lunes, 10 de noviembre de 2014

La lectura no sirve para nada*


A mi padre Jaime Enrique Fong Medida,
a Gustavo Sellhorns, a Herasto Reyes, a Federico Humbert y a Julio Cortázar.

            Me permito citar una anécdota ajena que me ayudará a tener un soporte filosófico al abordar el tema que nos ocupa. En un artículo titulado Elogio de lo inútil, Mario Bunge narra que una vez respondió a la inevitable pregunta de un estudiante en el marco de una conferencia sobre filosofía: "¿para qué sirve eso?".  El filosofo y físico teórico argentino contestó: "Para nada. ¿No le parece admirable que haya gentes que se dan el lujo de preferir cosas hermosas e ideas profundas a artefactos ingeniosos pero, a la postre, superfluos o incluso dañinos, tales como los automóviles acorazados?”


            Aunque los escritores y los defensores de la literatura se retuerzan del coraje, esta podría ser la respuesta válida para aplicarla en el momento en que alguien nos pregunte para qué sirve la literatura, para qué leer cuentos, es decir, ficciones: No sirve para nada. Volvamos con Mario Bunge: “¿Para qué sirve saber que hay infinitos números primos, que las distancias entre las galaxias están aumentando, que los hombres de Neanderthal fueron reemplazados por los de Cromañón y que las cabezas de éstos eran mayores que las nuestras? Para nada. ¿Qué utilidad tiene una sinfonía de Beethoven, una pintura de Velázquez o un relato de García Márquez? La misma que las joyas, las ropas elegantes, los teoremas matemáticos o los hallazgos paleoantropológicos. O sea, ninguna”.

            Ahora, si repensamos la misma pregunta en el marco de la configuración hegemónica del nuevo orden mundial y la ponemos al lado de conceptos como pluralismo político, educación con equidad, descentralización, democratización política, interacción internacional, integración regional, excelencia educativa, apertura comercial, educación continua, multiculturalidad, diversidad cultural, desarrollo económico, capital humano, libre competencia, desarrollo productivo; la literatura quedaría como algo verdaderamente inútil, algo que estorba. Entonces, ¿por qué nos empeñamos en ensañar literatura en la escuela?, ¿para qué leer cosas aparentemente inútiles?

            Creo tener una respuesta que me contradice al mismo tiempo: la literatura nos sirve en la vida para tener ideas más generales del mundo que nos ayudan a comprenderlo y darle sentido. En cierta forma eso me hace sentir feliz y mejor humano. Joseph Epstein afirma que a través de la literatura aprendemos que la vida es más sorprendente, fascinante, dramática y compleja que cualquiera de las teorías que se han empeñado en explicarla.  Es decir: la vida tiene sentido y significado. En consecuencia: ser educado por las ficciones implica tener una apreciación variada de la vida; un sentido más sensible hacia la verdad, no absoluta, sino general. Quizás, en el mundo globalizado y homogéneo que vivimos, lo más sensato sea admitir, ante las convenciones del poder, que la literatura es menos útil frente a otras cosas; pero la complejidad del lenguaje nos da la posibilidad de un conocimiento más claro de todas las esferas que tienen que ver con el ser humano.

             No es la primera vez que afirmo, y espero que no sea la última, que se cae en un error al pensar la cultura, esa esfera a la que pertenece la literatura, como el remedio contra las enfermedades del mundo y su pobreza: la cultura no es mejor que una vacuna contra el sarampión o el dengue. Sin embargo, de alguna manera misteriosa ayuda a que nos persuadamos de que las cosas pueden ser mejores. Un concepto del hecho estético, por ejemplo, nos puede ayudar a saber qué cosas de la realidad merecen respeto y nuestro cuidado. El universo de la literatura es una región que al ser explorada estimula las ideas y provoca la rebeldía y la creatividad. Esta rebeldía es saludable y estimula otras ideas al mismo tiempo: ideas para mejorar, para cambiar, para comprender, para apreciar, para sentir, para resistir desde la creatividad. Una idea creativa puede hacer que nuestra percepción de la política sea más acorde con la noción de ciudadanía. Quisiera afirmar que la lectura nos ayuda a ser mejores humanos, pero no mejores personas. Voy a explicarme mejor.

Voy a decir algo que es una antítesis: No hay garantía alguna de que las personas que lean sean mejores. Es posible que un indígena o campesino analfabeta sea mejor persona que un sujeto que presume de tener muchos libros. Hay gente que no lee pero tienen una noción de la nobleza y la humildad admirables, al contrario de gente que he conocido que tienen mucha cultura a través de la lectura, pero son malas personas. Recordemos que hay referentes históricos de personas muy cultas que tenían como pasatiempo torturar a su prójimo. Matar niños, mujeres, jóvenes y ancianos ha sido el divertimiento de algunos sujetos que eran buenos lectores.  Genocidios históricos se han ejecutado por civilizaciones muy cultas.  Aún así, creo que la lectura nos hace mejores humanos. Voy a usar una figura: una persona que no lee, es como una persona que no está vacunada y corre más riesgos de enfermarse de ciertos males de la sociedad. Es decir, una persona que no lee es más vulnerable a los vicios y peligros porque es más fácil de dominar; una persona que lee puede defenderse mejor, hasta de sí mismo. Una persona que lee es menos fácil de someter y sabrá tomar decisiones. Aquí es donde el complejo espíritu del ser humano aparece: hay decisiones buenas y malas. El libro es solo un mediador: tú elijes siempre al final el camino. El hombre no es bueno por naturaleza; lea menos, lea más, no es lo que lo hace mejor; sólo humano.  

            No vine aquí para hablar como especialista ni científico, sino como lector; lo que me pone en desventaja con muchos de los que están presentes. Dirán ustedes: ¿Cómo puede atreverse a hablar sin ser especialista?, ¿cómo se atreve a dar opiniones sin ser psicólogo?, ¿cómo se atreve a hacer propuestas educativas sin ser pedagogo? Peor aún: si investigaran mis antecedentes que se remontan a La Chorrera de los 80, descubrirán que no fui un estudiante modelo: fui pésimo en matemáticas, historia y español, en realidad en todas las demás asignaturas; fui retirado de la escuela por intentar formar una pandilla que hacía graffittis en las paredes del plantel, es muy probable que haya sido uno de los elementos fundacionales del pandillerismo organizado en Panamá. De esta forma fui expulsado, prácticamente, cuando en una reunión el subdirector de la escuela Pedro Pablo Sánchez, en ese entonces mi buen recordado profesor Villalobos, le dijo a mi padre que yo no quería estudiar y que era mejor que me sacara de esa escuela diurna para una nocturna. Acababa de ser sorprendido haciendo un graffitti en el baño de niñas y acababa de repetir por tercera vez el tercer año.

