martes, 15 de octubre de 2013

El Instituto Nacional: En busca del compromiso y la creatividad.

Por Carlos Fong

  El  7 de octubre de 2013 quedará enmarcado en la historia. Ese lunes, la policía nacional intervino (elijo la palabra con cautela, porque la “intervención” también tiene contexto positivo), el plantel del Instituto Nacional para reprimir a estudiantes panameños. Este centro educativo guarda una profunda relación con la nacionalidad panameña; su historia de luchas nacionalistas está fraguada por grandes intelectuales. La ocupación policial se dio por primera vez en la historia del Instituto Nacional. Las autoridades defendieron la acción alegando que había hordas pandilleras en el plantel.

Dos días después, se daba a conocer en la Gaceta número 27391-A, el Decreto Ejecutivo 990 de 9 de octubre de 2013, que firmaba el Presidente de la República, Ricardo Martinelli y la Ministra de Educación, Lucy Molinar, por el cual se creaba la Dirección Nacional de Seguridad Institucional en el Ministerio de Educación (MEDUCA),  la cual especificaba la alianza, desde el MEDUCA, en coordinación con la Policía Nacional, el Servicio Nacional Aeronaval (SENAN), el Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) y el Servicio de Protección Institucional (SPI) o Guardia Presidencial; al mismo tiempo controlarían los sistemas de vídeo de vigilancia; además se implementarían programas integrales de vigilancia y seguridad, así como organizar inspectores y agentes de seguridad.
Foto de Mauricio Valenzuela de La Estrella de Panamá
El lunes 14 de octubre la Ministra de Educación anuncia la derogación del Decreto, reiterando que se había creado para frenar el pandillerismo que se estaba dando en el Instituto Nacional. Queremos hacer una reflexión sobre el tema. 

Si hacemos una lectura profunda del hecho, confirmaremos la decadencia institucional en el país; además, descubriremos que no es puramente política, también es por falta de creatividad. La política, ese espacio para el encuentro, para la discusión y la resolución de conflictos, está en crisis en nuestras instituciones. La creatividad, ese don dado al hombre para ordenar el caos, no es reconocida ni practicada por las autoridades. Es por eso que se toman decisiones arbitrarias donde el poder viola los derechos ciudadanos. El poder debe fundarse en el derecho para no ser arbitrario. Si el poder no respeta el derecho propicia el desorden.

Es probable que los estudiantes de nuestro tiempo sean menos cívicos, morales y nobles comparados a los del pasado. Parecen más intolerantes,  indiferentes y sin compromiso con el pasado. Viven a la orilla de un río, donde como Narciso contemplan su reflejo. Sin darse cuenta, desperdician su egocentrismo, fuente de posible creación para construir un mundo con sentido, aunque sea para ellos. El compromiso, no es una palabra que parece preocuparles demasiado.

Pero esta visión hostil de la juventud es un indicador de que nuestros tiempos no están bien. Las tensiones y rivalidades sociales también afectan a la juventud.  Ellos no tienen una capa de acero que los proteja. De hecho, son los más vulnerables a los conflictos. Los jóvenes viven en un presente empobrecido, sin referentes políticos saludables, sometidos a valores autoritarios heredados por los adultos;  son insensibles porque están siendo educados en un falso relativismo con máscara de tolerancia.  Sin comprensión del pasado, porque ese pasado se lo han negado.

Los jóvenes también son, misteriosamente, virtuosos y creativos. Esta virtud se distingue en la resistencia que oponen. No es la falta de creatividad lo que hace que se inclinen a la violencia, es la falta de libertad. Al eliminar las asociaciones juveniles se eliminaron las posibilidades de que los jóvenes hicieran política de manera cívica y creativa para organizarse y aportar ideas como sujetos de derecho en la nueva democracia. Las asociaciones juveniles olían al Che, a Martí y Bolívar; eso representaba un peligro para el nuevo orden.

