sábado, 4 de noviembre de 2023

Del sentido de esperanza social

 

Carlos Fong

La Prensa, 04 de noviembre de 2023

En el libro El panameño, entre el malestar, la despreocupación y la esperanza, Octavio Tapia reflexiona sobre los problemas de nuestra sociedad moderna que se expresan en una serie de malestares como la descomposición del sentido ético, la degradación de los valores y el deterioro de las normas mínimas de convivencia que deviene, inevitablemente, en una condición de barbarie. Octavio Tapia analiza también los distintos sentidos de esperanza del ser panameño. La esperanza entendida en una primera instancia, como lo “aún no acontecido”, “lo aún no alcanzado” o “algo mejor por venir”. La esperanza como categoría de posibilidad existencial. Los seres humanos estamos constantemente “esperando”.

Sin la existencia de una idea de esperanza, una sociedad y un país, no pueden construir su porvenir, no pueden construir una idea de futuro promisorio, como tampoco le es posible construirlo en el plano individual”, escribe Tapia. “La idea de esperanza es condición indispensable para la experiencia histórica…”, añade. Esto está en sintonía con lo que Richard Rorty, uno de los pensadores contemporáneos más importantes del pragmatismo estadounidense, escribió en un ensayo titulado Sin sueños no hay esperanza, donde sostiene que sin esperanza no hay futuro, porque es necesario tener ideales y sueños que motiven acciones políticas.

El sentido de esperanza social y el sentido de esperanza política son de suma importancia. Me ayudo una vez más de Tapia: “… la esperanza social se convierte en la capacidad para crear, encaminar y racionalizar esfuerzos colectivos tendientes a la obtención de objetivos previamente establecidos”. Pero, aclara el autor que para que un proyecto de esa magnitud sea real se “requiere de referentes actitudinales, la voluntad sociopolítica, la decisión, la energía colectiva y una idea de progreso, que permitan encaminar con eficiencia nuevos proyectos de desarrollo social y humano”.

Mientras, el sentido de esperanza política está afectada por los modos en que se gestiona la administración pública a partir de la voluntad política, las decisiones y conductas que, regularmente y con mayor frecuencia, carecen de ejemplo ético y están más vinculadas a una gestión política partidista, improvisada y a espaldas de la población, lo que deviene en un malestar colectivo que impide la convivencia social y termina generando movimientos sociales de protesta, como el que estamos viviendo en la actualidad.

Algunos de los malestares que padece la sociedad panameña como el desempleo, la inseguridad, el empobrecimiento de la educación, el descuido de los servicios de salud pública, la desigualdad y la falta de gobernabilidad, entre otros, se deben a la falta de una gestión política eficiente provocada por la falta de liderazgo en nuestras instituciones. Otros, como la despreocupación, la intolerancia, la violencia, los prejuicios, la falta de pertenencia y empatía, la indiferencia, la apatía por el medio ambiente, el poco importa y el juega vivo, son condiciones individuales y colectivas de la población.

En el marco de los últimos acontecimientos, cabe hacer las preguntas: ¿se puede pensar en la recuperación de la esperanza social y política? ¿Hay una nueva esperanza social que posibilite la construcción de esperanzas colectivas en virtud de un orden social más humano, justo y equitativo que visualice un proyecto de Nación? ¿Existen nuevos sentidos de esperanza que nos están permitiendo pensar en el imaginario de país que queremos? ¿O estamos ante un racimo de pasiones efímeras que son una máscara para ocultar nuestros errores como pueblo?

Después de que pase la tormenta y de que hayamos ganado una lucha por nuestro patrimonio natural, ¿seremos capaces de apostar por nuevos procesos de convivencia? ¿Defenderemos con igual pasión la educación, la ciencia y la cultura para nuestros niños? ¿Seremos capaces de asumir la responsabilidad que nos toca como ciudadanos en nuestro microespacio social? ¿O volveremos cada quien a su burbuja individual, a su nicho narcisista donde disfrutamos del consumo egoísta mientras miramos para otro lado?

¿Acaso es culpa del político corrupto que atormentemos al vecino con la música estridente? ¿Es culpa del político que después de un partido de fútbol, un concierto, un desfile o un paseo en la playa, dejemos nuestra basura tirada sin ninguna preocupación por la naturaleza que ahora decimos defender? ¿Es culpable el político de que en las calles conduzcamos violando las normas de tránsito y que resolvamos nuestras diferencias a puñete? ¿Es culpa del político que en nuestras instituciones los servidores públicos atiendan con grosería o indiferencia al que va en busca de atención médica o de algún trámite?

La degradación del escenario político también es culpa de nosotros, porque no hemos sabido escoger ni exigir a los políticos nuestros derechos como colectivo. La mayoría de la población apuesta por una agenda egoísta y de esa actitud el mal político se alimenta. No hemos comprendido que nuestra verdadera pobreza no es material, es cultural. Por eso tenemos un país donde reina la despreocupación, la indiferencia, la incertidumbre, el egoísmo, el individualismo, los prejuicios, la exclusión y estos males empobrecen nuestro sentido de esperanza social.

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