jueves, 26 de junio de 2014

Escribir, leer y contar historias: Una aproximación al imaginario de los cuentos.


Si la vida tuviera sentido, no habría cuentos.
Nicolás Buenaventura



Uno. Los poderes de la palabra. Nuevas preguntas, nuevas respuestas.

Quisiera iniciar esta comunicación citando unas palabras de Alberto Manguel de su hermoso libro, Una historia de la lectura. “La verdad es que nuestro poder, como lectores, es universal, y es universalmente temido, porque se sabe que la lectura puede, en el mejor de los casos, convertir a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan. (…)” –y añade-: “Desde siempre, el poder lector ha suscitado toda clase de temores: temor al arte mágico de resucitar en una página un mensaje del pasado; temor al espacio secreto creado por un lector y su libro, y de los pensamientos allí engendrados; temor al lector individual que puede, a partir de un texto, redefinir el universo y rebelarse contra sus injusticias. De estos milagros somos capaces, nosotros los lectores, y estos milagros podrán quizá rescatarnos de la abyección y la estupidez a las que parecemos condenados”.


Parece egocéntrico empezar hablando de uno mismo, pero prometo tratar de justificarlo. Soy escritor, animador sociocultural, crítico literario, animador de lectura, investigador y narrador oral. A lo largo de estos años, en cada uno de estos oficios, si me permiten llamarlos así, he comprobado la veracidad de cada una de las palabras de Alberto Manguel, las cuales me ayudaron comprender el valor social de la lectura y de la palabra escrita. Me gusta escribir y contar cuentos. Llevo algunos años contando las historias de otros, porque no puedo contar las mías. Como narrador oral y escritor, en el sentido puro de estas palabras, también me he interesado por la función que tiene la oralidad y el valor social de la palabra oral en la construcción de la cultura, la ciudadanía, las relaciones sociales y las distintas conexiones con la realidad. Esta búsqueda me ha llevado a leer algunos libros y estudios de otros narradores orales, de investigadores y, sobre todo, a conversar con los cuentacuentos y con el público receptor. Si los poderes implícitos de los lectores provocan tantos temores como dice Manguel ¿Cuáles son los poderes de los escritores y narradores orales? Es muy probable que sean los mismos, pero el valor social de la palabra cobra un sentido muy especial cuando se trata de la oralidad.

En este texto quisiera reflexionar un poco en torno a algunos misterios que me han obligado a hacerme preguntas como ¿Cuál es el valor social de la palabra y los vacíos en las nuevas formas de comunicación en distintos contextos? ¿Por qué después de escuchar o leer un cuento las personas expresan sus preocupaciones de la realidad? ¿Cuáles son las conexiones cívicas y éticas de la literatura con la naturaleza local, la identidad y la historia familiar? ¿Cómo la lectura y la audición de cuentos son dos actividades que se complementan? ¿Cuál es la relación de ternura de los cuentos con la memoria? En el plano neurológico, ¿Cómo se da la comunión meta-lingüística que da encuentro a las emociones, los flujos sinergéticos, y las empatías?


Dos. El valor social de la palabra

Cuando hablo del valor social de la palabra me refiero al acto de recuperación y posicionamiento de la cultura a través de la palabra oral y escrita; ese acto de conversación implícito que tiene lugar de manera poética en los procesos sociales; la importancia de la palabra hablada entre los actores o protagonistas y su papel  social como depositarios de la memoria y la identidad. El acto de contar cuentos provoca una especie de conversación entre las personas que los ayudan a repensar su realidad y a hablar de ella; no sólo de sus alegrías, sino también de sus problemas. Es algo parecido al efecto que se da cuando se lee y discute un cuento en un círculo de lectura, solo que la conversación es más amena y personal a la hora en que contamos nuestras propias historias.

