A la memoria de
Amador Fraguela.
“Y miré, y he aquí una mano extendida
hacia mí, y en ella había un rollo de libro”.
Ezequiel 2.9
I UNA HISTORIA DE AMIGOS Y ENEMIGOS
La historia del libro es una historia de fuerzas contradictorias. De mitos y realidades que se bifurcan y friccionan a través del tiempo. Es la historia de amigos y enemigos. Desde sus primeros antecedentes, que fueron evolucionando de la piedra a los papiros y pergaminos, de los códices a la imprenta, el libro ha estado involucrado en el ritmo de los acontecimientos humanos. Es, sobre todo, una historia de lucha por la libertad, porque no siempre tuvo la palabra escrita una libre circulación como la tiene hoy.
El libro tuvo sus oponentes, que lo consideraban, en su momento, como un adversario de la palabra oral. Según nos refiere Jorge Luis Borges, Platón los veía como estatuas: parecían seres vivos, pero no se podía discutir con ellos; por eso inventó el diálogo platónico. Sócrates consideraba la escritura como “un monólogo desconsiderado”. Pitágoras no dejó una línea escrita. Es probable que “no quería atarse a un texto” y que pretendiera que “su pensamiento siguiera viviendo y ramificándose”, nos revela Borges.
Un monje copiando un libro. |
Tenemos a Shin Huang Ti, el emperador que edificó la Gran Muralla China y que hizo quemar todos los libros anteriores a él con el propósito de que la historia empezara a partir de su reino. En la Edad Media, los monjes censuraron la lectura y el conocimiento y los limitaron a los monasterios. Los gobiernos tiranos han tratado siempre de frenar la libertad destruyendo y censurando los libros: en 1610 se constituyó el Tribunal de Cartagena de Indias que se encargó de controlar todo lo que se leía en el Nuevo Mundo. En 1536, el humanista William Tyndale fue estrangulado y luego quemado por haber traducido la Biblia en inglés a sus compatriotas de Inglaterra. Y Sir William Berkeley, gobernador de la colonia británica de Virginia en 1671, agradecía a Dios por no tener escuelas gratis ni imprentas, por considerarlas una forma de herejías que propagaban la desobediencia.
Pero los libros tienen más amigos que enemigos. Belisario Betancur (a quien agradecemos algunos datos que se encuentran en este texto), que participó en la reunión de Ministros de Cultura de España e Iberoamérica en junio del año 1997, que buscaba un esfuerzo común para la libre circulación del libro, citó, en su intervención, el libro: Una historia de lectura, de Alberto Maguel. En el libro de Maguel se pueden encontrar algunos de estos amigos de la palabra impresa. Veamos algunos.
El amigo más antiguo del libro es Dios. El Señor conoce el poder de la palabra y por eso utiliza a los profetas para que escriban sus principios: en el año 593 A.C, el profeta Ezequiel tiene una visión en la cual se le ordena abrir la boca para comerse un rollo de libro y así adquirir su conocimiento. En el año 100 de la era cristiana, el Gran Visir de Persia, Abdul Kassem, para no separarse de sus libros, los hacía llevar por una caravana de 300 camellos entrenados para moverse en orden alfabético. En 1990, el mundo del libro se conmovió cuando las autoridades encontraron en la casa de Stephen Blumberg, en Ottawa, Iowa, 11,000 mil libros raros robados de 327 bibliotecas de distintas regiones de los Estados Unidos. No los había robado para comerciarlos, sino para estar solo con ellos. Francesco Petrarca, el inaugurador del Renacimiento en Italia y creador del soneto, fue un gran admirador de los textos griegos y romanos. Cuenta la historia que su padre quería que fuera abogado, por lo que quiso quemar los libros del niño. Fue necesario rescatarlos del fuego, pues el Petrarca niño empezó a dar gritos.
II EL LIBRO Y LA MÁQUINA
En 1440, un orfebre de Magucia llamado Gensfleisch (pero que todos llaman Juan Gutenberg), ideó los caracteres movibles e inventó una máquina que luego fue llevada hacia el Sur de Europa, donde la letra impresa revolucionó culturalmente el mundo medieval que parió dos grandes movimientos espirituales y culturales: el Renacimiento y el Humanismo. Hasta entonces el comercio de libros era muy difícil por el costo del pergamino y por el trabajo lento de los copistas. Con la introducción del papel por los árabes, quienes aprendieron a elaborarlo gracias a los chinos, y la invención de Gutenberg, apareció, en 1455, el primer libro producido en una imprenta: una Biblia.
