El pasado 22 de octubre participamos en la VIII Jornadas Hablemos de Patrimonio organizadas por el Comité Hablemos de Patrimonio en el Patronato Panamá Viejo. El tema central fue Patrimonio Inmaterial: memoria e identidad. Los expositores fueron Dagoberto Chung quien presentó un trabajo de investigación titulado: Oralidad cantera eterna, con el cual el público pudo tener un encuentro con la palabra y sus múltiples posibilidades en el folclor popular; un excelente trabajo de investigación que nos llevó por los caminos de la lingüística pasando por el sentido de pertenencia a través del lenguaje.
La otra ponencia fue de nuestra autoría y la titulamos: Representaciones simbólicas: mito y literatura en la narración oral. Nuestro trabajo intentó problematizar el tema de la oralidad en nuestro país, a la vez de hacer una aproximación de los principales elementos para un debate que a penas inicia. La moderación de la mesa estuvo a cargo de la escritora Consuelo Tomás Fitzgerald quien también hizo un acercamiento a las nociones básicas del patrimonio inmaterial.
Ambos trabajos finalizaron haciendo una serie de propuestas para rescatar el valor social de la palabra oral, el patrimonio inmaterial y el folclor literario panameño. La participación del público fue muy positiva y quedó marcada la preocupación de que se deben tomar acciones desde las políticas de Estado y desde iniciativas particulares como el trabajo que vienen desarrollando la Red Panameña de Narradores de Historias. El papel de los equipamientos culturales, las universidades y el municipio es importante para salvaguardar la cultura oral y promover el arte de la conversación. El evento culminó con una demostración de narración oral de parte de Dagoberto Chung quien narró un canto de origen guna. Y Carlos Fong contó un cuento corto de Gianni Rodari.
En esta edición de Mirada de Nuchu publicamos nuestro ensayo que no pudimos leer en su totalidad en la actividad por ser muy largo. No podemos publicar el trabajo de Dagoberto Chung, pues es una presentación en power point y tampoco tenemos los permisos. Agradecemos mucho al Comité Hablemos de Patrimonio por la invitación y contribuir en el posicionamiento de la oralidad en el contexto de la problemática cultural.
CF
Representaciones simbólicas:
Mito y literatura en la narración oral
Por Carlos Fong
Por Carlos Fong
“Cuando el hombre sabe, crea la historia.
Cuando el hombre ignora, crea el mito”.
Federico
Carlos Sainz De Robles
"Los símbolos que cada uno de nosotros lleva en sí y encuentra de repente en el mundo, los que sobresaltan su corazón al reconocerlos, son sus recuerdos auténticos. Son también verdaderos y propios descubrimientos. Es necesario tomar conciencia de que no vemos las cosas por vez primera, sino siempre por segunda. Entonces las descubrimos y, al mismo tiempo, las recordamos. (…) Solo admiramos de la realidad lo que ya hemos admirado una vez”. Esta concepción sencilla, moderna y poética del mito, hecha por Cesare Pavese a mediados del S20, quizá en otros tiempos habría provocado un interesante debate, porque el mito no siempre fue mirado desde una concepción poética, sino antropológica e histórica.
Etimológicamente
la palabra mito viene del griego clásico mythos que significa fábula, relato o
cuento. Para Platón muthología no significaba otra cosa que la afición a contar
historias. Un mitólogo no era más que un “cuentero”,
a decir de Enrique Buenaventura. Los términos mitológico, mitologizar,
mitologista y mitólogo (principios del siglo 17) tenían que ver con la
narración fabulosa, pero mitología y mitologizar “se utilizaban las más de las veces con sentido de interpretar o anotar
los relatos fabulosos” anota Raymond Williams en su libro Palabras
clave (2000).
La
“interpretación mitológica” es un concepto que se utilizó en 1914 y hacia
principios del S19 la palabra tomó dos tendencias: con Coleridge fue una “construcción imaginaria particular” y la
revista “Westmister” acuñó el concepto en 1830 “causa en las circunstancias de la historia fabulada”. A mediados
del S19 el concepto de mito era utilizado para “referirse a una invención no sólo fabulosa sino indigna de confianza e
incluso deliberadamente engañosa”, es decir que tenía una connotación casi
peyorativa; el mito no tenía nada que ver con la realidad.
