sábado, 1 de julio de 2023

El diablo no está en las pantallas

Carlos Fong

La Prensa, 1 de julio de 2023

Semanas atrás, estuvo circulando por las redes sociales un video de Pablo Muñoz Iturrieta, donde comunicaba la noticia, según la cual, la ministra de Educación de Suecia, Lotta Edhol, eliminó el plan de digitalización de las escuelas para volver a los libros de texto. Según el señor Iturrieta, esta decisión del gobierno del país escandinavo es correcta, porque las pantallas están creando una generación de “alfabetos funcionales” (me imagino que quiso decir “analfabetas funcionales”), que no comprenden lo que leen, no retienen, no prestan atención y no son creativos.

El video, como una fatwa islámica, sin evidencia científica, sataniza la tecnología, además de que tergiversa la noticia. En realidad, “...la ministra devolvió el documento a la Agencia Nacional y pidió la opinión de cerca de 60 organismos dedicados a la investigación en diferentes campos. Uno de ellos es el Instituto Karolinska, dedicado en parte al estudio de neurodesarrollo”, dice El Diario de la Educación, un medio de comunicación de España.

La falta de conocimiento del problema de la lectura lleva a muchos a pensar que es la tecnología la culpable de que los niños no sepan leer ni escribir; argumento que ha estimulado las hipótesis enardecidas de fanáticos que crean fricciones entre la cultura impresa y la digital. Volvemos, en cierta forma, a la época medieval, cuando el libro se convirtió en un enemigo tecnológico de la memoria y el conocimiento.

No es saludable poner en conflicto al libro y las pantallas. Reconocemos que existen estudios de la neurociencia que han demostrado que el uso de celulares a temprana edad afecta el desarrollo de la comprensión lectora en los niños; pero también sabemos que los recursos tecnológicos son soportes que pueden fomentar ciertos procesos de aprendizaje, si son bien usados. Al final, todos los extremos son malos.

Antes de mirar lo que pasa en Europa, miremos el panorama real de nuestro país. Un país que no ha atendido las políticas de lectura ni su plan de lectura; un país con bibliotecas públicas y escolares en estado de abandono; un país donde las bibliotecas terminan en cerro Patacón; un país donde se invierte millones en libros sin saber qué hacer con ellos.

El problema de la lectura y la escritura en Panamá es un arrastre que tiene muchos años y no se origina ni por la carencia ni por el avance de la tecnología. De hecho, la mayoría de los niños no tiene pantallas inteligentes en las aulas (con suerte tiene electricidad) y vive en contextos de pobreza donde la brecha digital es pan de cada día. El problema podría ser, más allá de la forma de enseñar a leer, es decir, de enseñar a decodificar, es que para los niños leer no es objeto de deseo y esto se debe por la simple razón de que no entienden lo que leen; nadie disfruta algo que no le hace sentido. Si leer un libro es un acto sumamente complejo, ¿leer en pantallas lo hará más fácil? No.

Daniel Cassany, autor del libro En-línea. Leer y escribir en la red, obra que parece necesaria leer en este momento, plantea que necesitamos trabajar constructivamente en la era digital y entender cómo aprender de forma competente y eficaz en medio de una encrucijada que estamos viviendo. Acceder a la información, no es lo mismo que comprender. La lectura es una actividad de comprensión significativa que es más difícil de lo que se piensa. Entonces, se trata de aprender a leer en el marco de las nuevas prácticas de lectura y entender los contenidos de lectura digital y saber usarlos de manera crítica.

En el estudio El mito del nativo digital: ¿Por qué necesitan libros?, que se puede consultar en línea en el dosier Lectura en papel & lectura en pantalla, Hildegunn Stole, docente asociada del Centro Nacional de Educación e Investigación en Lectura de la Universidad de Stavanger, Noruega, nos dice: “No hay razón para que la lectura de libros no se siga fomentando en la escuela, junto con el empleo didácticamente eficaz de los medios digitales”. Tenemos que inventar e invertir en escenarios de lectura con libros, tecnología y programas que involucren a la comunidad; seguir investigando para mejorar la enseñanza, y prestar atención a la conciencia fonológica y la oralidad. No mostrar un crucifijo a las pantallas.

Voy a cerrar citando el final del artículo “Pantallas y comprensión lectora”, de Héctor Ruiz Martín, director de la International Science Teaching Foundation, publicado en El Periódico de España: “Ante esta complejidad, lo importante sería rogar que analicemos el problema de manera sosegada para identificar sus causas [su importancia lo merece] y, si es posible, procurar no dar más bandazos en educación. Ni la tecnología educativa es la panacea, ni tampoco es funesta. Y si para huir del abuso caemos en el desuso, nos estaremos perdiendo lo que puede aportar, en especial en los niveles educativos de secundaria y superiores. En una cuestión tan compleja como es la educación, la respuesta no suele estar en los extremos ni en las simplificaciones”.

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