En torno al concepto de oralidad, aunque a lo largo de esta comunicación nos referiremos a las historias contadas o narradas, es importante tener claro que, como lo apunta Yolima Gutiérrez Ríos en una importante investigación titulada:  Ausencia de una enseñanza reflexiva y sistemática de la oralidad, a la hora de hacer referencia a la oralidad, se alude a «cultura oral», «mundo oral», «composición oral», «la cuestión oral», «lo oral», «la expresión oral», «la comunicación oral», «la palabra hablada», «la lengua hablada» o «el habla», entre otras variantes.  También esta investigadora nos aclara que “Existe (…) un evidente dominio de la escritura en la compleja sociedad contemporánea, y esta hegemonía reduce notablemente el espacio otorgado a prácticas ligadas a la oralidad y, podría decirse, logra invisibilizar el valor de la palabra oral en la construcción de la cultura, en las relaciones sociales y en la percepción de la realidad”. Sin embargo, la oralidad, para enriquecer las ideas de esta autora, tiene diversas dimensiones y contextos, y es innegable su protagonismo en la construcción social del conocimiento, la ciudadanía, la cultura, la ética, la creatividad, la innovación, incluso en la política.

En el marco de la post-modernidad, del complejo entramado de la construcción social y la interacción de saberes del universo de las redes sociales, el valor social de la palabra, el simple y sencillo acto de conversar y compartir historias, de hablar de nuestros problemas a partir de un cuento o una leyenda, adquiere una importancia para la re-valoración y re-construcción del tejido social que merece ocupar un espacio en todos los nichos de los saberes, sobre todo en instituciones como la escuela. El valor social de la palabra nos conecta con el otro en un dialogo que armoniza los sueños y esperanzas de proyectos comunes en una realidad dominada por la lógica de la competencia.

El discurso del escritor chino Mo Yan, al recibir el Premio Nobel el 7 diciembre de 2012, es uno de los discursos más hermosos que he leído de un Nobel, además de que es un verdadero elogio al arte de contar cuentos. Está cargado de anécdotas de la infancia y cómo este escritor se convirtió en un cuentero. Confiesa en este discurso que a su madre no le gustaba al principio que él contara cuentos, porque en su pueblo natal las personas que hablan mucho no son bien vistas. Pero un día llegó un cuentero al pueblo y Mo Yan (seudónimo que literalmente significa "no hables"), se aprendió los cuentos de este narrador oral y luego se los contaba a su madre. “Hubo veces en que después de escuchar el cuento, mi madre expresaba sus preocupaciones”, dice Mo Yan. Esto se debe a que las historias, aunque sean ficciones, nos conectan con la realidad de las personas, sus problemas, proyectos y la identidad. Más adelante, en su discurso, Mo Yan dice al referirse al arte de escribir novelas: “Un novelista es parte de la sociedad, por lo que es natural que tenga sus propias opiniones e ideas; sin embargo, cuando está escribiendo debe ser justo, debe respetar a todos los personajes igual que respeta a las personas reales. Siempre y cuando se cumpla este requisito, la literatura puede nacer de la realidad e incluso superarla, puede preocuparse por la política pero estar por encima de ella”. Estoy convencido de que lo mismo pasa cuando contamos cuentos. Las historias nacen de la realidad y de la imaginación que es tan poderosa que puede inspirar a cambiar las cosas que afean la verdadera realidad. Les recomiendo buscar este discurso de Mo Yan en el internet, no se arrepentirán.

Tres. Escribir y contar historias

En la preceptiva literaria se suele aceptar que un cuento es narrar un hecho acaecido a una segunda persona o construir una historia donde, por lo regular, el ser humano es el protagonista, pero también suelen ser otras criaturas como los animales, incluso, los objetos. La definición clásica que todos conocemos que dice que un cuento es una narración en prosa con un inicio, un nudo y un final, también es verdadera, aunque el cuento, propiamente tal, es una estructura mucho más compleja. Tal vez no sea tan importante que un narrador de historias, un cuentero, comprenda todo esto, pero de seguro ayudaría a tener una visión más puntual de la misión de los cuentos. En lo personal he llegado a entender y aplicar en la narración oral lo que Julio Cortázar nos había ya demostrado: una buena historia debe ir más allá de una anécdota. Cuando cuento un cuento, intento aproximar al receptor a dos cosas. Primero, al imaginario que puede ofrecer la historia, que trasmite diversos saberes y, segundo, a la imagen propiamente tal de lo que es un cuentero. Permítanme hablar primero del segundo.