            Para mi fortuna existía la escuela nocturna del IPTCH de La Chorrera, donde me inscribió mi padre con fuertes amenazas. Como todo buen padre, el mío quería que fuera alguien en la vida. Por eso allí me gradué de tapicero, y aunque este era un humilde y hermoso oficio, yo nunca pude pegar una tachuela; pero me gradué de tapicero. Luego estudié electrónica. Mi mayor logro fue que un condensador de silicio me explotara en la cara; al final, también me darían un diploma que me especializaba en electrónica. 

En esa época ocurrió que llegó un profesor de español a aquella escuela nocturna y se empeñó en hacer con nosotros cosas como obras de teatro y lecturas de cuentos. Logramos hacer una obra de teatro, con mucho esfuerzo desde luego. Todos éramos mecánicos con las manos embarradas de grasa. Recuerdo que la obra era la dramatización del famoso poema  llamado El brinde del bohemio del Indo Duarte.  Me tocó el papel principal del bohemio, porque tenía cierto liderazgo y habilidad para la poesía. Me gané el papel y la noche de estreno compramos agua ardiente de verdad y brindamos como bohemios de verdad en una obra de teatro donde estaba toda, o casi toda, la escuela mirándonos. Todo salió bien, por suerte.

Un día este profesor nos puso a leer los cuentos de Julio Cortázar. Recuerdo que nos reventamos las cabezas analizando Las armas secretas, no entendíamos nada, pero a mí me gustó leer algo distinto y le pedí al profesor más. Me puso en las manos un libro enorme de Julio Cortázar. Esa misma noche, a finales de la década de los 80,  estaba sentado en una alcantarilla con dos “pasieros”, más terribles que yo, fumábamos marihuana, mientras planeábamos meternos a una casa para robar. Yo nunca había hecho algo parecido (una vez le robé un palo de naranja a un vecino y lo sembré en mi casa, fue todo). Esa noche la imagen de mi padre me cruzó la cabeza y esa frase de él: “tienes que ser alguien en la vida”. Tomé una decisión: me fui a leer la Rayuela de Julio Cortázar que me había prestado el profesor. Alucinando aún con el humo en la cabeza leí casi toda la noche.  Creo que es justo decir el nombre del profesor: Gustavo Sellhorn.  Aquel profesor me prestó una novela de un señor argentino. Yo no entendía nada, pero me parecía fascinante que se pudiera escribir así. Yo quería ser escritor. Años después, cuando mi padre agonizaba en su lecho de muerte en un hospital, se lo dije bajito al oído: Ya soy alguien, papá. El murió una noche de octubre de 1996, y yo era un articulista de uno de los periódicos más prestigiosos de Panamá, La Prensa, donde escribía semanalmente un artículo sobre arte y cultura; y mi padre lo sabía. También sabía, aunque no iba a vivir para verme, que al día siguiente empezaba un contrato para trabajar en el Instituto Nacional de Cultura, donde aún trabajo. Mi padre podía descansar en paz.

Este pequeño hecho insignificante no cambió la maldad que opera en el mundo; no frenó el pandillerismo que nació con la post-invasión; no detuvo la violencia urbana que nublará al  país a partir de los 90, solamente cambió la vida de un joven que descubrió que había una elección. Porque la literatura te enseña a elegir. Conociendo mi capacidad de liderazgo, sé que sin duda hubiera sido un líder de una banda de delincuentes o quién sabe qué. Decidí, a cambio, al mismo tiempo que era un obrero, participar en colectivos de escritores y fundar asociaciones culturales juveniles. Comenzando la década de los 90 el INAC organizó una serie de acciones donde fui invitado, incluyendo el Primer Encuentro de Escritores Jóvenes, donde conocí a muchos colegas. De día estaba trabajando como un obrero y de noche iba a los recitales de cuentos y poesía que organizaba el Departamento de Letras del INAC. Fue en uno de esos recitales donde conocí al periodista Herasto Reyes quien leyó mis manuscritos y me abrió las puertas del diario La Prensa. Herasto Reyes estaba fascinado con la idea de  que un obrero escribía cuentos y leía a Julio Cortázar. Fue él quien me regaló mi primera máquina de escribir electrónica. Años después, Herasto también moriría y yo no estuve allí como con mi padre, pero ya era un escritor con un futuro que aún sigo construyendo.

Epistemológicamente yo soy un obrero. Al inicio de los 90, fui ayudante en la construcción, fui estibador, apaleé sorgo y soya en los silos de Fidanque, cargué harina de pescado y trabajé en los muelles de Vacamonte descargando camarón, incluso, trabajé en una envasadora de agroquímicos. Pero era un obrero extraño.  Leía mis cuentos y poemas a los compañeros en los muelles. Algunos de ellos se convertirían en personajes de mis cuentos más tarde. Les hablaba de un tal Kafka y un tal Cortázar.

Un día Federico Humbert (sí, ese mismo que hoy aspira a ser Contralor de la Nación) que en aquel tiempo era mi jefe y dueño de una de las empresas camaroneras más prósperas en Vacamonte, me llamó a su oficina para decirme que se me había acabado el contrato y que no me iba a renovar otro. Le pregunté por qué y me contestó que ese no era lugar para una persona como yo y me animó a seguir estudiando. Al principio pensé que se cuidaba de que un obrero socialista fuera a organizar un sindicato o algo así, eso de leerles poemas a los obreros no era muy saludable para el negocio. Pero luego entendí que me hacía un favor. Gracias a ese fin de labores me inscribí en la Universidad de Panamá y estudié en la Facultad de Humanidades Español; quería estar lo más cerca de la literatura.

 Yo tenía un sueño que fue un reto, un desafío: ser un escritor. Gracias a la ayuda de un buen padre que insistió en mi educación y por la culpa de cuatro señores, Gustavo Sellhorn, Julio Cortázar, Herasto Reyes y Federico Humbert, que no sé si culpar ahora, porque por culpa de ellos estoy ahora aquí. Soy un escritor sufrido, porque para poder aprender a escribir, hay que saber sufrir, como decía José Martí. No hay de otra. Misteriosamente, ese sufrimiento es mi felicidad, mi razón de ser. No puedo vivir sin escribir y leer. No creo ser un escritor realizado aún. Aún no he escrito algo que valga la pena. Algo que, como decía Pavece, me deje como un fusil disparado. Mi obra se escribe lentamente y creo que soy más un lector y un animador de lectura, incluso un cuenta cuentos. Creo que soy más un mensajero de la extraña misión de los libros.