Un modelo de la Imprenta de Gutenbert. |
Ya desde 1453, cuando cae Constantinopla, los sabios griegos, que abandonaron la península Balcánica para irse a vivir a Florencia y Venecia, que eran parte integral, junto con Milán y Génova, de la ruta comercial entre Europa y Asia, tenían conciencia de lo que querían: restaurar el espíritu de Atenas. Para 1469 la imprenta había llegado a Venecia. La imprenta y el libro fueron fundamentales para esa empresa. Así como más tarde también influyeron en los proyectos de las revoluciones de independencia en América.
En 1539 Juan Pablo levanta la primera imprenta en el Nuevo Mundo, cuyo destino sería la ciudad de México. En el Istmo Centroamericano, la tardía introducción de la máquina en 1660 provocó la publicación de libros que, de una u otra forma, trajeron avances culturales que contribuyeron al desarrollo de la vida intelectual desde la época de la colonia y, sobre todo, a concebir la libertad de nuestros países. El primer libro publicado en Centroamérica fue la Explicatio apologetica (1663), de Fray Payo Enríquez de Rivera, Obispo de Guatemala, precisamente quien mandó traer desde Puebla a José de Pineda Ibarra, con su taller que instaló en la ciudad de Santiago. Suponemos que los primeros poetas de la época de la colonia en Centro América, como Juan de Mestanza y Baltasar de Orena, ambos naturales de España, pero que vivieron y escribieron en Guatemala en el siglo XVI, se beneficiaron con la imprenta; porque ambos fueron leídos por Cervantes, quien los menciona en el Canto de Calíope de La Galatea (1595) y en el Viaje al Parnaso (1614). ¿De qué otra forma supo Cervantes de la obra de estos poetas, que dicho sea de paso aprobó, si no a través de algún libro?
En nuestro país la imprenta llegó todavía más tarde y nada menos que para marzo de 1821, justo en vísperas del final de la colonia española en el Istmo. Los primeros libros escritos por panameños, sin embargo, se publican en Bogotá, Buenos Aires, Chile... porque en Panamá resultaba más caro. Es por eso por lo que las primeras publicaciones son periódicos como La Miscelánea del Istmo de Panamá. Un ejemplo de cómo contribuyó la imprenta a forjar la libertad está en las mismas páginas de La Miscelánea, cuando utiliza como epígrafe un fragmento del artículo 371 de la Constitución: “Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas sin necesidad de licencia”. Justo Arosemena, Gil Colunje y Gaspar Octavio Hernández no dudarán de hacer uso de este importante recurso tecnológico para expresar sus pensamientos.
III VERBA VOLANT, SCRIPTA MANENT.
(La locución latina que encabeza este párrafo se debe traducir así: Las palabras vuelan, pero lo escrito permanece). Toda esta historia no podría ser posible sin tres grandes amigos del libro que muchas veces pasan inadvertidos en la historia: El concepto de biblioteca y librería no nació de un escritor, sino de otros personajes: el editor, el librero y el traductor. Ellos, a lo largo de la historia, han vivido de los beneficios y ventajas del libro. Algunas veces los vemos como oportunistas o utilitaristas; pero yo creo que sin ellos no se hubiese podido concebir la idea de editar, catalogar, proteger y traducir los libros para que estuviesen a la mano de todos hoy.
Con la ayuda de Karl Popper, el racionalista austriaco, podré sustentar una serie de ideas que sugieren que el concepto de libre circulación del libro no sólo es una empresa antigua, sino también necesaria para la democracia y que fue impulsada, tal vez inconscientemente, con la ayuda de los editores, los libreros y los traductores. Popper nos dice, por referencia de Platón y Eupolis, que fue Pisístrato quien se encargó de las obras de Homero, que antes, parece, existían en forma de tradición oral. Además de copiarlas, Pisístrato se encargó de que se distribuyeran: así apareció el concepto de libro comercial. Los libros eran dictados a un grupo de esclavos ilustrados, quienes los escribían sobre papiros que luego se juntaban en forma de rollos.
Es con los textos homéricos que se impulsa el concepto de democracia en Atenas. Antes que las obras de Homero tuviesen forma escrita, ya había libros (aunque su forma física no era como la que conocemos ahora), pero éstos no se distribuían libremente en un mercado. Los libros eran una rareza y no se distribuían comercialmente, sino que se guardaban en un lugar sagrado bajo custodia de sacerdotes. Esto prueba otra cosa: la posibilidad de que muchos se sabían de memoria a Homero y otros lo habían leído.