Dice el escritor cubano Félix Pita Rodríguez, en un ensayo que se pierde en el tiempo, que en África Central a la magia que posee una persona para contar historias, ese espíritu de cuentero, se le llama "mukanda", que significa: magia cuenteril. Ese talento y sensibilidad para narrar, esa sustancia intangible es llamada de muchas formas en nuestros países: gracia o talento; carisma o don y es indispensable para trasmitir el imaginario. Escribiendo, leyendo y, sobre todo, contando cuentos y observando cómo otros cuentan, he aprendido que para tener un buen “mukanda”  hay que ser lo más natural posible y volver a los inicios de la tradición de nuestros abuelos. Para lograr transmitir con naturalidad y eficacia lo que la mayoría de las personas llaman “mensaje”, pero que yo prefiero llamar “magia”. Hay una magia en cada cuento, es como saber sacar el conejo del sombrero.


Creo que es imperativo ir destruyendo cierto concepto tergiversado del  “cuentacuentos”. Hay que tener una imagen ideal de lo que es un cuentacuentos. Sin esa imagen se puede incurrir en ser un mal cuentero, un mal contador de cuentos, porque, al final, hay más preocupación en cosas superficiales, elementos o componentes que se convierten en distractores dejando de lado la verdadera prioridad que es transmitir la magia de los cuentos. Un narrador de historias, un buen cuentero no es un hombre o una mujer disfrazado de hada madrina, princesa o Merlín, a veces casi un payaso. En este sentido pienso que el problema radica, en parte, en que un contador de historias nunca debe exponerse, como decía la narradora argentina, Alicia Mesa Garbin (q.e.p.d.). Una cosa es llamar la atención de las personas por medio de una serie de recursos paralingüísticos (un títere, un sombrero, un instrumento musical o un bonito atuendo folclórico, etc.) y otra es exhibirse y desnaturalizarse haciendo que el valor social de la palabra pase a un segundo lugar. Un cuentero o cuenta cuentos, no es un contador de chistes, aunque sus historias suelen sacar risas del público.


Creo que esa imagen se construye con una experiencia con la narración oral; algo parecido sucede con la experiencia del texto literario. La única forma de tener una imagen de un escritor, de alguien que merece ese título, es confrontando sus textos. Lo mismo sucede con un cuentero genuino, y cuando digo genuino me refiero a esa naturaleza casi sagrada o esa mística de saber contar una historia. En nuestra época, estamos siendo conquistados por una serie de instituciones mediáticas que están facilitando ese camino también mediático a ciertos valores del arte que antes estaban vedados a los espíritus con talento. La responsabilidad que tenemos es hacer honrar la palabra ya sea escrita o contada. Solo de esta forma estaremos rescatando el valor social de la palabra y los atributos de la literatura.

            Hay una relación muy estrecha entre el cuento que se escribe y el cuento que se cuenta: el escritor de cuentos, respetando una serie de elementos que componen la estructura de los cuentos y basándose en una idea central que se dispone desarrollar, busca la perpetuidad. Busca, de muchas maneras, una especie de permanencia en el tiempo, tal vez por eso se escribe la historia y, dependiendo de la concepción estética del lector y su sensibilidad personal, el cuento sobrevivirá en la memoria. Por otra parte, el cuentero, y aquí tal vez intente entrar en una discusión, no estoy muy seguro de que busque esa eternidad; quizá sí, una representación simbólica en el tiempo, una voz silenciosa en la memoria, un suspiro fugaz, una mirada en el tiempo, un encuentro secular con el mito. A la vez que se interesa por la estética, el ritmo, o la estructura, el cuentero, a través del imaginario, busca contar una historia que llene vacíos y ausencias. Es por eso que cada vez que escuchamos a un buen narrador de historias tenemos la sensación de vivir un momento que es muy probable que no se repita nunca más. Esto porque, como dice Julio Cortázar al referirse al cuento, el cuentero también sabe ir más allá de la anécdota contada. Los artificios del cuento nos llevan de la mano por el imaginario.