A
veces el mito alternaba con la fábula; sin embargo, había una distinción con la
“leyenda”, que a pesar de ser una invención era más relacionada con la
historia. Lo mismo pasaba con la “alegoría”, que aun siendo más fabulosa
señalaba alguna realidad concreta. Más tarde, el mito adquirió un sentido
positivo, tal vez por la ocupación que le han dado filósofos, antropólogos,
historiadores y hasta poetas, incluso los narradores orales; sin tratar de
exagerar, son estos últimos los que han definido mejor al mito, quizás por la
estrecha relación que existe entre mito y literatura.
La
palabra mito aludía en principio a la mera fábula (por lo regular pagana o
profana) y era una palabra en contraste con la historia y la ciencia (de hecho
aún lo es en cierta forma), más cerca de lo sagrado y lo sobrenatural, pero los
intelectuales hoy día le prestan más atención y ya no ven al mito sólo como un
hecho que aludía de manera alegórica a los orígenes de la prehistoria. El mito
es mucho más que eso y tiene un matrimonio tácito con la literatura y es allí
donde nace una relación estrecha con la realidad: la creación literaria es una
mentira que dice algo de la verdadera realidad; el mito (en su visión
primitiva) se crea desde el primer asombro que tenemos de la realidad cuando no
la comprendemos y existe la necesidad de explicarla.
En
la mitología no todo es mentira, nos dice Federico Carlos Sainz De Robles en su
Ensayo
de un diccionario de la literatura (1965). El mito es algo más; es algo
vivo. A través de él se han explicado grandes obras de arte; se ha esclarecido
la historia de naciones ancestrales; se han aclarado circunstancias sociales y
sensibilidades religiosas; se han descubierto reglas morales y sociales,
comportamientos y normas morales de los pueblos. La alegoría del mito es más
fuerte que la realidad y es por eso que, a pesar de que la ciencia ha logrado
explicar muchos fenómenos, despojando del asombro prehistórico, el hombre
prefiere seguir recreando la realidad desde su cosmovisión; tal vez porque la
posibilidad de asombro crea posibilidades de creación.
Quiero
citar unos fragmentos del libro de Michele Craveri, Contadores de historias,
arquitectos del cosmos (2012):
“Los
mitos son sueños “seculares de la humanidad” que dan a la sociedad cohesión,
legitimidad y solidaridad a través del símbolo. Evocan la realidad en el
espacio de la representación, conmueven al público y lo hacen participe de una
experiencia colectiva. (…) El relato mítico es una forma narrativa de elaborar
las inquietudes y las interrogantes centrales de un grupo social, paralela a
otros instrumentos comunicativos, como los rituales, la música, las
representaciones escénicas y la arquitectura”
De
allí la importancia del mito y su representación simbólica en la cultura
tradicional popular. Estos símbolos están implícitos en la literatura popular,
es decir, en la oralidad. Cuando contamos cuentos reconstruimos los símbolos de
nuestra subjetividad. En el prólogo al libro de Sarah Hirschman, Gente
y cuentos ¿A quién pertenece la literatura? (2011), Ricardo Piglia
sostiene que la historia de la narración
oral es la historia de cómo se ha construido cierta idea de la subjetividad.
Este autor también cita al filósofo Karl
Popper quién acuñó la tesis de que lo más
característico del lenguaje humano es la posibilidad de contar historias.
Los seres humanos llevamos dentro un universo mítico personal que se llama
memoria o, si bien prefieren, recuerdos. Cuando nos comunicamos y conversamos,
compartimos historias que devienen en símbolos míticos. Los sujetos se
reconstruyen a sí mismos a partir de sus propios relatos.