        Curiosamente el pasado más oscuro de mi vida lo considero el mejor. Por ese pasado, maravilloso y contradictorio, me atrevo a decir que mi vida cambió a través de la lectura. No sé qué respuesta tendrá la psicología para esto, pero yo tengo una: la lectura sirve para darle sentido a la vida. Ni los modelos científicos pedagógicos, ni los contenidos curriculares, ni la metodología ni las pautas de formación saben cómo hacer esto. A lo sumo, podrían ayudar a que los jóvenes tuvieran un encuentro y acercamiento, no obligatorio, a la literatura. Creo que toda esta historia me da licencia para dar algunas sugerencias a las autoridades educativas de cómo podemos hacer que la literatura y la lectura tengan un sentido en la vida escolar, porque si conmigo, que era un rebelde sin causa, cambió algo, es muy seguro que lo haga con los jóvenes de hoy.

El título de este trabajo alude a que la lectura o la literatura no sirven en un mundo tan complejo como el de hoy. Ya se habrán dado cuenta que es una imagen, una metáfora para decir otra cosa. Que la lectura y la literatura nunca servirán para nada si educamos para no encontrar sentido a la vida. Así como existen educadores que saben enseñar ciencias o historia, pero les es difícil decirles a los estudiantes para qué sirven en la vida las coordenadas cartesianas o para qué sirve conocer el año en que nos independizamos de España; así mismo hay docentes que no saben para qué sirve la lectura de un cuento, una novela o un poema y por eso resuelven el problema dejando un cuestionario, un álbum o un mural que permitan poner una nota. Cosas que a primera vista parecen positivas, pero que en el fondo oscurecen el sentido intrínseco de la literatura, y no provocan la ilusión, el placer o la comprensión de lectura; mucho menos el principio de incertidumbre que ayuda al descubrimiento de algo.

El maestro debería, a través de la lectura, descubrir los apetitos y preocupaciones de los estudiantes; debería mirar constantemente hacia un objetivo aunque parezca imposible: la perfección humana. Dice Allan Bloom: “No existe educación auténtica que no responda a una necesidad sentida”. Las necesidades de la naturaleza de los chicos pueden ser exploradas a través de la experiencia cultural. Yo tuve una experiencia cultural con la literatura y con la naturaleza de mi experiencia de vida. La puedo contar ahora. Las preocupaciones permanentes de la humanidad son las mismas de los estudiantes y la lectura puede ayudar a canalizarlas, no para criticarlas, sino para hacerlas experiencias de vida.

            Todo esto nos lleva a lo que Graciela Montes ha llamado acertadamente la instrumentación de la literatura para evaluar y demostrar que ésta sirve para algo con el fin de que no desaparezca de las aulas; cosa que sería peor, desde luego. Algo parecido estamos viendo con muchos concursos en las escuelas. ¿Están mal estas iniciativas? Claro que no, pero existen riesgos cuando son demasiados. Uno de esos riesgos es que estemos, con toda la buena intensión, no sólo condicionando la lectura, sino creando lectores pasivos a través de la instrumentalización de la literatura.

            Ya no estamos leyendo y escribiendo por placer o descubrimiento, sino para ganar. Los concursos promueven el sentido de competencia y no el sentido de la lectura inteligente y creativa; mucho menos mejoran la competencia lingüística en los jóvenes. La noción de competencia está sustituyendo la noción de cooperación. La noción de ganador está sustituyendo a la de creador. Lo importante no es construir y crear, sino ganar. Hay que tener cuidado. Aún estamos a tiempo. Por suerte en este país se está a tiempo aún para todo. Pero el tiempo no es misericordioso. No estamos en contra de los concursos de manera total, pero sí recomendamos que se evalúen, no los resultados, si no las experiencias. Que se mida, sí, pero no cantidades asombrosas, sino experiencias de cambio.

Si de verdad no queremos que todo quede resumido en el discurso vacío y en  la lectura superficial, mecánica, sin placer, y subordinada a las bases -algo similar podemos ver en la literatura oral y los concursos de oratoria que se han degradado en contenido imaginativo y creativo-, entonces es mejor que nos sinceremos y busquemos mejorar los proyectos áulicos e institucionales. Porque, es verdad, al concluir la secundaria algunos alumnos habrán tenido una experiencia emocionante a través de los concursos. Tal vez habrán ido a concursos de oratoria, de escritura y lectura, y exhibirán los trofeos en la recepción de su plantel, pero no estoy muy seguro de que la gran mayoría haya tenido una experiencia real con la cultura.

             La literatura es mucho más que un discurso comunicativo. La literatura es una forma de rebelión. Si la literatura es duda e interrogación como afirman Milán Kundera, Salman Rushi, Tomás Eloy Martínez y Carlos Fuentes, entre otros,  por qué no dejar que el estudiante de hoy, que es otro rebelde, con un espíritu de autonomía despiadado, dude e interrogue el texto. Este principio de libertad puede ayudar a que la literatura sirva como motivador de discusión que provoque propuestas creativas. Si la literatura es descubrimiento, por qué no dejar que el estudiante descubra a través de su propia curiosidad. Estamos hablando de canalizar la rebeldía y la autonomía, como ha sugerido Félix Manuel Burgos. Sé que no es fácil. También para esto hay que trabajar sobre los contenidos, elaborar planes y proyectos institucionales de lectura comprensiva; organizar el currículo y el cannon literario escolar,  y lo más difícil: medir y evaluar. Hay que tener claro qué se quiere medir y evaluar.

            La mayoría de los expertos coinciden en que no se puede evitar la evaluación; esta es importante para la valoración del aprendizaje. Pero aquí hay que tener también cuidado de no simplificar e instrumentalizar aún más la función de la literatura, sólo con el resultado de un examen escrito. Sería bueno considerar cómo era la situación del joven antes de leer un libro. Cuál es su visión del mundo después de la lectura. Qué sentido tiene la realidad después de leer determinado texto. Para esto se puede añadir un sistema de preguntas sencillas: ¿Qué sentimientos o emociones nos provocó la obra?, ¿motivó nuestros deseos, nuestra impresión de las cosas; dejó o removió huellas interiores, ideas, preocupaciones, sensibilizó nuestra intuición y nuestros sentidos (los sueños, los recuerdos, la experiencia de vida, etc.)? ¿Cómo percibimos la realidad y el concepto de la vida al terminar la obra? ¿Cómo nos conectó con la cultura?