Cuatro. La narración oral y la promoción de la lectura

Necesito ser riguroso y puntual en este tema: un narrador de cuentos, un narrador oral no es un promotor de lectura. Existe una estrecha relación entre ambos, pero no debemos pensarlos de la misma forma. Cuando aclaramos esta aparente dicotomía de forma casi violenta, no lo estamos haciendo con el objetivo de menoscabar el valor del promotor de lectura. Estamos frente  a un caso muy especial de dos mundos que habitan en el mismo universo: ese universo llamado lectura. En realidad, como lo ha aclarado sabiamente Boniface Ofogo Nkama, un cuentero profesional y consagrado a la palabra, en su libro Una vida de cuentero, la lectura y la audición de cuentos son dos actividades que se complementan. Lo que no tenemos que confundir son los mecanismos que utilizan ambos. Un narrador de cuentos se vale de la palabra, su único artificio es la palabra oral; mientras que un animador de lectura se vale de recursos múltiples y sobre todo del libro abierto como un camino a la lectura. El narrador oral también abre un camino seguro a la lectura desde el imaginario de las historias; ayuda a profundizar en temas como la cultura, los valores, la política, la vida a través de una anécdota fabulada que trabaja en la mente del que escucha. Un buen narrador de cuentos provoca, seduce, insinúa y conversa sobre la literatura sin necesidad de las herramientas que utiliza el animador de lectura. Ambos son valiosos en la comunidad y ambos construyen ciudadanía desde diferentes espacios.

Escribre Jean-Claude Carrière en su libro El círculo de los mentirosos: “Contar una historia, además de impulsarnos hacia otro lugar, es una forma de particular de deslizarse en el tiempo, negándolo a la vez. Un tiempo de narración se ha instalado, casi sin esfuerzo, en el hecho del irresistible tirano”. Esta es una de las mágicas experiencias con un cuentero: escuchar un cuento por primera vez es un instante en el tiempo mítico que no se volverá a repetir de la misma forma.

Daré un ejemplo para fortalecer la idea de relación entre el narrador oral y el promotor de lectura y sus diferencias. Para poder contar un cuento se necesita de un espacio, preferiblemente idóneo para el fluir de las historias. Por lo regular se organiza una actividad que suele tener un título como Tarde cuentos o Tarde de cuenta cuentos, por decir algo sencillo. Esta forma de organización es una acción que se acerca a la misión de un animador de lectura quien tiene también que organizar una actividad para acercar al público a los libros.


En mi país, el movimiento de narración oral está a penas creciendo, podría afirmar que hemos dejado una semilla con la creación en el 2010 de la Red Panameña de Narradores de Historias que se creó de manera muy institucional a través de la Oficina del Plan Nacional de Lectura del Instituto Nacional de Cultura y luego se reorganizó de manera independiente para operar con el apoyo de algunas instituciones, entre ellas la Fundación Biblioteca Nacional. En este espacio la agrupación fundó una actividad llamada Cuentos con sol y agua, quizá una de las formas más efectivas de aproximar a la familia a la biblioteca y al mundo de los libros. Las primeras funciones se realizaron en el Bibliobús, un carro estacionado afuera de la biblioteca que contenía el acervo literario juvenil e infantil de la Biblioteca. De esta forma los niños con sus padres, al final de la función, quedaban dentro del bibliobús buscando sus propias historias en los libros. Hoy la Biblioteca cuenta con una sala infantil donde los padres tienen un nuevo encuentro con la lectura. Son muchos los padres que han llegado con sus hijos por primera vez a la biblioteca por ir a escuchar los cuentos. De esta forma hacemos una conexión, una alianza con la oralidad y la lectura, incluso con la educación.

Hay un libro que para mí ha sido de gran ayuda en mi camino de escritor y cuentero: Palabra de cuentero de Nicolás Buenaventura Vidal. En una de sus páginas habla sobre la educación. Dice que en algunos lugares de África sólo la vida enseña. “Ese aprendizaje se da a través de las preguntas que los jóvenes sean capaces de formular, allí reside lo que son capaces de aprender. El camino de las preguntas empieza con los cuentos. Los cuentos despiertan, desatan las preguntas. Así, crean el vacío, la necesidad de aprender”. Estoy completamente de acuerdo con lo que Nicolás anota en su libro. De hecho, soy un vivo ejemplo de cómo los cuentos han formado mi voluntad, mi coraje, mi concepto de la vida y del mundo. Creo que los cuentos son una valiosa herramienta de aprendizaje. Con ellos no sólo podemos enseñar valores, que es lo que la mayoría de las veces los maestros encuentran, también podemos entender al otro; podemos relacionarnos mejor con la naturaleza, entenderla y tener una mejor percepción de los problemas del mundo. Incluso nociones cívicas y políticas se pueden comprender mejor con los cuentos. Si miramos bien, la vida es un cuento y uno vive contando un cuento. Tenemos la anatomía de un cuento: Nacemos (el inicio), crecemos (el desarrollo y su conflicto) y morimos (el final). Claro está, algunas vidas son un mini cuento, desafortunadamente, pero aún así: hay una historia.