Algo más sobre Homero nos dice Popper. La obra de Homero no sólo se convirtió en la “biblion” de Atenas, sino también en el primer abecedario, el primer silabario, el primer poemario (La Ilíada y La Odisea son poemas, no novelas); y fue la primera obra publicada en Europa. Este acontecimiento no sólo convirtió a los atenienses en ilustrados, sino que despertó el amor por las letras en todo el Continente y estableció el valor y el sentido de la libertad: el concepto de democracia se fortaleció con la literatura.
Durante la tercera centuria antes de Cristo, Ptolomeo I hizo construir la más celebre y admirable biblioteca que se haya conocido en los tiempos: la Biblioteca de Alejandría, en memoria a Alejandro Magno, quien fundó, en su paso por el Valle del Nilo, la ciudad de Alejandría. El poeta Calímaco confeccionó el primer catálogo de libros y es probable que haya sido el primer librero de la historia. Aristarco fue el director de la biblioteca de Alejandría y fue también el primer editor de los autores clásicos, y, junto a Aristófanes, quien inventó la puntuación, fueron los dos más notables editores de la época de Ptolomeo II. De no haber sido por ellos, quizá no conociéramos hoy el legado griego. La labor hecha por Pisístrato con la obra de Homero es un punto de referencia para el proyecto de la cultura de la libertad.
Hago eco otra vez de la conferencia de Belisario Betancur, quien, con la asistencia del bibliófilo Michael Olmert y su libro Book of Books, nos dice que, hacia el año 1150, los escribanos, calígrafos y encuadernadores, que vienen a ser como los editores de hoy día, recorrían las calles ofreciendo sus servicios hasta que lograron quitarles este privilegio a los monjes, quienes, como ya se sabe, frenaban el conocimiento y lo limitaban a los monasterios. Esta actitud de los monasterios no era para nada democrática. El bagaje cultural que manejaban los ciudadanos determinaba su grado de libertad. Lo que hicieron los escribanos, a muchos de los cuales esto les costó la vida, fue democratizar la cultura.
Algo similar (tengo la ligera sospecha), ha sucedido con un buen par de libros en la historia universal que fueron dados a conocer por amigos del libro -como los editores, libreros y traductores-, que sin saberlo (ni siquiera sospecharlo), darían a conocer obras que no sólo inspirarían a grandes personajes en sus ideales de libertad, como es el caso de Abraham Lincon, quien, cuando leyó La cabaña del tío Tom (1851) de Harriet Beecher Stowe, destinó todos sus esfuerzos para abolir la esclavitud en los Estados Unidos. Citaré algunos ejemplos más.
El librero Francisco de Robles imprimió, en el taller de Juan de la Cuesta en Madrid, el libro más famoso después de La Biblia: el Quijote. Para entonces, Cervantes era conocido, pero no tenía tantos amigos como su rival, el gran Fénix de los Ingenios, Lope Félix de Vega Carpio, mejor archiconocido como Lope de Vega, quien era sumamente rico y tenía más facilidades que El Manco de Lepanto. Robles, que aceptó el manuscrito de mala gana, imprimió una edición pobre y descuidada, según nos informa José de Armas y Cárdenas; sin embargo, no sospechaba el editor que iba a pasar a la fama por este acontecimiento editorial: publicar la primera novela moderna.
El Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra |
Las investigaciones de nuestro memorable Rodrigo Miró, amparadas por Irving A. Leonard, nos dicen que, para 1606, llegaron a Portobelo, con la flota de galeones que mandaba el general Francisco del Corral y Toledo, los primeros ejemplares del Quijote que leerían con entusiasmo los incipientes lectores americanos en tiempos de la colonia. Panamá fue un importante canal de tránsito que sirvió para llevar la cultura literaria a toda América. El Quijote, que para muchos es una gran novela que se burla de los libros de caballería, fue el libro preferido de hombres que emanciparon a nuestra América, como es el caso de Simón Bolívar. Algo me dice que al Libertador lo mantuvo cabalgando (como “un hidalgo de los de lanza en astillero”), como una especie de alimento espiritual, por las cordilleras, montes y senderos de América, la lectura del Quijote. Es muy posible que Bolívar haya imitado algunas cualidades del Quijote. Ramón Zapata escribió un libro hermoso titulado Libros que leyó el Libertador Simón Bolívar, donde nos da algunas pistas para probar esta sospecha. Escribe el autor que el 6 de diciembre de 1830, pocos días antes de su muerte, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en una pequeña sala donde había un librero, el Libertador fue mirando algunos libros y conmovido dijo a Joaquín de Mier: “¡Cómo! ¡Si aquí tiene usted la historia de la humanidad!” Y va leyendo los títulos de los lomos de los libros: “Gil Blas, el hombre tal cual es; el Quijote, el hombre como debiera ser...” Poco después, nos ilustra Ramón Zapata, cuando Bolívar ya estaba al umbral de la muerte, le preguntó a su médico si sabía quiénes habían sido los tres más insignes majaderos del mundo; y se respondió él mismo: “¡Los tres grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, Don Quijote y...yo!”.