            Dice Ivan Egüez que la literatura no es una asignatura sino un sinónimo de vida. Los estudiantes hoy día no quieren que los mortifiquen y castiguen con la lectura. En medio de la indiferencia y la trivialidad del mundo, ellos también muestran preocupaciones -aunque es difícil notarlo-, en cosas como el amor, la soledad, la violencia, el destino o la naturaleza. Y es aquí donde la literatura, de la mano de un buen educador, puede ayudar a que los jóvenes tengan una idea más general de las cosas de la vida. Y una obra de arte, aunque sea parte del cannon literario, llevada con pasión e ilusión, puede ayudar a mejorar la calidad de vida de los jóvenes. La violencia, la soledad y el desorden no hallarán oposiciones sensatas en la historia de la literatura, en la preceptiva literaria, en la cronología y los estudios herméticos (eso es para los estudiosos de la cultura), sino en las acciones de los personajes, en el código existencial de cada héroe, en las posibilidades de un insignificante personaje. Entonces, estamos apelando a una nueva forma de enseñar la literatura sin necesidad de memorizar situaciones y descripciones, sin necesidad de llenar espacios o contestar cierto y falso. La literatura se vive y es una experiencia con la vida y la búsqueda de sentidos, de significados que a lo último son una experiencia con la verdad, la verdad desde nuestra experiencia íntima con el autor.

            Cuando Juan Preciado sale camino a Comala a buscar a su padre, Pedro Páramo, se encuentra con una legión de fantasmas, él mismo es un fantasma, el narrador es un fantasma, incluso el lector es un fantasma; cuando Juan Pablo Castel está matando a María Iribarne se está matando así mismo abriendo aún más el túnel de su existencia, por eso María lo mira con dolor y humildad mientras él le hunde el cuchillo; cuando Gregorio Samsa amanece convertido en un insecto está más preocupado por su trabajo que por su insólita condición. En cada una de estas circunstancias existenciales de los personajes hay algo para que podamos construir una idea de la vida o de la muerte. Es lo que cuenta. Es como hay que descubrir en la literatura el sentido de la lectura.

            He leído frases de muchos escritores en torno a los atributos de la literatura que me declaro incapaz de construir una mejor o superior, como esa de Jorge Luis Borges, en contra de la lectura obligatoria que dice: la lectura es una forma de felicidad. También William Ospina, en torno a la educación y la literatura, apuesta a una revolución de la alegría, donde la educación aspire a ver la lectura como una pasión, un placer, un juego; para divertirse y aprender con deleite y sin mortificaciones. Vuelvo al inicio: Para qué sirve la lectura: para nada. Solo para habitar y llenar nuestras zonas fantasmales y obligarnos felizmente a continuar interrogando y dudando de las cosas que andan mal y que necesitan de una idea o un pensamiento bueno o hermoso.

            Yo sigo siendo un espíritu irreverente, un obrero, un escritor, y un cuenta cuentos que provoca rebeldías, un anárquico cristiano socialista que cree en la libertad. Pero puedo afirmar que la literatura salvó mi vida, aunque esto no prueba que deba operar así en todos los espíritus descarriados. No es para lo que sirve, no es su función, no es para lo que vino. Sospecho que tiene otros fines, otras fronteras, otros misterios, otras constelaciones. Tal vez es eso y mucho más. Quizá por eso la literatura es una de las cosas inútiles en un mundo globalizado con más sentido que otras cosas que parecen útiles.
Mis dos certificados que me acreditan como tapicero
y perito en electrónica.

Mi primer articulo publicado en La Prensa el jueves 11 de octubre
de 1990 en la sección Revista, página 4B.
El equipo de colaboradores de La Prensa en la década del 90.
En la foto se puede apreciar a Herasto Reyes, quien me ayudó a ser articulista en el periódico.

Los 90 fue una época muy prolífica para el sector de los escritores.
 Se realizaron importantes encuentros de escritores tanto en la ciudad como en el interior que fueron decisivos en mi carrera.

* El título original de esta comunicación fue: La enseñanza de la literatura en la escuela  secundaria. Me pareció después muy parco y su contenido muy pobre para lo que perseguía. Le he añadido algunas cosas muy personales. Creo que un autor tiene derecho a reeditar su obra, aún así, también creo que debo ofrecer disculpas a los lectores por el cambio. El trabajo lo leí en el Primer Foro Nacional el Libro y la Lectura celebrado el 29, 30 y 31 de octubre de 2007 y organizado por el Instituto Nacional de Cultura en la Biblioteca J. Ernesto Castillero Reyes.


domingo, 14 de septiembre de 2014

Un país para la convivencia: Espacios para el deseo Parte II


Por Carlos Fong

En el seminario de gestión cultural realizado por el Municipio de Panamá, Tulio Hernández dijo que la ciudad también debe de ser un espacio para los deseos. En una ciudad donde no existen espacios públicos destinados para el encuentro creativo y la convivencia, la capacidad para soñar es menoscabada. En las localidades vulnerables los sueños son frenados por la violencia, la pobreza y la desigualdad; las relaciones con el prójimo, el otro,  se tornan adversas, y no permiten la convivencia pacífica, lastimando los lazos sociales.

Por un lado, ha imperado la falta de voluntad y de imaginación política de parte de las autoridades que no invierten en el desarrollo cultural; la gente no tiene a donde ir para compartir saberes, ideas o pensamientos, espacios para conciliar problemas y tomar decisiones o, simplemente, para tener una experiencia distinta. Y por otro lado, también hay un abandono de responsabilidad cotidiana de los habitantes; la gente opta por ser “habitantes” y no “ciudadanos”.  No hay compromiso, no hay respeto, no hay tolerancia y no hay sentido de pertenencia; ni causas ni proyectos por los cuales luchar. Sólo existe el aquí y el ahora,  un presente donde la supervivencia es la prioridad.

La ciudad es una construcción física y social que tiene muchos relatos implícitos. Pero la lectura de la ciudad que tenemos es un relato de violencia y conflicto. Es la historia de una ciudad hostil donde el miedo está ganando espacio. Urge entonces, antes de que sea demasiado tarde, descubrir otras narrativas, incluso, reconstruirlas a partir de la necesidad y la carencia. La necesidad y la carencia son referentes que posibilitan diseñar acciones para trabajar sobre problemas puntuales en las localidades. Las ideas y los proyectos nacen de las necesidades. Pero para eso necesitamos espacios, espacios para construir deseos.