Cinco. La narración oral como rescate de la memoria y la ternura.

Cuando los pueblos cuentan sus historias, como es el caso de la nación dule, lo hacen, sí, para preservar su memoria, pero este universo narrado no es un género literario para el guna. Aunque el mito es una estructura literaria en occidente, para los gunas el igala es saber comprender a las personas, a la naturaleza, al mundo, a través de una explicación sabia. Los sailas cantan para transmitir conocimiento; el contador de historias y el escritor, también. Es aquí donde la cultura de un pueblo es representada. De allí el concepto de Clifford Geerdz de que la cultura son los cuentos que contamos para comprendernos mejor a nosotros mismos y a  los demás. Es casi el mismo concepto que acuñó Néstor García Canclini quien dice que la identidad es una construcción que se relata. Contamos historias para encontrarnos a nosotros mismos y para reencontrarnos con la otredad.

El narrador oral argentino Roberto Moscoloni ha dicho: “Podríamos incluir miles de relatos populares que hacen, más allá de las historias oficiales, mantener viva la memoria en las distintas comunidades”. Lo que la historia oficial no cuenta, lo que no está, por X o Y razón en los libros de textos, mora en la lengua de un cuentero. Algo muy parecido a la misión de la literatura. Rescatamos la memoria colectiva y fortalecemos el imaginario de los pueblos. Y esto hace que las personas tengan un sentido de pertenencia que hoy es importante fortalecer. En este sentido un buen contador de historias tiene una relación con la buena literatura, aunque no necesariamente los cuentos contados tengan que ver con la patria o conserven ese sentido de lo nacional. Una historia bien contada puede tener raíces africanas, por ejemplo, pero la anécdota implícita conectará al auditorio con la realidad local.

En el caso particular de la narración oral creo que hay una ventaja que no tienen las novelas, por mencionar un género literario.  Escuchar un cuento es una experiencia que nos conecta directamente con la ternura. La lectura también lo hace, pero el canal de la voz crea un estado de gracia que es un momento mágico entre el narrador y el oyente. Transfiere la ternura de una manera, creo yo,  más humana, de persona a persona.


 Hoy día, la sensibilidad humana está menoscabada; cada día las personas parecen encerrarse en un caparazón semejante al de la tortuga. De la misma forma, se hace cada vez más difícil compartir sentimientos de empatía, nos cuesta sentir lo que siente el otro. Estoy convencido de que contar cuentos conecta a los humanos con estas valiosas expresiones de la condición humana. Es por eso que Boniface Ofogo nos habla de que los cuentos son un espacio para la ternura. Contamos cuentos y muchas veces tocamos a la gente y generamos cambios en ellos. Uno de esos cambios es la actitud hacia su pasado y su presente. Las personas suelen valorar más sus recuerdos y sus memorias porque un cuento les despertó algo, porque una historia tierna despertó a la vez en ellos la ternura. A la vez esto posibilita que las personas valoren las cosas del presente y sean más sensibles hacia los problemas del mundo.

 Quiero citar otra vez a Moscoloni: “El cuento como experiencia pasa a cumplir el rol curativo que se impone en la necesidad de las personas de recrear a partir de la palabra de la gente del pueblo, situaciones que desean se recuerden, por dolorosas o por alegres, pero que se mantengan  ocultas en la memoria de la gente”. En lo personal hemos contado algunos cuentos que han hecho que las personas se me acerquen y me den las gracias, no sólo por el momento cultural, si no porque sienten que la historia les regaló algo. La emoción que sienten las personas se nota en sus palabras de gratitud y en unos ojos que se hacen agua con ganas de llorar. No sabemos qué hemos despertado, lo único que sabemos es que es una forma de curación.