Entre 1586 y 1601 entraron por los puertos del Istmo, con destino a Sudamérica, un estimado considerable de obras y autores que hoy son clásicos, como el Lazarillo de Tormes, Lope de Vega, Fray Luis, Ercilla, Esopo, Terencio, Virgilio, los Luises, Nebrija, Camoens, Garcilaso de la Vega, Santa Teresa, Guzmán de Alfarache; varios romances y muchas novelas de caballería, libros místicos y profanos, y mucha poesía del género épico. ¿Acaso este hecho no influyó en la mente de los próceres que más tarde liberarían a nuestros países? ¿Cómo saber cuántos libros más y cuántas personalidades, como Bolívar, ayudaron a edificar la libertad?
La obra de la primera voz femenina de la poesía americana, La Musa Décima, la Fénix de América, doña Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, fue dada a conocer en 1689 gracias al exvirrey Mancera con el título Inundación castálida de la única poetisa. Son conocidos los conflictos y contradicciones que tuvo la monja para escribir y publicar su obra. De no haber sido admirada por los que defendieron su obra y la protegieron, difícilmente hoy podríamos recitar:
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
En la época de Sor Juana era una osadía escribir así. Pero hoy contamos con uno de los manifiestos feministas más inteligentes que se han escrito hasta la fecha y uno de los discursos más sublimes sobre la condición humana. Todo esto gracias al interés de los editores. Es cierto, aunque no es necesario discutirlo aquí, que hoy día existe una propensión engañosa de la cultura de la globalización a ver el libro no sólo como una mercancía (de hecho, el libro siempre lo ha sido), sino como un producto efímero, de corta vida, de mero entretenimiento; lo que muchos editores y libreros apoyan. La fórmula, según Julián Marías, es: “Publíquese, venda y desaparezca”. Esto es una forma de decadencia, evitable desde luego, y que muchos editores afortunadamente comprenden, porque los libros tienen otra función que va más allá de la mera información y el entretenimiento.
Había mencionado que mucha de la literatura que entró al Istmo fue del género épico o crónica rimada. Este género se consideraba como el más elevado y la forma literaria norma de todos los géneros. Debemos a muchos traductores la lectura en español de lo mejor de la épica de la antigüedad clásica y del modelo italiano, los cuales influenciaron, como ya se sabe, en los poetas épicos americanos. La Ilíada y La Odisea no se leyeron mucho traducidas al español, a decir de Pedro Piñero Ramírez. Sin embargo, en 1519 se difundió la obra de Homero con una traducción al romance de Juan de Mena. La Eneida, de Virgilio, se empezó a leer en español en el siglo XVI gracias al traductor Gregorio Hernández de Velasco. La farsalia, de Anneo Lucano, fue traducida hacia 1530 por Martín Lasso de Oropesa. En 1549 apareció en Amberes, traducido en romance castellano por Jerónimo Ximénez de Urrea, el poema Orlando furioso, de Ludovico Ariosto. En España se leyó en castellano, en 1587, la obra de Torcuato Tasso Jerusalén libertada, gracias a la traducción de Juan Sedeño. Todas esta obras fueron influencia capital en la obra de la épica americana como lo fue La araucana, de Alonso de Ercilla; el Arauco domado, de Pedro de Oña; La cristiada, de Diego de Hojeda; La Argentina, de Martín del Barco; las Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos y la Grandeza mexicana, de Bernaldo de Balbuena; incluyendo a nuestros poemas Armas antárticas, de Juan Miramontes y más recientemente: Alteraciones del Dariel, de Juan Francisco Páramo y Cepeda. Obra de carácter épico que fue descubierta por el historiador panameño Carlos Manuel Gasteazoro (1922-1989) en la Biblioteca de Madrid y que la dio a conocer en su Introducción al estudio de la historia de Panamá, Tomo I: Fuentes de la época hispánica, publicada en 1956, cuya transcripción se publicó en 1995 y que le debemos al investigador colombiano Héctor Orjuela.
