lunes, 6 de enero de 2020

La niñez y la juventud, entre brechas


El 2019 comenzó en Panamá con un evento mundial de gran importancia encabezado por los jóvenes: la JMJ, y se podría decir que finalizó con otro momento nacional, liderado también por los jóvenes, que fue las protestas en contra de las reformas constitucionales, que el presidente, salomónicamente, acaba de proponer que se retiren. En ambos acontecimientos, uno menos grave que el otro, los jóvenes fueron la clave y esto es importante reflexionarlo a fin de año.

Hay una frase que el presidente Laurentino Cortizo Cohen reitera en muchos de sus discursos: “Este es un gran país”. Es cierto. Es un gran país desde muchos puntos de vista: desde la economía, por ejemplo (somos el segundo país más competitivo de América Latina y el primero en Centroamérica, y tenemos las tasas de crecimiento económico más altas de la región, según los informes), hasta la cultura (somos un país con una multiculturalidad admirable, que posibilita el desarrollo cultural en todas las esferas).

Este “gran país” se enfrenta a grandes retos, como el rescate de la institucionalidad, la lucha contra la corrupción y una burocracia absurda e inoperante; la inseguridad y prevención del delito; la educación y salud de calidad; el desarrollo de la ciencia, la investigación y la cultura; la innovación y el talento emprendedor, y la lucha contra la especulación de los medicamentos y la vivienda, que hacen que la calidad de vida sea un sueño.

En nuestra opinión, en medio de estas tensiones y desafíos, lo que hace que seamos un “gran país” es nuestra gente. Esa gente es la que hace posible que la economía funcione y tengamos una riqueza cultural. Y esa población tiene un alto porcentaje compuesto de niños y jóvenes, que en la actualidad viven en un país con muchas amenazas que ponen en peligro su destino.

En este “gran país” la situación de los derechos de la niñez y la adolescencia (según estudios recientes de Unesco) no es algo de lo que podemos sentirnos orgullosos. Los niños y jóvenes están cruzados por muchas tensiones y viven entre distintas brechas que amenazan su futuro.

El análisis de estas brechas, según la Unesco, nos recuerda los cuatro países que Pedro Rivera nos reveló en una memorable conferencia: un país transitista, un país agrario, un país marginal y un país excluido. En estas cuatro imágenes de país hay una lectura de un solo país abandonado, olvidado, saqueado, descuidado; un país con muchas víctimas, entre las cuales son los niños y los jóvenes los más vulnerables.

Entre las principales brechas está la falta de información representativa que permita tener políticas públicas que garanticen el derecho a la vida, el crecimiento y el desarrollo de los niños y adolescentes en Panamá; una brecha territorial que es evidencia de una asimetría entre el área rural y la urbana; una brecha de género, el alto índice de mujeres adolescentes embarazadas repercute negativamente sobre el derecho a la salud y al desarrollo integral y perpetúa la pobreza; brechas socioeducativas y socioeconómicas, la falta de una educación de calidad y el débil apoyo de la empresa privada no favorecen a la niñez y la juventud y empobrecen su entorno; brechas en la prestación del servicio, el informe de la Unesco dice que faltan especialistas médicos, profesionales de salud mental y promotores de salud comunitaria. Quiero añadir la falta de promotores culturales y equipamientos culturales.

En conclusión, la oferta de diversos servicios de desarrollo para la niñez y la juventud es precaria en Panamá, para ser un país que presume ser el más desarrollado de la región. Los desafíos para garantizar los derechos de los niños y jóvenes están muy claros en la investigación de la Unesco. ¿Qué hace falta? Como siempre: voluntad política y una integración sincera del sector público y privado para trabajar articuladamente por nuestros niños y jóvenes, que ya se ha dicho, no son el futuro de la nación: son su presente.

No es gratuito que los jóvenes sean los que están saliendo a la calle a luchar por sus derechos; derechos que son de todos. Las identidades juveniles son una bomba de tiempo. Desencantados e indignados, no se van a quedar con los brazos cruzados mirando como este “gran país”, que lo es, es también un espejismo. No somos un oasis, no somos una tacita de oro, no somos el país más feliz de la región, porque mientras la mayoría de nuestros niños y jóvenes estén sufriendo, habrá una verdad que maquillar.

La Prensa, 28 de diciembre de 2019.

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