En el ensayo El placer que no tiene fin, William Ospina nos recuerda ese relato de Ray Bradbury, donde ya no hay libros y está prohibido recordar. En un mundo en ruinas donde ya la civilización está en ruinas, un niño se escapa para ir a un parque donde un anciano le cuenta cómo era el mundo antes del caos. La tesis que Ospina trata de sustentar, y de hecho lo hace, es que la capacidad de soñar de los seres humanos sobrevivirá siempre y cuando la imaginación sea una forma del ser humano de supervivencia para confrontar el presente a través de la nostalgia de la memoria. Además, Ospina analiza la ficción distópica de Bradbury y hace énfasis en que no hay nada más fascinante y asombroso para un niño que una historia bien contada. Dice William Ospina: “Más admirable es la magia de quien es capaz de pronunciar palabras que les permitan a los niños ver lo que no está frente a ellos, que haga relampaguear en sus ojos hechos y criaturas que son apenas un hilo de voz, un relato”. Mientras los cuenteros existan, existirá una forma de ver la vida con esperanza y posibilidades de supervivencia.


Seis. Escribir, leer y contar historias como formas de transgresión y resistencia

En una reciente entrevista a la Julia Kristeva, la filósofa, teórica de la literatura y el feminismo, psicoanalista y escritora francesa de origen búlgaro,  habló de las nuevas enfermedades del alma.  Habla de cómo el sentido moral perdió sus anclajes y propone la construcción de un nuevo humanismo que revalore los códigos morales de la humanidad. Esto se parece mucho a otra reflexión de Ken Robinson, uno de mis teóricos favoritos sobre el pensamiento creativo. Ken afirma que debemos aspirar a la búsqueda de una nueva concepción de la ecología humana que le de nuevas miradas a las ideas que tenemos de la educación. 

Cuando Julia Kristeva se le pregunta por las nuevas enfermedades del alma, ella dice que son: “el debilitamiento de la familia, de la escuela, en general de los lugares de integración. Sin contar con el papel creciente de la imagen, que reemplaza al lenguaje y hace que el hombre parlante se vuelva cada vez menos parlante. Mientras tanto, el sistema de comunicación cubre ya todo el campo visual bajo una inmensa tela superficial, en detrimento de la profundidad, del fuero interior”.

Quiero hacer énfasis en esta frase de Kristeva “…la imagen que reemplaza al lenguaje y hace que el hombre parlante se vuelva cada vez menos parlante”. Creo que aquí los cuentacuentos jugamos también un papel importante y, aunque puedo usar muchas imágenes y figuras literarias, muchas metáforas bellas para probarlo, voy a tratar de ser un poco científico. Toda esta problemática que tiene que ver con las ideas, la cultura, la ciencia, la ética, la política tiene que ver con la comunicación y me refiero a la comunicación en términos de la conversación entre las personas. Y esta comunicación, aunque parezca extraño y contradictorio, se da entre tensiones de resistencia y transgresión.


Necesito citar un estudio reciente que revela que cuando las personas conversan “la transmisión de información va mucho más allá de la simple comprensión de las palabras que se están empleando”. Los investigadores descubrieron que “existe una danza de emociones compartidas, de flujos sinergéticos –del caos al orden, y de regreso–, que sumergen a los participantes en una comunión meta-lingüística”.

 El estudio, -cito la fuente de Javier Barros del Villar- publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, expuso a once personas a la grabación de una historia. Los investigadores Greg Stephens y Uri Hasson comprobaron que la actividad cerebral de la narradora y la de los escuchas, era la misma –exactamente las mismas regiones del cerebro que se activaban, al mismo tiempo, en ambos casos”.


¿Qué prueba esto? Para mí, dos cosas: qué la ciencia nunca ha estado reñida con el arte y que nuestro cerebro, como dice el estudio, alberga una importante dinámica de neuronas llamadas neuronas espejo, “células del cerebro que son activadas cuando hacemos algo, pero también cuando observamos a otra persona hacer la misma acción. Las neuronas espejo reflejan al interior de una persona, lo que está sucediendo en a su alrededor, como si el observador fuese (y creo que en verdad lo es), el protagonista”. Cuando leí este artículo, me di cuenta de por qué un narrador, un escritor o cualquier otra persona que cuenta una historia, se conecta de manera empática con el cuentero, y al revés, también. Esta conexión se da incluso a través de la transgresión en el buen sentido de la palabra. El narrador, al igual que el poeta, violenta la realidad para representarla a través del imaginario. Violentamos la realidad de muchas formas: con un cuento podemos hablar de injusticias y de la importancia de la solidaridad, por ejemplo.