IV PENSAR PARA ESCRIBIR, LEER PARA PENSAR
El poder de las palabras y de los libros ha estado eternamente involucrado en la vida del hombre. Desde Los diez mandamientos, escritos sobre una piedra, a los poemas de Homero y los manuscritos de El Libro de los muertos de los egipcios, a la Biblia políglota Complutense y la escritura Tipitaka budista; desde Copérnico, Galileo, Da Vinci y el Renacimiento, a la Reforma y el descubrimiento de América (el proyecto de Colón fue posible gracias a las lecturas que el Almirante hizo de Imago mundi, del cardenal Pedro de Ailly, de la Historia universal de Eneas Silvio Piccolomini, y de la relación de los viajes del veneciano Marco Polo conocida como Milboro) hasta nuestros días, los libros siempre fueron y serán decisivos en la toma de decisiones que influyen en el desarrollo de las civilizaciones.
Este último ejemplo, el de las lecturas de Colón, es categórico para demostrar que la lectura ejerce una función estimulante en el pensamiento. Nos dice Enrique Bayerri y Bertomeu, en su obra Colón tal como fue, que Cristóbal Colón, según los documentos genoveses, fue un artesano cargador de lana o de seda y un traficante de vinos a quien no se le han podido probar sus estudios en la universidad de Pavía. Sin embargo, nadie puede dudar de que fue un gran lector, no sólo de los libros citados, sino también de la Biblia, de la obra de los Santos Padres, de los autores griegos y árabes. En sus Cartas Relatorias a los Reyes Católicos se pueden leer citas referentes a Aristóteles, Ptolomeo, Estrabón y Josefo; a los árabes Averroes y Alfagrán; a autores latinos como Julio César, Séneca, Plinio y Julio Capitolini; a San Isidro de Sevilla y San Beda el Venerable, y a Duns Scoto, entre otros. Además leyó la obra del calabrés Abad Joaquín, del matemático Sacrobasco, del franciscano Nicolás de Lira, de Alfonso el Sabio, de Gersón y Regiomontano. De otra forma no se podría explicar su erudición en el campo de las matemáticas, la geografía, la astronomía y la náutica; y quizá no hubiesen sido los españoles los que dieran con el continente americano.
El 24 de agosto de 1456 se produjo la primera Biblia
en una
imprenta. La Biblia de 42 versos de Gutenberg
es el primer trabajo a gran
escala impreso
en Europa usando el tipo móvil.
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En el campo de la educación y la ideología el libro ha sido fundamental para el pensamiento. Las nuevas ideas que fraguarían las bases para las futuras revoluciones entrarán al Nuevo Mundo a través del libro en tiempos de la colonia. Los poderes de entonces, que eran los Consejos de Castilla y de Indias y el Tribunal de la Santa Inquisición sabían de los peligros que el libro podía influir en las ideas de las gentes, por eso se encargaban de controlar el tráfico de libros que entraba al nuevo continente. Entre las misiones de estas instituciones estaba la de censurar la lectura de libros prohibidos que pudieran influir en la educación y en el adoctrinamiento de los habitantes de las colonias. Muchos de estos libros entraron a través del contrabando que era muy común en la época.
En el VI Congreso Centroamericano de Historia, realizado en Panamá a finales de julio del año 2002, el historiador Alfredo Castillero Calvo, en su conferencia magistral titulada Evidencias documentales de la cultura material en el Panamá hispano: metodología y hallazgos, nos ilustraba del tipo de mercancías que entraban a la región. No hay duda que entre esos utensilios debió haber libros prohibidos camuflados que luego eran dejados pasar por los oficiales de aduanas a cambio de alguna compensación, tal como nos informa Carmen María Panera Rico, investigadora de la universidad de Sevilla. En sus investigaciones que incluyen el estudio de los testamentos de mujeres de diferentes posiciones sociales, Panera Rico, ha logrado determinar, no sólo el tipo de pensamiento e ideología que dominaba la época, sino la disposición que tenían las mujeres de guardar libros que eran prohibidos y que ellas leían a escondidas. Recordemos que la educación para las mujeres era muy limitada y controlada en esos tiempos. La literatura que predominaba era de tema religioso, pero también son notables los libros de historia y la presencia de los clásicos: Julio César, Ovidio, Marcial, Cicerón, entre otros. Panera Rico sospecha que antes de hacer los inventarios de las bibliotecas personales de esas mujeres para el testamento, ya alguien había discretamente retirado los libros prohibidos, pues es un rasgo común en todos los testamentos. Esto demuestra el camino que encontró la libertad, a través de la cultura de la lectura, y en especial con la ayuda de la mujer, por encima de los convencionalismos y el poder.