Aseguraba
Pavese, que cada uno de nosotros, de manera individual, guarda en el interior
una “riqueza interior de figuraciones”
que llamamos recuerdos. Estas figuraciones se mitifican cuando las evocamos y
las poetizamos; son nuestros momentos de asombro que redescubrimos cada vez que
los evocamos. “Cada uno de nosotros tiene
una riqueza interior de figuraciones - normalmente se pueden reducir a pocos y
grandes motivos- que forman el vivero de todos sus momentos de asombro",
dice Pavese y añade "La poesía
busca, a menudo, renovarse, recurriendo al simbolismo, a los recuerdos de la
infancia, y también a los mitos". Hay una sensibilidad espiritual y
religiosa que solo es percibida por la inteligencia emocional y social de los
pueblos. No puede ser explicada; es un hecho poético hipersensible.
Nuestra
realidad está llena de representaciones simbólicas que usualmente los
escritores utilizan para darle sentido a la realidad desde las ficciones. Por
otra parte, dentro del corpus del patrimonio inmaterial, la narración oral, ese arte milenario de
comunicarnos y socializar a través de la palabra hablada, es uno de los
sectores más ricos de nuestra manifestación folklórica, como afirmó Dora Pérez
de Zárate en sus valiosos estudios sobre la literatura popular.
Así
como en las ciencias exactas los matemáticos se han esforzado por explicar el
universo, así sucede con la fábula mítica y la empresa del héroe mítico cuya
riqueza simbólica no tiene ni tiempo ni espacio y sólo es atrapada por la
literatura que intenta explicar su sello mítico, su aura mítica. Comparado con
la ciencia es como cuando Tycho Brahe desafió la teoría aristotélica para
explicar el origen del universo, luego Johanes Kepler tomó las observaciones de
Brahe para plantear la órbita de los planetas en torno al sol; para que después
Galileo Galilei propusiera la relatividad del movimiento de los cuerpos
celestes que más tarde ayudará a Isaac Newton a formular las leyes de la
dinámica a través de su famosa ley de la gravitación universal. Solo que el mito
es un valor unívoco y absoluto, ocurrido de una vez por todas cuya unicidad es
revalorada, sobre todo hoy día, cuando las nuevas tensiones emergentes
posibilitan la cohesión de nuevas significaciones imaginarias.
La
narración oral es un componente vital en la cultura popular tradicional. No
sólo es reflejo de la memoria colectiva y la herencia patrimonial, también es
una forma de evitar la lógica de la repetición compulsiva que no permite
reflexionar el pasado y sus elementos positivos, como lo ha advertido el
filósofo Paul Ricour. La narración oral permite repensar el pasado para
entender el mundo actual, incluso, y vamos a ser temerarios con la siguiente
afirmación: la narración oral, posibilita la construcción de los grandes
proyectos utópicos políticos frustrados en el pasado. Vemos en el poder de una
historia la potencialidad de repensar proyectos de vida desde la creatividad
política. Es por eso que la narración oral sirve de base para los estudios
etnográficos, antropológicos, psicológicos, filosóficos, lingüísticos y
literarios.
En
Panamá, muchos de los acontecimientos, circunstancias, valores, costumbres y
normas las conocemos a través del cuento, la leyenda y la fábula. Existe un
cuento del pueblo Ngöbe-Buglé que habla de la creación de este pueblo. Es la
historia de la lucha de dos pueblos: los Degó y los Moing. Ambos tenían la
facultad de convertirse en animales. Los Degó eran seres buenos y pacíficos;
los Moing en cambio eran muy agresivos. Por lo tanto los Degó tomaban siempre
formas de animales inofensivos y los Moing de animales feroces. Así las cosas
los Moing perseguían siempre a los Degó para matarlos y devorarlos hasta que
intervino Mirónomo Krono, Jutú Krono o Nogobó, es decir, Dios. Mirónomo Krono
mandó varios cataclismos a los Moing (parecidos un poco a los diluvios
bíblicos) por ser tan malos. Cada vez que caía un rayo del cielo los Moing
hacían muecas a Mirónomo Krono y éste los castigaba convirtiéndolos en árboles
o piedra. De allí la creencia de que en la selva hay distintos tipos de
árboles, y los petroglifos, encontrados en algunas zonas de Chiriquí, fueron
estas criaturas en algún tiempo mítico.