La ausencia de espacios públicos que provoquen el deseo sano capaz de hacer pensar proyectos de vida se sustituye por el deseo de poseer y destruir. Los barrios son arenas de conflictos y prisiones, donde los más vulnerables, los jóvenes, son atrapados por los flagelos de las drogas y la delincuencia. Las ciudades no sólo necesitan buenos servicios básicos; también necesitan de la cultura y el arte. Hay referentes de ciudades muy peligrosas, donde la criminalidad estaba ganando, y se apostó por la cultura logrando importantes cambios (Medellín, por ejemplo, es el más citado).

Cuando Tulio Hernández habló de la ciudad como texto, imaginé sus narrativas. Muchas de ellas en conflictos, pero donde las tensiones permiten pensar en acciones. Por ejemplo, la ciudad como historia y memoria, nos permite volver conversar de cómo era el pasado y preguntarnos si podría “volver a ser”. Colón, por ejemplo, ¿podría volver a ser la tacita de oro?

La ciudad como espacio para la circulación de conocimiento. ¿Será posible que la gente comparta sus ideas, sus saberes, sus experiencias? ¿Qué puedan ser protagonistas de sus propias decisiones?, ¿Qué puedan elegir juntos, construir juntos? Cuando trabajamos con niños y jóvenes, descubrimos que son capaces de trabajar en equipo, construir y tomar decisiones. Saben que son parte de un juego, de una propuesta, y tácitamente descubren que pueden trabajar mejor si piensan juntos. Esto desde un espacio institucionalizado como la escuela. ¿Qué cosas podríamos descubrir en una reunión de adultos en la biblioteca, por ejemplo?


La ciudad mirada desde la relación con el otro, tanto del más próximo como el vecino o el más lejano como el inmigrante. Hoy, que está en conflicto la famosa construcción sintáctica: “crisol de razas”, deberíamos preguntarnos si hasta ahora nuestra tolerancia no ha sido una especie de relativismo moral o si hemos llegado al punto de poder valorarnos y pensar en nosotros mismos, y si es así, por qué no podemos tolerarnos nosotros mismos. Qué podemos aprender de los múltiples rostros que se desdibujan en una ciudad indiferente.

Deberíamos, a estas alturas, de saber qué ciudad queremos. Lo voy a expresar como si fuera un cuento: Dicen los que saben y saben los que cuentan (entre ellos Antonio Matos y Tulio Hernández, con quienes cerraré este artículo) que los territorios se condicionan según las necesidades y aspiraciones humanas, y los cambios sociales y económicos. Por eso han existido ciudades medievales, ciudades burguesas, ciudades renacentistas, ciudades industriales, ciudades de posguerra, ciudades posmodernas, incluso ciudades globalizadas. Pero también, dicen los que saben y saben los que cuentan, que existen las ciudades creativas y educativas. Tulio Hernández nos habla de las ciudades fénix.

Tengo la sospecha de que estamos empeñados a vivir en una especie de ciudad medieval; luchando y defendiéndonos de enfermedades como la fiebre chikungunya. Un mal que tiene el remedio más fácil: la limpieza. Pero preferimos dejar que la basura nos ahogue y culpar a las autoridades, porque elegimos cotidianamente ensuciar. Podemos tener una ciudad creativa con la ayuda de las autoridades, pero el trabajo principal, a mi manera de ver, será en saber tomar decisiones, saber elegir la ciudad deseada. Dice Lala Deheinzelin, que no basta con contar con la conciencia para movilizar hacia la acción; hace falta sentir. Tenemos que aprender a sentir. En lo personal, pienso que es lo que deberíamos enseñarle a los niños y jóvenes, a los padres de familia y docentes, incluso a los políticos.

Quiero terminar citando un fragmento de un trabajo de Antonio Matos, Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Almada, una ciudad portuguesa que apostó por el desarrollo y la educación como ejes fundamentales de las políticas locales. En Almada las autoridades asumieron la cultura como área nuclear del desarrollo local y con una orientación gubernativa que se estructuró en seis grandes líneas de acción. Las quiero citar textualmente, porque creo que pueden servir de ejemplo y adaptarse a nuestra realidad.


1. Preservación y valoración de la herencia histórica y patrimonial: Recuperación y re-funcionalización de edificios con valor patrimonial, intervenciones arqueológicas, revitalización de enclaves con valor históricos, preservación del acervo documental histórico, preservación de las memorias y de las tradiciones locales, fiestas tradicionales, días conmemorativos;

2. Valorización de las dinámicas culturales y de participación: Apoyo a las asociaciones locales de cultura popular, apoyo a los movimientos asociativos juveniles, apoyo a las actividades de animación y ocio, apoyo a las diversas formas de expresión artísticas, especialmente las relacionadas con las culturas regionales y de otros pueblos residentes en Almada, incentivos a la diversidad de proyectos culturales;

3. Incentivos y apoyo a proyectos formativos formales e informales de educación a lo largo de la vida: Formación de los agentes culturales, formación artística en los sistemas regulares de enseñanza, apoyo a la instalación de escuelas artísticas en las varias áreas-música, artes visuales, conservación y restauración- apoyo a la universidad sénior, formación dirigida a lo más jóvenes y apoyo a proyectos artísticos presentados por los jóvenes;

4. Construcción de una red de equipamientos municipales: Red de bibliotecas, red de museos, centros de exposiciones, centros de arte contemporáneo, teatros municipales, casas de la juventud, conservatorio de música, reconversión y recalificación de los espacios asociativos con funciones recreativas y culturales, red de espacios municipales de acceso a la información;

5. Incentivo a la creación y a la producción culturales: Apoyo a las compañías de teatro y de danza, apoyo a los grupos de teatro, apoyo a los grupos corales y de música moderna, apoyo a la bandas filarmónicas, incentivos a la creación literaria , apoyo a la edición de trabajos sobre el distrito, apoyo a las artes plásticas y la fotografía;

6. Acceso a los bienes culturales y afirmación de la ciudad en la ruta de la cultura: Apoyo a la organización de festivales de teatro, de danza, de arte para el público infantil, organización de muestras de teatro, de música, organización del festival Cantar Abril, proyectos de animación urbana y de espacios públicos.

