martes, 26 de febrero de 2019

¿QUIÉN MATÓ A RAFAEL?


Por: Rafael Alexis Alvarez

Esta es la pregunta que salta a la mente, después de haber leído la novela El ahogado, de Tristán Solarte. (1) Por tal, volví a darle una lectura, minuciosa, y al final comprendí que es una confesión narrada con un juego de narradores, tanto externo, como narrador protagonista.

Tristán Solarte
Mieke  Bal señala que “un narrador puede ser imperceptible durante mucho tiempo, para de repente, empezar a referirse a sí mismo, a veces de modo tan sutil que el lector casi no se dé cuenta”. (2)
Desde el inicio, si leemos con ese marco de referencia y si separamos algunos textos, nos damos cuenta que es una confesión del crimen perfecto. La conciencia del doctor Martínez lo lleva a narrar, en los años de su vejez, que todavía lo persigue el recuerdo de aquel asesinato.

“He llegado a la conclusión de que si recorro de nuevo, sistemáticamente, de principio a fin, ‘los viejos caminos’, quizás consiga neutralizar el veneno que destilan mis recuerdos. Todos mis recuerdos: los de mi madre, los de mi niñez, los de mis mocedades. Y, especialmente los de Bocas del Toro”, recuerdos que mantenían al doctor Martínez en “noches de insomnio –interminables, delirantes-“. (Pág.15)

Tomando las palabras de Michel de M’Uzan, diría que El ahogado “no es solamente la transposición de una escena que intenta representarse, sino la repetición, con la ayuda de un suceso actual dotado de una cierta intensidad, de la operación funcional que, en el pasado, ha permitido la elaboración de una situación traumática”. (3)

“Recuerdos de un crimen que estuvo a punto de desquiciarme”, dice el doctor, y me pregunto por qué. Cosa que no le pasó a ninguno de los amantes de Rafael.

Además del tiempo transcurrido entre los hechos y la narración de los mismos, encontramos que la introducción podría ser de un narrador externo, pero la exclamación ¡Dios mío! (Pág. 7) sólo cabe a un narrador protagonista que estuviese observando y acechando a su víctima. Esta expresión es repetida varias veces por el doctor Martínez: 1-“¡Dios mío! El espectáculo que ofreció Bocas del Toro a mis ojos de recién llegado”. (Pág. 17) 2-“¡Dios mío – supliqué dame fuerza para realizar esta asquerosa tarea!” (Pág. 23) 3-“¿Dios mío, cómo es posible este milagro?”. (Pág. 39) 4-“¡No me dejes formular acusaciones sin pruebas, Dios mío!” (Pág. 49) 5-“¿Por qué, Dios mío?, insistí en mi fuero interno”. (Pág. 51)  6-“Dios mío: ¿cómo pueden resistirlo?”. (Pág. 58)

Un detalle que debemos tomar en cuenta es que desde su entrada en escena, Rafael, lo hace fumando por lo que debería tener un “aliento fétido”: 1-“Un cigarrillo le ilumina intermitentemente el rostro pensativo”. (Pág. 7)  2-“A continuación el anfitrión encendió una pipa, nosotros sendos cigarrillos”. (Pág. 61)  3-“Siempre en silencio, fumamos un cigarrillo”. (Pág. 61)   4-“En mi casa fumábamos cigarrillos”. (Pág. 65)  “5-Rafael fuma cigarrillo tras cigarrillo”. (Pág. 81) 6-“Pasó el resto de la noche en una mecedora junto a mi cama, fumando como un condenado”. (Pág. 136)

Además, el doctor Martínez conocía los lugares que visitaba Rafael. “La penumbra acongojante de una apartada callejuela por la que paseábamos los dos solos a altas horas de la noche”. (Pág. 23-24)
En la introducción, Rafael se percata de que lo siguen – o quizás era algo ya común-, pues “sube las escaleras decrépitas. Sonriendo maliciosamente, abre la puerta...   ...y abre la puerta de su cuarto...” (Pág. 8-9)

Rafael abre ambas puertas, pero no las cierra, cosa que no era su costumbre y más adelante lo corrobora su abuela: “Puertas y ventanas estaban cerradas...   ...vino a mi cuarto y me despertó. Dijo que tenía miedo de quedarse solo en el suyo”. (Pág. 136)  Me pregunto qué lo habrá llevado a superar ese miedo y a altas horas de la noche entrar “sonriendo maliciosamente”.

Después de estas pistas  de la escritura podemos pensar que fueron los celos, debido a que Rafael había logrado conquistar a la mujer de los sueños del doctor Martínez: Leonor.