La
tradición de la cultura guna es totalmente oral. Los sailagan son los ancianos
autorizados para transmitir este saber oral a las nuevas generaciones. Es muy
probable que la actual crisis civilizatoria cultural, como la ha llamado
Patricio Rivas Herrera, técnico e investigador del Convenio Andrés Bello, haya tenido efectos en la nación dule: los
jóvenes son atraídos por los espejismos de la globalización y cada vez se ve
más la migración por causas laborales de éstos hacia el mundo de los waga, lo
que causa un proceso de aculturación y desconexión con la territorialidad y la
identidad. Esto puede ser un problema, pero peor sería que se pierda una
historia oral que ha sido patrimonio de la memoria de los gunas.
Aiban
Wagua recopiló, sintetizó e interpretó los elementos de la religión guna, un
sistema muy complejo de símbolos y metáforas que se encuentra en el Bab Igala o
Anmar danikid y que solo es transmitido de manera oral por los sailagan. En
principio la empresa de crear este libro no fue del todo acogida por todos los
sailagan, pero finalmente el Congreso
General de la Cultura Guna lo aprobó y hoy se cuenta con un hermoso libro
que representa el patrimonio del pueblo guna, su cosmovisión del universo, su
pensamiento, su manera de valorar el mundo y su proyecto de vida. El libro se
titula: En defensa de la vida y su armonía: elementos de la religión guna
(2000). Para algunos será una mera compilación de mitos o fábulas mentirosas,
pero para nosotros es un tratado que enriquece la diversidad cultural
identitaria y la cohesión social en el marco de las tensiones de la
globalización y la homogenización cultural.
“Al inicio todo era oscuro. Una oscuridad tan
densa como si le apretaran a uno los ojos con dos manos. No había sol, no había
luna, no habían nacido las estrellas. Entonces Bad Dummad se dispuso a crear la
tierra, Nan Dummad se dispuso a crea la tierra”, narra el inicio de uno de
los textos. Más adelante se puede leer: “Baba
y Nana trabajaron juntos” o “Baba y
Nana crearon todo”. Para entender estas categorías, escribe Aiban Wagua,
hace falta situarse desde la lógica guna, no basta los términos teológicos
accidentales, hay que sumergirse en la realidad de la experiencia guna.
Comparado al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de la fe cristiana, que son una
y la misma entidad, para la sensibilidad religiosa guna Baba y Nana no pueden
existir sin el otro; si no es así, no hay perfección: en la perfección de Nana
estriba la perfección de Baba y viceversa.
Existe
una necesidad de poetizar el mito. Si el hombre primitivo falseó la verdad para
fundar un mito; el poeta, o mejor dicho, el escritor, poetiza el mito para
llegar a la verdad, o al menos, para tener una representación de esa verdad. Es
una de las razones que han llevado a muchos autores a crear personajes que
devienen en mito. Tal vez el ejemplo más notable en nuestra literatura (no es
el único) es Rafael, el personaje de El ahogado, la novela de Tristán
Solarte.
En
esta novela se puede pensar en una revaloración del mito de La Tulivieja, mito
que en otras partes del istmo centroamericano tiene otros nombres como La
Tepesa o la Llorona. Josefina, la madre de Rafael, tiene un encuentro amoroso
con un “hombre silencioso” en un río, el hombre desaparece dejando, en
principio, una atmósfera esotérica; todo parece indicar que Josefina hizo el
amor con el diablo. Al poco tiempo queda en cinta y nace Rafael, la madre
enloquece y es internada en el Matías Hernández. El hijo es acosado por la idea
de que su madre es la Tulivieja, y que lo persigue. La obra de Solarte está
llena de elementos de intertextualidad mítica. Sus personajes son sujetos del
mito. De todos los estudios valiosos que hay sobre esta novela queremos
mencionar en esta ocasión el estudio de la profesora Berna Burrell: Lo
mítico y lo simbólico imbricado en la realidad: la ilusión ficcional de El
ahogado. La profesora Burrell hace un interesante análisis del corpus
de la novela e identifica los elementos intertextuales del relato folclórico de
la Tulivieja en la obra de Solarte. (El ensayo fue publicado en la Revista
Iberoamericana, Nº 196, 2001 y en el Boletín de la Academia Panameña de la Lengua. Nº3, sexta época, 2003).