Paul Zak, autor, orador y neuroeconomista. Realizó un estudio notable en que el cerebro humano responde a la narración poderosa. Como parte de su estudio, el Dr. Zak supervisó de cerca la actividad de los nervios de cientos de personas que vieron la historia la historia de un niño llamado Ben que padece una enfermedad terminal. Comprobó que una narración simple, si es muy atractiva puede evocar poderosas respuestas empáticas asociadas con neuroquímicos específicos llamados cortisol y la oxitocina.

Estos neuroquímicos actúan en nuestro cerebro y tienen profundas implicaciones que pueden mejorar la calidad de vida, incluso en entornos profesionales y públicos. Me pongo a pensar en los resultados que se podrían obtener si los funcionarios públicos de un ministerio o los colaboradores de una empresa escucharan de vez en cuando cuentos o participaran de cualquier ritual donde se lea en voz alta algo amigable al espíritu. Estoy seguro que serían funcionarios y colaboradores más felices y, si son más felices, nuestras instituciones y empresas serían mejores. Recuerdo con alegría cuando empezamos a celebrar el Día Mundial de la Poesía en Panamá. Hubo lecturas de poesía en hospitales, bufet de abogados, en la Procuraduría de la Nación, en Ministerios, empresas. Yo sé que ese día está en la memoria de todos los que tuvieron una experiencia poética. Nosotros le recitamos poemas a los obreros en una obra en construcción y todavía recuerdo cómo los obreros de otra construcción que estaba al lado, nos pedían a gritos poemas.

En el intricado funcionamiento del cerebro la moral y la ética operan de manera extraña y el fuerte impacto en el cerebro que tienen las acciones, los movimientos del narrador, las palabras, los sonidos, la musicalidad,  pueden intervenir de muchas formas impresionantes en nuestras emociones.  Los estudios demuestran que la lectura y la oralidad pueden tener implicaciones en la educación y en el diseño de ambientes de aprendizaje.  Los cuentos pueden devenir en experiencias que pueden descubrir habilidades creativas e innovadoras, también a confrontar problemas; cuando nos aseguramos, por medio de la historias, que la gente ponga en el centro sus experiencias, sus historias que son importantes para ellos, construimos ambientes de bienestar.

Conocí a dos narradores orales en Costa Rica, en el Festival San José Puro Cuento en el 2013: Fredy Ayala y Harris Marín. En un mini foro donde participamos todos los narradores del festival,  Fredy habló de la noción de la velocidad en sus historias. Tendrían que verlo narrar para entender mejor el concepto del que estamos hablando, pero él decía que para el contar cuentos es una forma de resistencia. Contar historias es una forma resistencia para confrontar la velocidad de la vida, vivimos en un mundo acelerado. Cuando habló de eso yo pensé en otras nociones como el ruido, la soledad y el silencio. Contamos cuentos para ir en contra del ruido que no nos deja escuchar al prójimo; contamos cuentos para comulgar con el otro y compartir soledades; y contamos para ir contra el silencio, somos la voz del pueblo a través del imaginario.

Harry Marín es médico de profesión. Estudió medicina aeroespacial, una profesión que nos dejó a todos extrañados. Lo primero que me pregunté es cómo un médico se vuelve cuentero. Harry me respondió a través de sus cuentos. Tiene una colección de microrrelatos llamados Cuenticilina, cuentos embotellados en esas botellitas donde viene la penicilina: ansiogenético-psicotrópico-simpaticomimético de amplio espectro; así llama este narrador oral a su propuesta. No sé si los cuentos puedan curar los males reales de las personas, pero sí sé que pueden hacer sentir mejor a las personas y permitirles tolerar mejor su mal. Lo mismo sucede con la lectura.