Otro era el motivo. Con  la falsa apariencia de querer buscar al criminal y de esa forma alejar de sí las posibles sospechas, el doctor buscaba saber si alguien –además de él y  Rafael- conocía su secreto.

El cuento de la Tulivieja es muy bien manejado, envuelve a los moradores del lugar y por ende a muchos lectores. “La cualidad más sobresaliente de Soler – señala Víctor Fernández- es su fantástico poder creativo, lo cual se evidencia a través de toda su obra. En el ahogado la referida cualidad se destaca poderosamente al unir con firmeza la leyenda de la Tulivieja con la vida, no sólo del protagonista, sino también con la madre de éste”. (4)

Nada mejor para encubrir una relación fuera del matrimonio, sobre todo en esa época y lugar. La madre de Rafael simplemente se entregó a un joven, en una quebrada, para obtener lo que el marido no le daba: un hijo. Pero no pudo con el cargo de conciencia. Lo que la llevó a locura y a su marido al suicidio. No es gratis lo siguiente:

“-Dígame una cosa, señora, con toda sinceridad: ¿Rafael se parecía a su padre? Físicamente quiero decir.
-Hum... ¡quién sabe!- “ (Pág. 140)

El pueblo se comió el cuento, precisamente porque ahí estaba la muestra de complicidad de todos con todos. “Todos se vigilaban continuamente, menos por maldad que por aburrimiento. Todo se sabía en el pueblo, y jamás la más leve sombra empaño la reputación del poeta”. (Pág. 98) 

Ese fue el cuento para no dañar la reputación de su padre y su madre. Si leemos minuciosamente nos damos cuenta que al final casi todo el pueblo sabía del comportamiento de Rafael. Lo sabía Orlando; el padre González; la abuela; don Hernando y su mujer, sin mencionar la gente de la capital.

Todos se cubrían unos a otros, y el doctor Martínez temía que a él no lo cubrieran, por eso inició  las indagatorias. Si las observamos cuidadosamente nos damos cuenta que no buscaba saber dónde, ni con quién se encontraba el supuesto sospechoso antes, durante o después del asesinato.

Inicia sus pesquisas con una visita profesional a casa de Carmen, donde encuentra también a Leonor. Lo único que leemos de bocas de ella es lo dicho por Carmen: “-¡Hay que buscarlo!” (Pág. 74)

Debido a su fiebre podemos deducir que se refería a Rafael y no al asesino, mas el doctor pone en el pensamiento de Leonor un discurso para que imaginemos que ella desea que se busque al asesino.

Continua la investigación con el padre González quien al inicio señala que ”él no creía que fuese obra de un loco. Un loco no se hubiera tomado tanto trabajo para no dejar pistas”. Eso inquietó al doctor y le preguntó si Rafael le había hecho alguna confidencia y  éste le respondió: “No: nunca me dijo confidencias del carácter personal-“. (Pág. 75)

El siguiente interrogado es Orlando, quien le contó muchas confidencias y al final, cuando ambos estaban borrachos, recordó los quinientos balboas que Rafael consiguió para pagar la fianza de excarcelación y todavía se preguntaba quién podía haberle dado esa suma.

“En este pueblo, contados son los que pueden disponer de semejante suma...   ...Descubra usted, doctor, su identidad, y tal vez...   ¿quién sabe?” (Pág. 94-95)

El doctor Martínez estaba en la capacidad de suministrar esa suma, pues contaba con “un relativo bienestar económico”. (Pág.18)

Superada la borrachera, el doctor comprendió que aquello no decía nada, le importaba conocer si sabían algo más que eso, por lo que decidió volver a visitar al padre González, a quien le comentó todo lo que le dijo Orlando.

“No sabía que el jovenzuelo estuviera tan bien enterado, ni que fuera tan lenguaraz”, respondió el padre González. El doctor supuso que debía saber otras cosas, entre ellas su secreto y vivió momentos parecidos a los del protagonista del cuento El corazón delator, de E.A. Poe.

