Palabras por los ganadores del los premios Ipel en rueda de prensa el miércoles 11 de octubre, hotel Wyndham.
Su Excelencia Luis Ernesto
Carles, Ministro de Trabajo y Desarrollo Laboral
Director del IPEL, señor Gerardo Guerrell, director del Instituto de Estudios Laborales.
Amigos organizadores de
los premios IPEL: Dixiela Arrocha, Noel Pinzón, Fidel Cajar, Rodrigo Moreno y todo el equipo.
Amigos periodistas.
Camaradas artistas.
Damas y caballeros:
Se
me ha solicitado el honor de dar unas palabras a nombre de los 27 galardonados
de los premios Ipel de esta versión
del 2017. Debo admitir que estoy muy honrado y feliz de poder hacerlo. Primero
quiero felicitar a Instituto Panameño de Estudios Laborales por organizar y
mantener este concurso que es uno de los más importantes del país desde 1977.
La
categoría con la que gané fue el cuento. Soy un escritor y podría estar
hablando sobre los atributos de la lectura y los libros por mucho tiempo porque
ese es mi trabajo. Pero por respeto a los demás amigos artistas ganadores en las categorías de artesanía, corto metraje, décima, escultura, fotografía, pintura, poesía y
prensa escrita, quisiera hacer una breve reflexión sobre una palabra que nos
vincula y nos hermana a todos: la cultura.
La
mayoría de ustedes estarán de acuerdo en que la cultura es el espacio donde se
dan los consensos y se crean alianzas, por eso se habla de que la cultura sana
los tejidos de la sociedad. Pero yo voy a hacer un poco temerario y diré que la
cultura también es el lugar donde se generan conflictos, tensiones y resistencias, porque la cultura
no es algo que sólo genera certezas, también crea incertidumbres.
Estas
incertidumbres nos ayudan a cuestionar la realidad y a dudar de ella. La
cultura es el lugar donde los artistas interrogamos al mundo a través de lo que
hacemos. Esta interrogación es nuestra forma de resistir los problemas, los
abusos, las injusticias, los flagelos y todos los males que amenazan a la democracia,
mejor dicho, a la libertad.
Carlos Fong |
Quiero
anotar algo muy importante que he dicho en otras ocasiones en mis talleres,
conferencias o charlas que la mayoría de las veces van dirigidas a los jóvenes,
esa especie tan frágil y vulnerable de la vida humana. Y me refiero a ellos porque
son los que más me preocupan en este mundo que cada día está más
convulsionado y amenazado no solo por las bombas y la violencia callejera;
también está amenazado por la carencia de los valores más nobles; ciertas ausencias son todavía más peligrosas.
A
los jóvenes les digo cada vez que puedo que la cultura no es la vacuna ni el
remedio ni la panacea para curar los males de la sociedad. No es la cultura más
importante que la ciencia o la tecnología.
Los que hacemos cultura no somos magos con una varita mágica, aunque algunos
parezcamos gurus o chamanes.
No,
la cultura no nos salvará de la destrucción inminente. Pero la cultura tiene
una misión que no tienen otras esferas del conocimiento: la cultura nos ayuda a
persuadirnos de que el mundo puede ser mejor. Nos sensibiliza y nos permite
tener una mirada de otros mundos posibles. Y cuando algo puede ser posible la
esperanza se fortalece. Y cuando hay esperanza nacen las ideas y las ideas
traen proyectos de vida. Creo que esa es la misión de la cultura.
Muchas
cosas que nos están pasando se deben a que vivimos un presente empobrecido desde la
cultura. Si una persona tira un bulto de basura al río, o ensucia una parada de
bus o daña una escuela; si las personas se agarran a golpes en la calle o se dicen
las cosas más feas del mundo; quiere decir que viven una realidad empobrecida y
vacía de sensibilidad, de empatía, de valores, de pertenencia, de identidad, en
suma: una ausencia de cultura. Su realidad es frívola y mediocre porque lo más seguro es que
su entorno carece de cultura.
Los
artistas soñamos con un país donde la cultura sea prioridad del Estado. Que en
la agenda de los que toman las decisiones políticas la cultura estuviera en primer lugar. Porque la cultura
trae la educación, la salud, la ciencia, la tecnología, la investigación y
muchas cosas más. Eso es lo que soñamos los artistas. Que en vez de cantinas y
bodegas tuviéramos equipamientos culturales. Que en vez de acortar, se incrementara el
presupuesto para la cultura. Pero no es así. Es todo lo
contrario y eso nos entristece. Por esa razón el artista sufre y le duele su país. Por eso desde nuestro arte siempre estaremos sufriendo, pero también resistiendo y enseñando a resistir.
Quiero
terminar con una breve reflexión que me inspiró un libro que me obsequió mi
amigo Guillermo Castro, un hombre noble y brillante que se preocupa por pensar a los panameños. El libro se titula “Analfabetismo ecológico: el
conocimiento en tiempos de crisis” y es de Rodrigo Tarté, otra persona
brillante que dejó de estar con nosotros en el 2011. En ese libro Tarté nos
habla de que hace mucho tiempo el hombre rompió su diálogo con la naturaleza y nos
dice que es importante retomar ese diálogo. Le llama analfabetismo ecológico.
Pienso
que lo mismo nos está pasando con la cultura. Tal vez no tan grave como con la
naturaleza porque aún podemos sentir la cultura en las fiestas, en los festivales, en las comunidades y en concursos como el IPEL. Pero pienso que los artistas debemos gestionar
nuevas formas de articulación y de cooperación que nos ayuden a llamar la
atención de quienes toman las decisiones. Pienso que debemos apostar por una
nueva ecología de la cultura que nos permita retomar el diálogo entre la
cultura y la ciudadanía. De no hacerlo, muy pronto, tal vez más rápido de lo
que imaginamos, tendremos un país lleno de mentes empobrecidas. Un país entristecido
Buenos
días
Carlos Fong
Primer lugar categoría cuento
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