  El documento sobre la ciudad de Almeda lo pueden encontrar en los Papeles Iberoamericanos, V Campus Euroamericano de Cooperación Cultural, OEI y los trabajos de Tulio Hernández tienen más referentes de ciudades que han apostado por el desarrollo cultural como herramienta de cambio.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Panamá dice SÍ a su historia


Por Ricardo Arturo Ríos Torres

El Canal es nuestro, lo administramos mejor que los estadounidenses con eficiencia y seguridad. Hoy comemos soberanía,  pocos, muchísimo. La mayoría espera una distribución con justicia social. Hoy el crecimiento económico es envidiable a nivel latinoamericano. Somos un país próspero y con un futuro de grandes posibilidades de una democracia participativa. El presente que disfrutamos se lo debemos a la lucha heroica de la juventud panameña.

El acto separatista de 1903, propicia el nacimiento de una república manca, coja y tuerta. El Tratado Hay-Bunau Varilla  impuso una relación de protectorado,  con un enclave colonial a perpetuidad. Las  bases militares  del imperio de Wall Street, en todo el territorio nacional nos hicieron un país ocupado, intervenido en nuestra vida cotidiana. Los zonians con su agresión psicológica nos hicieron creer, que la región canalera, era un área vedada a los descendientes de Quibián, Urracá, Bayano y Victoriano Lorenzo. El gold roll y silver roll fueron la expresión máxima de su apartheid. La discriminación era la norma.

Los panameños con dignidad, honor y determinación iniciamos una gesta cidiana y quijotesca. Actuamos con plena conciencia de un proceder justo y patriótico, sin odios ni rencores,  sin  violencia,  siempre cívicos y pacíficos al estilo de Gandhi, Luther King y Mandela.

 La épica de la soberanía surge  cuando se firma el Panamá Cede. Los poetas y narradores, como Amelia Denis de Icaza, Gaspar Octavio Hernández, Rogelio Sinán, Joaquín Beleño  enriquecen el alma nacional.  Eusebio Morales, Guillermo Andreve, José Dolores Moscote y Manuel Roy hacen del Instituto Nacional el eje emocional de la nacionalidad.  Acción Comunal dirige el rechazo popular contra el Tratado Kellog-Alfaro de 1926. La Federación de Estudiantes y el Frente Patriótico de la Juventud le dicen NO al Convenio Filós-Hines de 1947. La Generación de 1958,  el 2 de mayo de ese año, siembra banderas panameñas en la Zona del Canal. En 1959 se da la gran marcha patriótica en la Avenida 4 de julio, hoy Avenida de los Mártires. Y el 9 de enero de 1964 se inicia la auténtica independencia que se concreta con el Tratado Torrijos-Carter y la eliminación del enclave colonial con su perpetuidad y zonians, el Canal es panameño.

Panamá es una nación aluvional, la más antigua de Tierra Firme, con un devenir de más de 500 años. Panamá es su geografía, historia, literatura, folclor, con una  identidad múltiple, y una cultura pluriétnica, somos muchos rostros en uno.  Y la cátedra de Panamá con los Estados Unidos con el aval de la intelectualidad universitaria, representada con Ernesto Castillero Pimentel y Julio Linares,  recoge el sentimiento de una comunidad  orgullosa de su identidad y memoria histórica, La cátedra suma el imaginario de panameños ejemplares como Belisario Porras,  Octavio Méndez Pereira, José Daniel Crespo, Ricaurte Soler, Roque Javier Laurenza, Acracia Sarasqueta, Gumercinda Páez , Sara Sotillo,  Jorge Illueca, Carlos Iván Zúñiga y muchos otros que fortalecieron nuestro sentido de pertenencia.


La restauración de la Cátedra por el Meduca es el mejor homenaje a los Mártires de Enero y el desagravio a una ciudadanía ofendida cuando se eliminó como consecuencia de una postura antinacional y antipatriótica.


Celebrando el Día Internacional de la Mujer Indígena


También, celebrando el Día Internacional de la Mujer Indígena, otros enlaces que remiten a trabajos de investigación realizados por los estudiantes de la Universidad Latina de Panamá. 

http://icd.ulatina.ac.pa/wp-content/uploads/2014/09/Trabajo-Final-Ley-Minera-SM-Smith-Osvaldo-Valenzuela-Zianeth.pdf

http://icd.ulatina.ac.pa/2014/09/03/quien-fue-la-senora-de-cao/

http://icd.ulatina.ac.pa/wp-content/uploads/2014/09/Corazon_Tranquilo_Final.pdf

Este último  es una investigación formativa que Gloria Young realizó con sus estudiantes y donde podrán leer testimonios y entrevistas aleccionadoras. 

miércoles, 27 de agosto de 2014

Un país para la convivencia: Reflexiones para despegar (Parte I)

Por Carlos Fong

Mejor que tener una buena casa es tener una buena ciudad”. Con esta cita empezó Tulio Hernández, especialista venezolano en temas de cultura, el taller: La Gestión Cultural del Municipio y la Ciudad, el pasado 21 y 22 de agosto. El taller fue convocado por el Municipio de Panamá con el apoyo del INAC. Me parece que el aforismo no era de Tulio, pero no recuerdo la referencia de la cita. Sin embargo, sirvió para abrir el marco de muchas reflexiones que creo valen la pena para que repensemos la importancia de la cultura y su relación con la ciudad para asegurar la convivencia en ella.

El taller abordó un interesante contenido que iba desde el “nuevo lugar” de la cultura, la ciudad como actor político, la comprensión cultural de la ciudad: la ciudad desde la literatura, la semiótica, los imaginarios, el consumo cultural y el pensamiento social; las políticas culturales en el escenario urbano y municipal: memoria, pertenencia, cohesión social, creatividad artística y espacio público; las diversas modalidades de intervención: la recuperación de centros históricos, los grandes eventos como pretexto, los planes estratégicos y los planes de desarrollo cultural, el marketing cultural, los centros de arte como revitalizadores del tejido urbano y la reconquista del espacio público.

Uno de los temas discutidos fue la noción de convivencia: si no se cumplen las normas no hay convivencia. Se dijo que las ciudades también tienen patologías igual que las personas. Somos de los que manejamos la tesis que Panamá es una ciudad enferma y me temo que la enfermedad se está corriendo por todo el cuerpo: el país. Esta enfermedad hay que atenderla con un tratamiento que se llama: “Construcción ciudadana”. Hay que cambiar la ciudad, pero también hay que cambiar a la gente, se concluyó. De habitantes a ciudadanos; un ciudadano es sujeto de derecho, pero también tiene deberes y responsabilidades.