“Quiere decir que entonces, padre, que... –sentí que el suelo cedía junto a mis pies y que un peso enorme me caía encima. Me entraron ganas de echarme a llorar, como un niño”. (Pág. 100)

A diferencia del cuento de Poe, el doctor Martínez no confesó ahí su crimen, al contrario, entró a formar parte de los que saben y no hablan. “Ya usted participa del secreto”. (Pág. 101)

Esa forma del narrador imperceptible –señalada por Bal-, y que de repente empieza a referirse a sí mismo la encontramos en el Capítulo V, donde un diálogo se convierte, de repente, en la narración que de sí hace el doctor Martínez. (Pág. 123-131)

Más adelante él nos hace ver este sutil manejo de los narradores cuando dice: “perdóname, Rafael, que abandone ahora este semi diálogo, este truco literario”. (Pág. 157)

Con esta ilustración volvemos al Capítulo V y nos damos cuenta que se trata de un auto testimonio que el doctor se hacía, un diálogo intrapersonal. Dos cosas importantes resaltan en el mismo. La primera, es que el doctor dudaba que Rafael hubiese llegado a disfrutar su compañía y se preguntaba “¿quién era capaz de acompañarlo? ¿Orlando, la abuela, el cura? Esos pobres diablos asustadizos carecen de coraje necesario para aventurarse en la oscuridad a solas con alguien tan inquietante como Rafael”. (Pág. 125)

Era el doctor Martínez quien le había brindado esa compañía en “la penumbra acongojante de una apartada callejuela...   ...Un atardecer lluvioso, un atardecer dorado y sereno, en una de las islas vecinas, o en un bote” cuando volvían de esas excursiones fantásticas. (Pág. 23-24)

Lo segundo es cuando desea que Rafael vuelva “para revivir aquel momento”, y dice: “vuelve, vuelve, Rafael, a la gruta, a la guarida del vampiro. Vuelve a leer en el silencio crepuscular de mi alcoba...” (Pág. 128)

Recordemos que el doctor pasaba mucho tiempo con el occiso:
a- “Los dos solos a altas horas de la noche”. (Pág. 24) b-“Durante dos horas habíamos caminado por la playa descubriéndonos mutuamente”. (Pág. 26)  c-“Una vez solos, el poeta me invito a caminar por la playa”. (Pág. 33)  d-“En otra ocasión, el programa trazado de antemano nos condujo a la intimidad de una caverna”. (Pág. 55)

A esto le agregamos que Rafael recitó poemas, una noche de luna en el balcón de la casa del doctor, situada a la orilla del mar, frente al hospital. (Pág. 23)

Ahora, en su vejez, acorralado por las interminables y delirantes noches de insomnio, el doctor Martínez decide confesar su entrega a Rafael, motivo primordial para matarlo, pues creía que si eso se propalaba pondría su carrera en peligro y perdería para siempre a Leonor. El doctor  no quiso que al pasado lo absorbiera la eternidad, con ese manejo de la metáfora que también él conocía, confiesa:

“¿Y esas golondrinas que contemplas con Rafael?...   ...¿Por qué pierden el tiempo un médico y un poeta en el apogeo del crepúsculo, contando las aves migratorias que a gran altura y en ceñidos escuadrones cruzan el cielo dorado rumbo a un valle que sólo ellas conocen?...   ...A veces, ya exhaustos de caminar por la maleza, desembocábamos en un claro paradisíaco, y entonces, a la sombra propicia de un mango, Rafael procedía a hacer sus revelaciones... ...Sentí el peso que se apoyaba en mis hombros, el aliento fétido...   ...Y mi cuerpo como si al fin se hubiera soltado, para hendir mi carne como un cuchillo amellado. Entonces, alzando los ojos del hechizo cegador, vi el rostro de Rafael.” (Pág. 53-55)

El doctor Martínez asesinó a Rafael y  con el tiempo la conciencia lo llevó a crear esa obra con una mezcla de misticismo y veracidad. A él se le aplican las palabras de Groddeck: “la raíz de todo crear y todo sentir y pensar es la oscura conciencia de la debilidad y la temerosa angustia, la cual es sin duda, una creadora de primera línea”. (5)



BIBLIOGRAFÍA
(1)   Solarte, Tristán. El ahogado. Editorial MANFER, S.A. Panamá. 1991.
(2)   Bal, Mieke. Teoría de la narrativa. (Una introducción a la narratología). Ediciones Cátedra, S.A. Madrid, España. 1985.
(3)   M’Uzan, Michel de. Del arte a la muerte. Itinerario psicoanalítico. Icaria, Editorial, S.A. Barcelona, España. 1978.
(4)   Fernández, Cañizales, Víctor. Análisis de la obra literaria de Tristán Solarte. Ediciones Librería cultural Panameña. Panamá. 1986.
(5)   Groddeck, Georg. Estudios psicoanalíticos sobre arte y literatura. Monte Ávila Editores, C.A. Caracas, Venezuela. 1975

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