Existen
antologías de autores panameños que han tratado de compilar nuestras leyendas y
cuentos folclóricos. Quién puede olvidar las experiencias escolares con las Narraciones
Panameñas de Berta María Cabezas. Los libros: Cuentos panameños de la ciudad y
del campo de Ignacio de J. Valdés; las Tradiciones y leyendas panameñas
de Luisita Aguilera Patiño; Leyendas e Historias de Panamá La Vieja
de Ernesto J. Castillero, las Veintiséis leyendas panameñas de
Sergio González Ruiz; y los Cuentos folklóricos de Panamá de
Mario Riera Pinilla recopilan leyendas y cuentos folclóricos de gran valor para
la identidad nacional. Más recientemente, en 1994, Juan Antonio Gómez publicó
el libro El cuento panameño de tema campesino. En esta antología Juan
Gómez hace un valioso recorrido por el cuento panameño desde Salomón Ponce
Aguilera (el primer escritor panameño que publica cuentos. La primera mujer en
escribir cuentos propiamente tales es Graciela Rojas Sucre, no Luisita Aguilera
P., como algunos piensan), pasando por Ricardo Miró, Ernesto J. Castillero R.,
José María Núñez, Moisés Castillo, entre otros. Pero lo interesante para
nosotros es cómo muchos de los temas de estos cuentos son una muestra
representativa de las costumbres, creencias y mitos que configuran las
representaciones simbólicas del ser panameño.
Juan
Antonio Gómez también hace una representación y revalorización de la leyenda de
La
india dormida en otro libro: Del tiempo y la memoria. Lo que hace
Gómez es poetizar el mito de esta leyenda a través de la recreación literaria.
José Gabino Rivera publicó, en el año 2000, una obra titulada Cuentos
y leyendas del folklore panameño. Aunque el libro adolece de la falta
de un estudio, este escollo se perdona cuando nos encontramos con una serie de
cuentos y relatos que van desde las fábulas de Tío tigre y Tío conejo, hasta
casos y sucesos de la Semana Santa y leyendas que no
conocíamos como La niña que se volvió paloma de montaña. Otro atributo de este
libro es que fue creado de un trabajo de campo que recopiló el autor de
cuenteros de Dolega, Tolé, Macaracas, Bugaba, Renacimiento, Soná, Barú y Santa
María; un trabajo que hay que hacer a lo largo de la nación.
Nuestra
tradición oral es muy rica en torno al tema del mito. Existen muchos estudios
de tesis que recopilan información valiosa. Los informantes generalmente son
los abuelos; la memoria viva de los pueblos. Uno de los trabajos más valiosos
es de Dora Pérez de Zárate: La saga panameña, un
tema inquietante. Aquí la doctora Zárate logra compilar una muestra muy
representativa suministrada por los informantes sobre personajes sobrenaturales
(como la Tepesa, por ejemplo) que ella prefiere enmarcarlos bajo el concepto de
“saga” y no “mito”, dado que para la doctora Zárate la “saga” pertenece a un
sector más abarcador que incluye las creencias. En este sentido tiene razón ya
que muchas de esas “creencias” no sólo devienen en mito, sino en leyendas y
cuentos que son estructuras algo más complejas.
De
la interpretación, valoración, conocimiento y respeto que tengamos de los mitos
depende el aprecio hacia nuestra identidad. Hay una necesidad religiosa de
crear los mitos; hay otra necesidad científica de interpretar los mitos y hay
una necesidad cultural de practicar el ritual del mito; pero nosotros nos
atreveríamos a nombrar una cuarta: la necesidad de aceptar el mito como una
realidad que nos ayuda a sensibilizarnos y trascender en lo que nosotros
pensamos es la verdadera realidad. Aquí el papel de los narradores de historias
juega un papel muy importante, porque nosotros conectamos la realidad del mito
con la realidad social.