Recuerdo con felicidad un ensayo de Mario Vargas Llosa llamado La cultura de la libertad, donde nos revela el oscuro vaticinio de Sir Edmund Leach, para quien la cultura del alfabeto estaba destinada a desaparecer para ser sustituida por las máquinas. Ya Marschall McLuhan, quien acuñó el término de “aldea global”, había pronosticado la desaparición del libro para 1980. Para fortuna de todos nosotros, como escribió Vargas Llosa, el que desapareció fue él y los libros siguen con nosotros.
Ambos vaticinios fracasaron. Esto debe servirnos para reflexionar en algo: ¿por qué no desapareció el libro como lo habían pronosticado dos grandes eminencias de la ciencia? Debió haber pasado. Si comparamos el libro con algún otro artefacto de la tecnología que brinde información, el libro parece algo obsoleto. Yo creo que el ciberespacio, el internet, las autopistas de información multimedia, la realidad virtual, el software más sofisticado, no han podido lograr algo que el libro posee desde siempre: su capacidad de generar en el pensamiento una experiencia real con la vida. Esto no lo puede hacer ningún software. Voy a dar un ejemplo, mitad infantil, mitad científico.
Todos recordamos aquellos versos cantados en la escuela que dicen:
el libro es el mejor
porque me enseña cosas
que no sabía yo.
Aunque de pronto algunos quizás ahora canten: “De todos mis amigos, la computadora es la mejor...”, porque tiene la capacidad de enseñar a una velocidad impresionante. Yo creo que esta situación realmente no es así, que el verdadero amigo sigue siendo el libro.
Los registros de estadísticas están demostrando que mucha gente que vive esclava del internet, por ejemplo, está subordinada a niveles de soledad terrible, tiene poca experiencia en las cosas de la vida, es incapaz de sobrellevar dificultades y, por lo regular, evade las responsabilidades cuando tropieza con verdaderos problemas. En cuanto a los atributos de la pasión humana, “la gente puede hacer muchas amistades en el ciberespacio, pero no están basadas en la interacción personal ni en la vida real”, dice Cheng Shyr-yan, psicólogo y escritor de Taipei, en un estudio realizado sobre la cultura de los jóvenes en ese país. Cuando las personas chatean, hay una comunicación impersonal: puede ser divertido, pero la gente se esconde detrás de apodos, y este anonimato representa uno de los grandes problemas del internet. Resulta preocupante hacia dónde nos está llevando este software cultural. Hacia 1995 Vicente Verdu escribía en las páginas de El País:
“El ciberespacio permite la comunicación con alejados, pero no tanto para acercarlos sino para utilizarlos, y la complejidad del ser humano se disgrega en un contacto que rehúye el compromiso cara a cara. Un 30% de los norteamericanos viven solos y su número no deja de crecer. Un 80% de los que usan el internet van buscando contactos humanos de los que carecen en una vida donde la relación es breve y simplificada. (...) Los americanos rechazan la profundidad de un pensamiento, la complejidad de la historia, el intelectualismo. El pensamiento americano es simple, pragmático, eficaz, busca resultados visibles: la clase de comunicaciones que la red ofrece de manera sintética y veloz”.
La vida es cada vez más compleja, al igual que la realidad y, por tanto, los problemas de la vida se hacen también más complejos. ¿Existe algún programa de computadora que pueda ayudarnos en la experiencia de la vida en general? El libro, al contrario de los programas, exige un esfuerzo del pensamiento que está profundamente relacionado con la experiencia de la vida, porque el escritor no está proyectando un juego, ni un programa, sino su propia experiencia con la vida (remito al lector a mi ensayo Para qué leer ficciones, publicado en la revista Lotería N°. 422 - Enero-Febrero-1999).
Una tienda de libros. |
Para Julián Marías, hay muchos otros atributos exclusivos del libro, como su capacidad para salvar la continuidad histórica, que están ligados a la facultad de pensar. La función de obligar a pensar en la criatura humana lo ayuda a “fijarse en las cosas, avanzar, parar y volver, en perspectivas nuevas, no aisladas sino que se suman, anticipan, recuerdan, entrelazan”. Además, es un pensamiento más sensible, capaz de entender la “imagen de la vida humana” que permanece íntegra en una novela, en un poema, en un cuento, y no fragmentada, reducida, sintetizada como suele aparecer en un CD–R. Lo que ocurre en la realidad o en palabras más concretas, la comprensión del mundo, será mejor entendido en el proceso de escribir, que es un proceso donde la inteligencia va más allá del pensamiento abstracto, más allá de la habilidad para reaccionar frente a situaciones nuevas y desconocidas; donde la lógica, la memoria, la elección de palabras, se suman a la intuición y los sentimientos como atributos exclusivos del pensamiento en el ser humano.
