A Damaris Díaz de Szmirnov,
quien creyó en los
niños y jóvenes.
Por Carlos Fong
No debemos afirmar que los
jóvenes de hoy son menos nobles y buenos comparados a los del pasado. No
podemos asegurarlo, sólo podemos opinar. Los jóvenes hoy día parecen más indiferentes
y abusar de cierto narcisismo. Sin embargo, la totalidad de ellos es buena y
tiene preocupaciones igual que los del pasado. Si la mayoría de la juventud
fuera mala, el país se hubiera acabado. Lo que sí es cierto es que las
generaciones actuales son más vulnerables y están expuestas a peligros
distintos: carecen de referentes políticos y cívicos que los ayuden a tomar
decisiones como ciudadanos; tienen acceso a una educación que no forja el
pensamiento crítico y están cercados por los vicios institucionales en un país
sin un proyecto colectivo como nación. En el pasado, creo, no era así.
Afirmo que somos los adultos
los que hemos empobrecido el presente de los jóvenes. Hablé de peligros, esas
amenazas las hemos construidos los adultos. La adolescencia, sin temor a
equivocarme, es la etapa más difícil del ser humano, porque es allí donde se
toman las pequeñas y grandes decisiones que pueden definir la vida. Pero en un
mundo donde las dimensiones de la vida cotidiana –el entorno- está impregnado
de prácticas de corrupción, juega vivo, narco-tráfico, clientelismo,
oportunismo, impunidad, en un mundo así, ¿Para qué tomar buenas decisiones?
¿Para qué elegir ser bueno, si los malos viven mejor?
Somos los adultos los que
hemos edificados instituciones sin un proyecto común; somos los adultos los que
estamos destruyendo esa institución llamada familia, la única que crea lazos
éticos sólidos con la sociedad; somos nosotros los que tomamos decisiones equivocadas
que afectan a los niños y jóvenes; y somos quienes hemos construido una
mentira: Todo es relativo, todo vale mientras te sirve para triunfar. Todo es
aceptable y cuando lo aceptas todo, no te comprometes con nada. La palabra competencia ha sustituido el compromiso. Vivimos dentro de un domo
donde la noción de competividad ha
sustituido el sentido de la participación;
donde ser individuo es más ventajoso
que ser persona; donde es suficiente
ser habitante y no ciudadano.
Nociones como soberanía,
patria, nación, civismo, naturaleza, solidaridad, democracia, justicia han
perdido la sustancia elemental que le daban sentido: el imaginario de país. Ese
imaginario era un elemento que componía el ideal juvenil; hoy los cuerpos
juveniles se han adoctrinado como proyectos de individuos y no como proyecto
común. De allí el ataque directo a los elementos de la historia y la agresiva campaña
de consumismo: si logras sembrar la indiferencia por el pasado, disminuyes la
preocupación por los problemas reales del presente, lo importante es tener
cosas.
En gran medida las
decisiones de los jóvenes están condicionadas por las decisiones de los
adultos. Nuestras instituciones no están atendiendo las subjetividades de la condición
juvenil. Podría poner muchos ejemplos, pero sólo citaré dos: la inversión en actividades
efímeras y la ausencia de programas juveniles. Es más fácil destinar un millón
de dólares en el carnaval que en programas para la juventud. Si bien es cierto que
el carnaval es una fiesta que forma parte de nuestro patrimonio cultural y
necesita apoyo, no es menos cierto que sumas como esa no se consideran para
invertir en programas de desarrollo cultural en las comunidades.
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Es más fácil destinar un millón de dólares en el carnaval que en programas para la juventud. Foto de La Prensa. |
¿Qué hacen las Juntas
Comunales y los Representantes por los jóvenes en sus comunidades? Se ríen de
nosotros cuando hablamos de millones para construir equipamientos culturales o
para crear programas juveniles permanentes, cuando eso se gasta en 4 días de
jolgorio ¿Dónde está la Cámara de
Comercio, los empresarios? Cuidando que sus cajas registradoras hagan música en
sus oídos. Ellos prestan más atención a su mundo competitivo que a ese otro que
es cooperativo, constructivo, diverso, complejo, creativo que necesita también
un millón y más. Pero si vamos y presentamos un proyecto de un millón para
trabajar con jóvenes de comunidades vulnerables, campesinas o indígenas, se nos
ríen en la cara.
Lo que se ha perdido y hay
que recuperar cuesta más de un millón y una gran dosis de voluntad política. Se
ha perdido el sentido del ser nacional que implica una variedad de saberes. Se
han perdido los valores familiares y el amor por la persona. Se han perdido los
referentes políticos de liderazgo, clave en el sentido de construcción
ciudadana. Se han perdido las conexiones éticas y cívicas con la cultura. Y lo
que me deprime más, es que sobre esa descomposición social fingimos que somos
una tacita de oro en el corazón del mundo, pero no es verdad y esa mentira, esa
ilusión, se la vendemos a los niños y jóvenes cada vez que tumbamos un árbol
para poner un mall. Y, si un joven no alcanza esa ilusión y comete un error, lo
condenamos ¿Qué moral tenemos para
juzgarlos si nosotros construimos ese infierno?
3 comentarios:
Esta sociedad tiene un problema muy especial, el que la cultura como tal no sea un negocio hace poco probable una inversión consecuente con lo que se pierde, por otro lado los jóvenes de hoy deben lidiar con tantas pantallas en su vida que cave preguntarse si tienen oportunidad de ver el mundo?
No se educan mas personas, seres consientes de su humanidad, sino que ahora se instruyen futuros peones, son pocos los que ven algo mas allá de una casa y una quincena.
El plan estrella del gobierno es eliminar la letrinas, pero cuando cambien todos los baños del país tal vez se den cuenta que son las cabezas de las personas con vida de utensilio, la que esta llena stronza di merda,
Felicidades Carlos, hermoso articulo, y tan real como la vida mima. saludos.saray
Estoy totalmente de acuerdo con usted Profesor. Es cierto, estamos perdiendo la sensibilidad humana y la estamos reemplazando por la mecánica de la competencia y la actitud indiferente a lo que verdaderamente es valioso para cada uno y para todos: la paz, la justicia y la equidad.
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