Debemos reconocer que somos un país enfermo. Con muchas patologías que, incluso, nos están llevando a tomar malas decisiones, como “la mano dura” como solución única para la violencia. La enfermedad está en todos los sectores. El vacío de convivencia sana no sólo existe en áreas vulnerables, el barrio o el ghetto; en las empresas miran al trabajador como un gasto y no como sujeto esencial de la producción; en las instituciones públicas los funcionarios son subalternos condenados al atraso donde las palabras emprendimiento y creatividad no tienen sentido; los medios de comunicación tienen más espacio para el horóscopo, la farándula, los hechiceros, la violencia y la chabacanería que para programas que hagan docencia en ciudadanía. Todo esto configura una ciudad y un país hostil donde las normas y la convivencia friccionan creando escisión y no cohesión social.

Una ciudad pensada desde el desarrollo cultural podría ayudar a tomar decisiones políticas que construyan un escenario propicio para la convivencia. Estamos hablando de la cultura como herramienta de cambio, algo que ya es un estribillo en nuestro discurso. Se trata de edificar una estrategia desde la cultura que articule las distintas competencias culturales. Los resultados de un plan estratégico no se verán a corto plazo, porque cambiar el chip de los habitantes para que se conviertan en ciudadanos tomará tiempo.


Ya empiezan a cuestionar a las autoridades del nuevo gobierno porque, dicen, va muy lento. No estoy de acuerdo del todo. La gente quiere cambios, quiere mejoras, pero no se reflexiona en que Panamá es un país enfermo donde todo el mundo hace lo que le viene en gana. Este escenario no favorece las normas de convivencia. El gobierno puede actuar de manera rápida atendiendo temas puntuales, pero si las personas no se esfuerzan ni siquiera para cuidar una parada de bus o dejar de tirar basura, es como arrojar perlas a los cerdos (perdón por la imagen). Para ser ciudadano, hay que asumir responsabilidades y participar del cambio.

Al gobierno le aconsejamos que urge construir esta estrategia cuanto antes y sumar al sector cultura. Vemos, por ejemplo, cuando se toca el tema de resocialización de los jóvenes infractores, que se llama al MIDES y a la Policía  Nacional, pero al sector cultura no se le consulta. Mientras la cultura no sea pensada como herramienta de cambio social estaremos arando en el mar. Los programas culturales de construcción ciudadana son vitales para una ciudad y un país de convivencia. Tomará su tiempo, pero se verán los resultados con los años; ahora lo importante es actuar. Para mañana será tarde.

viernes, 15 de agosto de 2014

Notas para celebrar la ausencia


Por Carlos Fong

Con el permiso de todos. He leído algunos comentarios a raíz de un twitter de Ricardo Martinelli. Mucha gente a favor del expresidente porque, según él, la celebración, organizada por las actuales autoridades, no fue para el pueblo, sino algo muy exclusivo. Debo admitir que no me invitaron, pero eso no me ofende ni me quita un gramo de buen panameño y, sinceramente, creo que la decisión de no hacer algo masivo (en las escalinatas de la administración del canal o en un estadio, por ejemplo) fue sabia. El exmandatario con sus secuaces lo hubiera hecho de seguro así: despilfarro de tarimas con una parranda en un estadio con cerveza, comida chatarra y  regueseros, de seguro. Y al día siguiente estarían las hormigas del aseo recogiendo la basura dejada por el PUEBLO.

Me van a disculpar. Yo soy pueblo. Vivo en los suburbios y ando en bus. Yo quiero a mi país y me siento orgulloso de ser panameño y del Canal; pero seamos sinceros: la masa no sabe celebrar estas cosas si no es con guaro y campana, días puentes para irse a jumar a la playa, etc. No nos han educado para valorar lo que tenemos y lo que somos. Tenemos un sistema educativo dogmatizado y atomizado, y las instituciones de poder controlan a la masa para que sea inculta.

Ahora, esta reflexión, en torno a la fiesta, en especial esta fina fiesta que vimos en TV, cobra sentido para mí en la medida en que me ayuda a dejar en evidencia las carencias y necesidades que poseemos. En lo personal, a mí me gustaría, sueño, más allá de los fuegos artificiales y el esplendor, con tener las autoridades que realmente honraran la memoria histórica de mi patria. Aquí algunas ideas que escribí en el twitter:

1. Yo celebraría los 100 años del @canaldepanama leyendo en las escuelas a Gil Blas Tejeira, a Diana Moran, a Orestes Nieto y a Joaquin Beleño (hay muchos escritores más).

2. Yo celebraría los 100 años del @canaldepanama devolviendo la cátedra de Relaciones entre Panamá y USA por respeto a la historia @JC_Varela

3. Yo quisiera celebrar los 100 años del @canaldepanama tomando al menos el 1% de las ganancias del canal para invertirla en cultura.

3. Yo celebraría los 100 años del @canaldepanama rescatando el Teatro Balboa que está completamente descuidado.

4. Yo celebraría los 100 años del @canaldepanama construyendo bibliotecas y equipamientos culturales dignos en Panamá.

5. Yo celebraría los 100 años del @canaldepanama editando una bibliografía de la nacionalidad muy popular para que sirva de acervo a los docentes de mi país.

6. Yo celebraría los 100 años del @canaldepanama con un macro proyecto cultural para rescatar la memoria oral y el patrimonio intangible de mi pueblo.



Puedo seguir...pero no sé si valga la pena. Realmente me siento fatigado. Panamá es un país hostil a la cultura y amante de los fuegos artificiales el lujo y el esplendor.  No le doy la razón al Loco; de ninguna manera. Todos los discursos oficiales son lo mismo, siempre. Mi deber como escritor y un intelectual que no practica la política partidista, es pensar y tratar de hacer pensar a la masa. Creo, firmemente, que hasta que no comprendamos o aceptemos las cosas que realmente importan y nos hacen falta como sociedad, seguiremos construyendo mentiras y castillos en el aire. Yo, realmente, tengo muchos motivos para celebrar, pero cuando levanto la mirada siento espanto y se me escapan las ganas.

miércoles, 2 de julio de 2014

Ideas para la cultura

En Mirada de Nuchu queremos abrir espacios para la reflexión y las ideas. Ha sido este nuestro norte desde que creamos este blog. En todos estos años hemos derramado mucha tinta cibernética en torno a las reflexiones del problema de la cultura. Cada 5 años el tema de la cultura adquiere, de pronto, un momento en que se intenta pensar la cultura y posicionarla en la agenda de los que toman las decisiones. Para los intelectuales, los gestores, los agentes y todos los sujetos del sector cultura es poco lo que podemos hacer, salvo hacer esforzarnos neurológicos para que cada gobierno entienda la importancia del arte y la cultura para lograr cambios reales en el desarrollo social; pero las decisiones, al final, las toman las autoridades. El artículo que reproducimos hoy, es uno de estos aportes de un joven pensador, sensible a los hechos de la cultura y preocupado por el tema del medio ambiente, Rodrigo Noriega. Ojalá no caiga en oídos sordos. Si es así, la palabra CULTURA seguirá siendo una guirnalda que adorna y nada más. 