Un libro es un objeto. Una cosa. Incapaz de pensar por sí solo. Pero aun así, la lectura ejerce fuertes influencias sobre el pensamiento, quizá porque el acto de escribir requiere del mismo proceso de pensar. Hacia 1947 el matemático Alan Turing había ideado la teoría de un computador digital capaz de pensar. La idea de la inteligencia artificial sigue elaborándose en los más prestigiosos laboratorios por las mentes más prestigiosas del mundo de la ciencia. El físico David Deutsch confía en que los principios de la mecánica cuántica, a largo plazo, terminarán construyendo una herramienta capaz de realizar tareas fuera del alcance de las máquinas actuales: se trata de la computadora cuántica. Este artefacto, en teoría, con inteligencia artificial, será capaz de manipular átomos y fotones, y explorar la habilidad de las partículas de existir simultáneamente en más de un estado.
Otro científico, de los laboratorios Lucent Technologies de Bell, el físico Christopher Fuchs, considera que la mecánica cuántica no puede decirnos tanto acerca del mundo y la realidad como nos dice de nuestra interacción con él. Aunque la teoría de los mundos paralelos de Deutsch me parece fascinante, sobre todo porque es ideal para escribir ficciones, yo me inclino por los argumentos de Fuchs, porque nuestra ignorancia acerca del mundo y, sobre todo, de la verdadera realidad, esto es de la circunstancia existencial de los seres humanos, la sensibilidad que se necesita para descubrirla, está sometida al mundo de las pasiones humanas, aunque sus elementos y partículas se bifurquen en el tiempo y en el espacio. Deutsch sostiene que el objetivo primordial de la ciencia es entender cómo es el mundo, lo cual es cierto y válido, pero entender las acciones del hombre que habita ese mundo es un problema que hasta ahora sólo ha sido descubierto por el arte. El filósofo Emilio Lledó en un hermoso ensayo titulado Necesidad de la literatura, nos ilumina en este sentido:
“La lectura, los libros, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad. Un horizonte de alegría, de luz reflejada y escudriñadora, nos deja presentir la salvación, la ilustración, frente al trivial espacio de lo ya sabido, de las aberraciones mentales a las que acoplamos el inmenso andamiaje de noticias siempre las mismas, porque es siempre el mismo nuestro apelmazado cerebro. (...) Uno de los prodigios más asombrosos de la vida humana, de la vida de la cultura, lo constituye esa posibilidad de vivir otros mundos, de sentir otros sentimientos, de pensar otros pensares que los reiterados esquemas que nuestra mente se ha ido haciendo en la inmediata compañía de la triturada experiencia social y sus, tantas veces, pobres y desrazonados saberes”.
La Biblioteca Palafoxiana en Puebla, México. |
Quiero terminar estas reflexiones retomando la teoría de la mecánica cuántica. El citado físico David Deutsch piensa que no vivimos en un universo único, sino en un vasto multiverso. Según el físico, las leyes de la mecánica cuántica prueban que los constituyentes básicos de la realidad como -protones, electrones y otras partículas subatómicas- son capaces de comportarse de tal manera que pueden moverse de un lugar a otro sin pasar a través del espacio, es decir que una partícula no sólo ocupa una posición, sino que existe aquí, allá y en muchos otros lugares al mismo tiempo. Si estas reglas cuánticas rigen en la realidad, deben también hacerlo en la vida en general. Existen variaciones múltiples de los eventos y la existencia de cada uno de nosotros.
Como dije antes, resulta fascinante esta teoría, pero al mismo tiempo debo admitir que es un tanto abominable. Jorge Luis Borges ya había imaginado esta realidad: “Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba”. Esta frase, de uno de los mejores cuentos de la literatura fantástica escrito por Borges, Tlön, Ugbar, Orbis Tertius, deja manifiesto el terror que tenía el escritor de la idea de multiplicar el número del hombre. Los espejos corrompen la realidad, degradan el arquetipo, distorsionan la identidad. Borges tenía razón: la imagen que vemos ante un espejo no corresponde a nosotros, de alguna manera hay algo distinto en el espejo. Ese algo distinto que no sabemos es un hecho horrible. Quizá la copia del arquetipo que degrada la existencia.