Quiero
citar otra vez a Michele Craveri: “El
mito y el símbolo pertenecen a la sustancia de la vida espiritual de todas las
culturas y forman modelos de comprensión y de comunicación de las incógnitas de
la vida humana”. La narración oral nos permite tener una imagen de nuestros
códigos sustanciales y de esos modelos de
comprensión. Pero tenemos que re-mirar y re-pensar el valor social de un
cuenta-cuentos. Necesitamos re-construir la imagen ideal de lo que es un
cuenta-cuentos. Y creo que esa imagen se construye a partir de una experiencia
con el símbolo y el mito.
Es por eso en que
insistimos en el valor social de la palabra desde la oralidad. Cuando nos
referimos a la noción social de la palabra, aludimos al acto de recuperación y
posicionamiento de la cultura a través de la palabra oral y escrita; ese acto
antropológico, filosófico y poético que tiene lugar de manera implícita en los procesos
sociales; la importancia que tiene en la construcción de subjetividades el
simple hecho de conversar y relatarnos historias; el rol social de los cuentos,
mitos y leyendas como depositarios de la memoria y la identidad es insuperable.
El acto de conversación entre las personas ayuda a repensar su realidad y a
hablar de sus problemas. En varias ocasiones, después de contar un cuento, se
me nos han acercado adultos para decirnos que el cuento “me recordó algo…”.
Con la narración oral rescatamos
la memoria colectiva y fortalecemos el imaginario y la creatividad. Y al
reforzar el imaginario despertamos la creatividad y dotamos de sentido de
pertenencia a las personas. Con la narración oral sensibilizamos, de manera
integral, una serie de conexiones éticas y cívicas que crean empatías. La gente
se identifica con las historias y se reconocen.
Somos convencidos de que con los cuentos se puede educar en la
construcción ciudadana sin la necesidad de hacer de los cuentos una experiencia
religiosa o moralizante. Hemos aprendido a contar cuentos que nos permiten luego
trabajar sobre temas complejos como la política, las sexualidades, el cuerpo,
el liderazgo, el trabajo en equipo, la otredad; o temas escabrosos o
inquietantes como el divorcio, la muerte, el bullyng, la homofobia, las
discapacidades, la obesidad, las adicciones, los conflictos y muchas otras
nociones y conceptos que son muchas veces un tabú en nuestras instituciones.
Con la narración oral
podemos trazar ejes transversales con distintas disciplinas que nos pueden
ayudar a recuperar los anclajes cívicos y darle valor
real a los valores que hoy día ha perdido sentido. Educar con los cuentos es
posible para construir una nueva ecología humana diseñada para compartir
saberes. Volver a conversar y contarnos historias puede ayudar a que los
espacios de integración que están menoscabados como la familia, la escuela, el
barrio, recuperen su valor social. Pero para eso tenemos que abrirle espacio a
la narración oral y darle un lugar en los procesos culturales.
Carecemos de festivales, congresos y encuentros para la oralidad. No hay
espacios ni colecciones para la investigación. Carecemos de un Centro de Estudios Folklóricos o de un Centro de Estudios de Investigaciones y
Estudios Culturales. Sería de gran utilidad un Revista de Tradiciones Panameñas, para dotar de acervo literario a
nuestros docentes. Apelamos a que el Ministerio de Educación incluya en el currículo escolar la lectura de algunos de los textos que citamos en este trabajo. Los informantes únicos y más valiosos, que son la memoria
viva de los pueblos, nuestros ancianos,
se están muriendo y no se registran sus conocimientos pese a las facilidades de
la tecnología. Cuenteros, curanderos, repentistas, talladores, pujadores entre
otros maestros de nuestro patrimonio inmaterial, desaparecen. No sólo cuentos,
mitos y leyendas, también recetas, ceremonias, rituales, canciones, adivinanzas,
refranes, rondas, dichos, casos, anécdotas, son parte del rico patrimonio cultural de
nuestra memoria e identidad y es menester rescatarlos. De lo contrario, la
soledad, el ruido y el silencio tomarán su lugar.
Sala de uso múltiple,
Patronato Panamá Viejo, 22 de octubre de 2014.
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