Hace poco leí un artículo sobre las conexiones neuronales que cito literalmente: “Según Guillermo García Ribas, Coordinador del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología (SEN), “la lectura es una de las actividades más beneficiosas para la salud, puesto que se ha demostrado que estimula la actividad cerebral y fortalece las conexiones neuronales”. Un cerebro activo no solo realiza mejor sus funciones, sino que incrementa la rapidez de la respuesta. Mientras leemos, obligamos a nuestro cerebro a pensar, a ordenar ideas, a interrelacionar conceptos, a ejercitar la memoria y a imaginar, lo que permite mejorar nuestra capacidad intelectual estimulando nuestras neuronas”. Y más adelante afirman: “Leer, sobre todo relatos de ficción, puede ayudar a reducir el nivel de estrés, que es origen o factor de empeoramiento de muchas dolencias neurológicas como cefaleas, epilepsias o trastornos del sueño. Además, leer un poco antes de irnos a dormir, puede ayudar a desarrollar buenas rutinas de higiene de sueño”. Todo esto tiene que ver con la reserva cognitiva que para los científicos es importante en la relación directa que tiene esta con el funcionamiento cognitivo y ejecutivo de nuestro cerebro cuando envejecemos, sino porque se ha demostrado que es un factor protector ante los síntomas clínicos de las enfermedades neurodegenerativas.


El sentido de pertenencia, de solidaridad y de cooperación, también crea dosis emocionales en el cerebro que nos ayudan a sentirnos bien. Un estudio de la Universidad de Búfalo (EE UU) publicado recientemente en la revista Psychological Science, revela que “cuando leemos un libro nos sentimos parte psicológicamente de la comunidad que protagoniza la narración,  (…)  la de pertenencia a un grupo. El sentido de pertenencia  produce una mejora del estado de ánimo y la satisfacción similar a la de formar parte de grupos reales. "Leer satisface una profunda necesidad psicológica", que ha jugado un papel clave en la evolución, concluían los autores, dice el artículo. Tal vez parece contradictorio con nuestro discurso, porque estamos apelando al acto de conversación con personas reales; pero me pongo a pensar en cómo esto podría ser utilizado en un círculo de lectura, por ejemplo.

Otro estudio realizado por Laurent Cohen, investigador del Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica de Francia (INSERM) demostró que en “la gente que aprende a leer “el cerebro recurre también a las zonas especializadas en el lenguaje hablado, puesto que la lectura "activa el sistema del habla" para tomar consciencia de los sonidos y permite "establecer relaciones entre el sistema visual y el sistema del habla, entre las letras escritas y los sonidos"”, afirma Cohen. Es por eso que tenemos tomar conciencia de la importancia de la alfabetización. Y crear metodologías y procesos que permitan que la lectura, más allá de las metáforas como Leer es Libertad o Leer es soñar, también sea un derecho real y palpable. Los que escribimos, los que leemos y los que contamos historias estamos conectados y relacionados, y esa relación es más profunda de lo que parece. Es una relación dimensionada de la comunicación.

Termino con una última reflexión citando a una narradora oral cubana, Mayra Navarro: “Cualquier palabra o gesto de acercamiento puede aprovecharse para dimensionar el alcance de la comunicación vivencial en función de la labor del narrador como promotor sociocultural”. Dije anteriormente que el narrador oral no es un promotor de lectura y lo sostengo. Pero la cita de la narradora cubana no contradice mi aserción, más bien, la fortalece. El valor social de la narración oral, el arte de contar cuentos, tiene atributos esenciales para rescatar el valor de la conversación y la comunicación con el prójimo. Creo firmemente que el narrador oral es más un animador sociocultural, porque si la lectura es una práctica sociocultural que puede dimensionar la realidad, es válido que el acto de contar cuentos sea una conversación dimensionada de la realidad. 

El narrador oral es una especie de animador sociocultural, porque tiene la habilidad de potenciar una conversación e interactuar con la familia o la comunidad en un espacio comunicacional donde la participación, el descubrimiento de las identidades y los problemas se convocan en asamblea. El narrador oral ayuda a dar sentido a nuestras existencias a través de cuentos que permiten imaginar prácticas ciudadanas que buscan mejorar la calidad de vida y recuperar la autoestima por medio de las historias. Todos tenemos la necesidad de escucharnos, de reconocernos en el otro; de construir mundos imaginarios para descubrir y entender la realidad y ser más felices. Recordemos lo que decía Jorge Luis Borges: la lectura es una forma de felicidad. Si eso es verdad, contar cuentos y escuchar cuentos es el camino a la realización de la felicidad.
                              

*Trabajo presentado en la XVII Feria Internacional del Libro Santo Domingo, abril 2014.

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