mandinga, el autor apunta que la obra fue ensayada como teatro mínimo en 1937. El impacto que causó la obra en aquella época, por su “coro de grillos, radios, autoparlantes, silbido de sirenas, automóviles, etc., que daban a la historia rural un tono urbano…”, sin duda una versión moderna con matices de panameñidad, es muy posible que haya colocado la adaptación de Sinán en la historia de la literatura nacional.
A manera de docencia, hay que recordar que La
Cucarachita Mandinga no es una obra original de Rogelio Sinán, ni tampoco
es una obra nacional. Es una fábula o farsa que tiene muchas versiones en todo
el continente, incluso en Portugal y España. Existe un estudio de la Yolanda
Hackshaw titulado La Cucarachita Mandinga: narración transcultural,
publicado en el 2020 por la Editorial de la Universidad de Panamá. Es el
estudio más importante que conozco sobre el tema, hecho por una investigadora
panameña, pese a que otros autores también han escrito.
Además, nos dice la profesora, Fernán Caballero en sus Cuentos, oraciones, adivinanzas y refranes populares, publicado póstumamente en 1921, contiene el cuento La hormiguita, que narra la historia de una hormiga que se casa con un ratón. La profesora Yolanda sigue el rastro que llega hasta México donde, basado en el texto de Caballero, se publicó en la colección Chapulín la obra La Cucarachita Mandinga y el Ratón Pérez. Para la investigadora, es el proceso transcultural el que permite que este cuento haya sobrevivido a los tiempos, porque presenta una situación universal y humana de impacto para cada ser vivo: el encuentro de la pareja ideal.
Otro dato de suma importancia que nos regala el estudio de Hackshaw es que solo en Panamá existen seis versiones de la cucarachita: tres de Sinán, una de Federico Escobar, una versión ilustrada de Eudoro Silvera y una de Joaquina Padilla. Curiosamente, es la versión de Sinán la que se ha dado a conocer. He pensado que esto se da por la magistral intervención de Gonzalo Brenes y Roque Cordero, porque supieron elaborar una pieza musical adaptada a la danza y para el ballet nacional que hasta hoy sigue llenando de felicidad a niños y adultos. Es lo que vivimos todos los que fuimos al Teatro Nacional.
Esto está muy acorde con lo que hicieron los artistas panameños: Sinán, Brenes y Cordero. Colocaron la belleza de una historia a través de los sentidos, la música y el cuerpo. Visualizaron una escena romántica transcultural y postmoderna que desde el cuerpo y el movimiento le dan vida a un libreto que solo la imaginación y la ilusión pueden crear desde las artes escénicas, el poder la literatura y la magia de la danza.
No me resta más que felicitar al Ballet Nacional y a la Orquesta Sinfónica Nacional por este hermoso regalo. Al maestro Ricardo Risco y la directora ejecutiva del ballet, Gloria Barrios; a los coreógrafos Graciela Guillén, Juan Carlos Costoya, María Elena Jiménez, José Villamil, Alexa Gutiérrez, Diguar Sapi y Pilar Vega. Gracias especiales al elenco de la cucarachita, a los ratones, grillos, toros, caballos, cerdos, patos y sapos que nos llevaron a soñar y a reafirmar que sólo la imaginación es tan poderosa que puede vencer la realidad.
La Prensa, 06 de mayo de 2023
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