C.F.


CINCO IDEAS PARA LA CULTURA
Por Rodrigo Noriega

A pocas horas del inicio del gobierno de Juan Carlos Varela Rodríguez, la meditación y la reflexión sobre las políticas culturales del Estado panameño, no nos van a llevar muy lejos ya que tenemos una clase política muy poco educada y sumamente inculta a pesar de que tengan títulos usualmente en ingeniería, negocios o derecho de universidades extranjeras.  Como un aporte al debate político que debemos tener en nuestro país para el diseño de una identidad cultural fuerte, pluralista y democrática y para el ejercicio de los derechos de la ciudadanía cultural, quiero compartir cinco ideas que bien pueden servir para incentivar la acción y la industria cultural en Panamá.

1.     La municipalización del acción cultural: de todas las ideas que se presentan esta es la más poderosa y la que representa una tendencia real y concreta del quehacer cultural de nuestro país.  La incorporación de Alexandra Schjelderup al Municipio de Panamá, con su amplio perfil como gestora cultural representa una oportunidad y una plataforma para que otros municipios copien la idea de tener su propio proyecto de gestión cultural y de esta forma más próxima a los ciudadanos se creen y desarrollen las plataformas de acción, así como los espacios creativos que todos necesitamos, particularmente los jóvenes para su crecimiento como seres humanos.  Si los municipios adoptaran esta política de forma permanente, el INAC tendría mucho menos trabajo que realizar y el impacto sería muchísimo mayor a nivel nacional e internacional.  Las iniciativas de Antonio Veronesse en Río de Janeiro, Gustavo Adolfo Dudamel en Venezuela, Daniel Barenboim en Palestina, y los nuestros Olga Sinclair y Danilo Pérez son prueba palpable de que la mano que lleva un violín, un pincel o un libro no deja espacio para llevar armas.

2.      Cosechar el poder del sector privado: Panamá tiene un mercado de bienes y servicios culturales que merece ser reforzado y fortalecido de forma horizontal involucrando a las grandes empresas (aquellas con 10 millones o más al año en ventas brutas) para que usando tan solo el 0.25 por ciento de sus ingresos, estos sean invertidos directamente en actividades culturales, tales como compra de obras de arte, patrocinio de grupos musicales, auspicio de investigaciones o eventos intelectuales  o indirectamente a través del financiamiento de entidades culturales tales como bibliotecas, museos, colegios entre otros.   Estos fondos crearían un importante mercado local de bienes y servicios culturales que muy rápidamente ayudaría a completar el conocimiento de nuestro ser nacional y a la vez la construcción de nuestra personalidad cultural.  Basta recordar que la historia de la alimentación recogida en el libro de Alfredo Castillero, “Cultura Alimentaria y Globalización, Panamá Siglos XVI a XXI” fue patrocinada por la cadena de restaurantes Niko”s.  Imaginemos lo que 200 empresas pueden hacer anualmente en este tema.

3.     El Aeropuerto Internacional de Tocumen: como una vitrina cultural, que como tal debe tener un espacio para la cultura de nuestros artesanos, intelectuales y productores creativos.  Una tienda-museo en el Aeropuerto de Tocumen, la que el INAC bien puede convertir en la plataforma para la internacionalización de nuestros productos culturales desde réplicas de guacas, molas, videos, libros de autores nacionales o que su tema sea sobre Panamá, música y otros ejemplos de nuestra cultura nacional que pueden ser ofertados a los usuarios de este aeropuerto.  Este espacio debe ser donado por Tocumen, S.A. y gestionado por un patronato bajo el liderazgo del INAC.

4.     El turismo debe alimentar la producción cultural:  en un reciente viaje a Brasil, mi esposa y yo estuvimos en un precioso hotel donde habían unas pequeñas tiendas de artesanías. Al indagar sobre estas y sus productos sumamente baratos, nos explicaron, que los espacios de estas tiendas son una obligación en los hoteles de 5 estrellas, los cuales debían reservarse para los artesanos y sus pequeñas empresas de artesanías.  Esta principio pudiera ser norma en Panamá y contribuir a crear nuevos y mejores mercados para nuestros artesanos.  Me atrevo a sugerir que los centros comerciales más grandes tengan un espacio gratuito para que los artesanos puedan ofrecer sus productos a nacionales y extranjeros.

5.     Establecer una PYME cultural en Panamá es algo verdaderamente heroico y quijotesco: establecer una librería, una galería de arte, una editorial, un teatro, una escuela de danzas o de música no son precisamente los negocios más rentables del mundo.  Es imperativo crear un régimen favorable a la industria cultural quizás con una exoneración de impuestos a todas aquellas PYMES culturales cuyos ingresos no superen el millón de dólares en ventas brutas anuales.  Quizás en el caso de las iniciativas más pequeñas y experimentales no solo sea necesario dar la exoneración sino también crear una especie de “CAT” cultural, donde el proyecto recibiría un certificado por un equivalente de cincuenta por ciento de su costo para que este certificado pueda ser negociado por los promotores culturales y de esta forma capitalizar para sus proyectos aunque estos no sean rentables.

Las ideas aquí planteadas no son ni radicales, ni complejas.  Con algunos cambios legislativos y algo de voluntad política, sumado al compromiso empresarial Panamá bien puede convertirse en una importante plataforma de innovación, gestión, promoción y desarrollo cultural.  Más allá de esta posibilidad económica existe el derecho humano a la cultura y en ese espacio todavía nos queda mucho por desarrollar.   Sin embargo, al alinear el mercado de bienes y servicios culturales empezamos a resolver la tarea fundamental del derecho humano a la cultura, que es la tarea de fomentar la pertenencia a la Nación, y de brindar una opción decente y digna del trabajo y empleo para muchos compatriotas.

Rodrigo Noriega © rnoriega1968@yahoo.es

30 de junio de 2014

El ascenso de la decadencia

Carlos Fong El ascenso de Donald Trump al poder no representa el ascenso de la democracia ni el progreso para Estados Unidos de Norte Amér...