Por Carlos Fong
¿Cuál es su proyecto,
desde una propuesta de cultura, para ayudar a consolidar la Nación? Es la pregunta que
me gustaría hacerle a cada uno de los candidatos a Presidencia y Alcaldía en el actual
tinglado político, si tuviera la oportunidad de tenerlos al frente. Estoy claro en que para la mayoría son más importantes temas
como la canasta básica, la pobreza, la seguridad,
la salud, la educación, el transporte, la vivienda, el agro, entre
otros. “La cultura -afirmarían los más temarios-, no
sirve para nada; sin ella sobrevivo y con ella, también”. “No necesitamos
invertir en cultura, eso no se come, no te resuelve”; dirían
los menos cínicos.
Seré más temerario y
atrevido todavía con lo que voy a certificar con mi nombre y apellido en este
artículo: Cualquier político, del partido que sea, que no tenga una propuesta
coherente y sólida de política cultural es para mí concepto un verdugo, un
farsante y un mediocre. Un verdugo que lleva al pueblo a una enorme guillotina
donde lo despojará de su espíritu creativo; un embustero que con caramelos
busca el voto fácil y un mediocre incapaz de reconocer en la dinámica de la cultura el potencial creativo de ésta para resolver conflictos y construir ciudadanía, para posibilitar consensos y articulaciones, para generar proyectos democráticos y desarrollo económico. La cultura, como
componente de la estructura del poder socio-político, en la configuración de redes de relaciones sociales, debe ser entendida como
algo que va más allá de las categorías estéticas, es decir, algo adicional a las mal llamadas bellas
artes.
Nuestra voluntad de
criticar y actuar, nuestra postura hacia los problemas sociales, la visión o
concepto que tenemos del mundo y sus conflictos, la manera en que tratamos al
otro, el compromiso y responsabilidad con el entorno, la tolerancia en la
diversidad de razas, sexualidades, sensibilidades religiosas e ideológicas, nuestra capacidad
de resolver conflictos, el sentido de pertenencia, el mapa biológico, las
ciencias, la educación y los valores éticos, la forma en que tomamos
decisiones, incluso, los modos de hacer política, están supeditados por la
cultura. Existe una necesidad urgente, y es que desde la cultura circunscrita, es decir, las decisiones que salen de
las instituciones de poder, el Estado necesita repensar la palabra Cultura.
Durante mucho tiempo ha despuntado
en nuestro país el concepto de que la cultura es puro entretenimiento para canalizar el ocio del ciudadano. Impera una percepción de la cultura como espectáculo, de fuegos artificiales, de globos inflados y caritas pintadas. Cuando los
políticos presentan sus propuestas culturales siempre hablan de llevar las “bellas
artes” a todo el país, como si la cultura
fuera una exposición itinerante, una carpa de circo o una tarima móvil que se mueve al antojo,
o se centran en lo que ellos consideran vernacular, el folclor de Azuero, por
ejemplo, y con poca o ninguna creatividad se acuerdan de los sectores indígenas
o afro-descendientes, de los movimientos urbanos alternativos o emergentes y las identidades
juveniles.
Arriba mencioné algunos aspectos de cómo opera la cultura; voy a citar dos a manera de ejemplo: el sentido
de pertenencia y la capacidad para resolver conflictos. Antes necesito citar unas palabras de Michael Parenti de su libro La batalla de la cultura, donde nos recuerda a Edmund Burke que veía en la cultura un vínculo imponderable de consenso que mantiene unida a la sociedad. Sin embargo, reflexiona Parenti, la cultura, además de ser un campo de consenso también lo es de conflicto. Veamos los ejemplos.
Cuando trabajo con los
niños o los jóvenes y les pregunto qué piensan de por qué la gente tira la
basura en la calle, las respuestas son interesantes. Las nociones de país,
patria, hogar, familia en los chicos se fortalecen cuando hablamos del tema. ¿Por qué la gente ensucia las paradas de los buses? “Porque no
son de ellos”. Empezamos a trabajar el sentido de pertenencia con los chicos y
cuando ellos logran entender que el país entero es como una casa grande, asumen que si ensucias la calle, la parada o la escuela estás ensuciando tu
casa y eso no es amor a la familia; si ensucias tu casa no amas a tu familia. Confrontar ideas genera conflictos, pero a su vez las discusiones plantean respuestas. En Panamá el sentido de pertenecía está muy herido, maltrecho, en crisis. La carencia de políticas de desarrollo cultural articuladas impide curarnos de este horrible hábito de ensuciar. El problema se lo han dejado a la Autoridad de Aseo sin consultar a otros sectores como Salud, Educación y Cultura, por decir tres.
Recientemente fuimos
testigos por los medios del conflicto territorial entre indígenas gunas de
Madungandí y los llamados colonos. Las autoridades resolvieron destruir las
casas de los colonos quienes fueron expulsados y ahora no tienen dónde vivir. El
viernes 4 de octubre Catherine Potvin y Jorge Ventoncilla, miembros de la
Cátedra Unesco Foro y Observatorio de Sostenibilidad, proponían en un artículo,
publicado en La Prensa, una posible
solución al conflicto desde un Consejo
Consultivo que ya tenía referentes positivos. La idea era que en este Consejo las partes en
conflictos debían sentarse para reflexionar y analizar, como ciudadanos que se
saben parte de un país, la posibilidad de hallar una solución al conflicto. Al compartir sus historias, sus culturas, sus problemas había una esperanza de construir juntos. ¿Difícil?
Sí. Nadie ha dicho que no, pero la violencia y la intolerancia ganaron y ya
conocemos los resultados. Esto demuestra la falta de políticas socioculturales para
resolver conflictos dentro del protocolo de las autoridades.
La
cultura, como herramienta sociocultural, puede ayudar a mejorar la calidad de
vida de las personas. Lo que hace falta es una política de desarrollo cultural
integral que considere la diversidad de posibilidades creativas para ayudar a
encontrar soluciones a la problematización del ser panameño en todas sus
esferas. La salud y el deporte, la inseguridad y la violencia, incluso el
transporte, pueden mejorar con propuestas creativas desde la cultura. Hace poco
veíamos que en otros países hay bibliotecas en los metros para aliviar el
estrés de los usuarios; en Colombia hay una biblioteca en un estadio de fútbol.
En Panamá las
alcantarillas seguirán desbordándose mientras tirar la basura sea un hábito del panameño; la violencia juvenil en los barrios, en las
calles y hasta en las comunidades indígenas y campesinas se incrementará; las
mujeres seguirán siendo asesinadas sin importar Ley alguna; el racismo y los
prejuicios continuarán avanzando como una plaga; la intolerancia, la
corrupción, la insensibilidad reinarán. Porque la cultura, que se manifiesta en
la conducta de las personas, en sus conflictos sociales, de género, de identidades, de ideas, de razas; en la ética, la ciencia, la política y la salud no está
siendo considerada en la agenda del Estado. No es una prioridad, no es vital,
ni importa para nada. En lo que a mí concierne, los candidatos en esta
contienda que no tengan una política cultural o un plan de desarrollo cultural
coherente, no merecen el voto.
El autor es escritor, animador
sociocultural y promotor de lectura.
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