En el momento en que Carlos Fong está escribiendo un ensayo sobre el libro que titulará Presencia del libro, otros están escribiendo el mismo ensayo en otros universos paralelos ¿pero cuál de nosotros es el verdadero?, ¿cómo sé si yo soy el autor y no la copia?. De la misma forma, debemos suponer, ya que la fórmula cuántica debe regir a todos los niveles de la realidad, cada vez que abrimos un libro, ese libro se está leyendo, al mismo tiempo, en otras realidades. La idea de una biblioteca universal cuyos libros estamos leyendo millones a la vez es una idea fantástica y terrible. Nombro una palabra y esa palabra se nombra en un multiverso, como un eco infinito que se divulga en muchos universos infinitos.
Los que humildemente hemos logrado reunir un grupo de libros para llamarlos modestamente Biblioteca Personal, deberíamos estar fascinados de horror al pensar que ese volumen del Quijote o ese otro de Hamlet, pueden ser copias (¡no me refiero a copias del sello editorial!) , que se multiplican al mismo tiempo en otros universos. Un solo libro puede ser una biblioteca múltiple. Repito que esta idea me fascina, pero confieso que si la teoría cuántica llegase en el futuro a ser insoslayable, no estaría muy seguro de saber quién soy.
Hoy día, con tantos libros disponibles en todas las esferas del conocimiento, pienso que no es importante el afán de poseer tantos libros, sino el saber gozar los que se alcancen a leer, máxime en un universo que puede tener copias. Sor Juana Inés de la Cruz tenía alrededor de cuatro mil volúmenes de libros; en tiempos de la Nueva España, eso era un montón de libros. Ella tenía una de las bibliotecas más completas de la época. Y, si las leyes cuánticas son reales, es posible que existan múltiples bibliotecas de Sor Juana ahora.
Góngora y Quevedo, que eran de un genio impresionante, eran de escasa librería. Esto lo sabemos por sus propios textos, como el soneto que sigue de Góngora y que, a lo mejor, existe y se recita en otros mundos paralelos:
Retirado en la paz destos desiertos con pocos, pero doctos libros juntos... |
Con pocos libros libres (libres, digo,
de expurgaciones), paso y me paseo,
ya que el tiempo me pasa como un higo.
(...)
No es erudito, que es sepulturero
quien solo entierra cuerpos noche y día;
bien se puede llamar libropesía
sed insaciable de pulmón librero.
Los siguientes versos de Quevedo los puede asumir el lector como un ejemplo de admiración y respeto al libro, pero no es posible saber cuál Quevedo, según la física cuántica, lo escribió realmente y en qué momento del espacio-tiempo fue posible crearlo:
Retirado en la paz destos desiertos
con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Todas estas ideas pueden ser otra ficción que estoy escribiendo. Pero sin duda debemos meditar con más cautela, ahora que estamos viviendo la III Revolución Industrial, que es la de la informática y el ciberespacio, sobre la importancia de seguir escribiendo y leyendo libros, y no angustiarnos la vida pensando en la competencia de las máquinas (el mismo temor lo tuvieron Platón, Sócrates y Pitágoras), que, al fin y al cabo, necesitan de programas que son elaborados a través de símbolos y palabras (incluyendo la computadora cuántica).
Fue a través del libro como heredamos una civilización que nos regaló un poema que narra el secuestro de una doncella que desencadenó la guerra de Troya; fue a través de unos símbolos escritos en piedra como conocimos los mandamientos del Señor; y la primera Constitución para proteger la libertad de los hombres; y fue por medio del libro como aprendimos a emanciparnos; lo que prueba que la libertad nunca estará asegurada y que los libros, con su poder de crear e inventar, de imaginar y recrear la realidad con palabras, serán nuestros mejores aliados para defender a la libertad de sus amenazas.
*Este trabajo fue publicado por primera vez en la Revista Cultural Lotería, #444 septiembre-octubre de 2002. En el 2003, con motivo del Año Nacional de Promoción de la Lectura, la Procuraduría de la Nación hizo una modesta edición. En el 2006 el Instituto Nacional de Cultura, como parte de las acciones del Plan Nacional de Lectura, hizo otra publicación junto con un ensayo de Daniel Domínguez titulado: Razones para leer.
*Este trabajo fue publicado por primera vez en la Revista Cultural Lotería, #444 septiembre-octubre de 2002. En el 2003, con motivo del Año Nacional de Promoción de la Lectura, la Procuraduría de la Nación hizo una modesta edición. En el 2006 el Instituto Nacional de Cultura, como parte de las acciones del Plan Nacional de Lectura, hizo otra publicación junto con un ensayo de Daniel Domínguez titulado: Razones para leer.
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