Hace mucho tiempo Federico Nietzsche nos advirtió que el hombre moderno estaba perdiendo la capacidad de valorar. Cuando algo tiene valor es porque tenemos la voluntad de estimarlo. El nihilismo, incluso, debería servir como una herramienta potencial de creatividad para valorar y asumir el compromiso cívico con lo que realmente importa. El compromiso es necesario para que algo adquiera valor. Dice Allan Bloom: “El compromiso valoriza los valores y los hace valiosos”. Y añade. “Las personas profundamente comprometidas con los valores, son personas admiradas. Su creencia intensa, su preocupación, el hecho de creer en algo, es la prueba de su autonomía, libertad y creatividad”.

Ahora hago la pregunta hacia arriba: ¿Cuál es el compromiso cívico de las autoridades con la educación y los valores democráticos cuando piensan que es con la intervención militar y policial que resolverán los problemas?  ¿Hay una prueba más grande de la falta de creatividad que esta?
Analicemos por encima lo que pretendía el Decreto. Para empezar se creaba una Dirección Nacional de Seguridad Institucional para frenar el pandillerismo. Estoy seguro que la realidad fuera otra si se hubiera creado en su lugar la Dirección Nacional de Integración Institucional, la cual en vez de convocar a los aliados de la “fuerzas armadas”,  hubiera convocado a instituciones aliadas como el INAC (el sector cultura es importante y siempre queda por fuera), el Mides, la Anam, las universidades, incluso a la iglesia y asociaciones cívicas y ONGs (como la Cruz Roja, por ejemplo), de manera que, en vez de un “programa integral de vigilancia y seguridad”, que era lo que pensaban hacer, se creara un Programa Interdisciplinario de Animación Sociocultural Juvenil para la Paz, por ponerle un título, el cual podría, al mismo tiempo, implementarse en todos los centros educativos para que los jóvenes aprendan a construir ciudadanía, a ser creativos, a valorar el compromiso cívico, las ideas, a tomar decisiones, y hacer política para proponer proyectos desde su condición juvenil. Pero todo esto es pedir demasiado.

 En su novela, Manosanta,  Rafael Ruiloba simboliza la lucha entre el bien y el mal, entre Dios y el Diablo, con una pelea de gallos. Vemos que Nietzsche tenía razón en otra cosa: los valores sólo pueden ser afirmados o establecidos venciendo a otros valores. Es la lucha entre el bien y el mal. Una educación, ya no autoritaria, si no militarizada fue un intento del poder para imponer sus valores sobre los sujetos y el derecho. Simbólicamente, nos quisieron dar en el corazón del ser panameño violentando una institución simbólica: la muerte de la identidad, la muerte de la soberanía, la muerte de la verdad. La ecología de la diversidad de la cultura humana es nuestro referente de valor, totalmente opuesto, basado en las ideas, la verdad y la creatividad. Lo que pasó en el Instituto Nacional no puede olvidarse. La pelea de gallos, aún no termina.

El autor es escritor, promotor de lectura y animador sociocultural...a veces,  cuentero.

domingo, 6 de octubre de 2013

La política cultural: sin ella sobrevivo y con ella, también.


Por Carlos Fong

¿Cuál es su proyecto, desde una propuesta de cultura, para ayudar a consolidar la Nación?  Es la pregunta que me gustaría hacerle a cada uno de los candidatos a Presidencia y Alcaldía en el actual tinglado político, si tuviera la oportunidad de tenerlos al frente. Estoy claro en que para la mayoría son más importantes temas como la canasta básica,  la pobreza,  la seguridad,  la salud,  la educación,  el transporte, la vivienda, el agro, entre otros. “La cultura -afirmarían los más temarios-, no sirve para nada; sin ella sobrevivo y con ella, también”. “No necesitamos invertir en cultura, eso no se come, no te resuelve”; dirían los menos cínicos.


Seré más temerario y atrevido todavía con lo que voy a certificar con mi nombre y apellido en este artículo: Cualquier político, del partido que sea, que no tenga una propuesta coherente y sólida de política cultural es para mí concepto un verdugo, un farsante y un mediocre. Un verdugo que lleva al pueblo a una enorme guillotina donde lo despojará de su espíritu creativo; un embustero que con caramelos busca el voto fácil y un mediocre incapaz de reconocer en la dinámica de la cultura el potencial creativo de ésta para resolver conflictos y construir ciudadanía, para posibilitar consensos y articulaciones, para generar proyectos democráticos y desarrollo económico. La cultura, como componente de la estructura del poder socio-político, en la configuración de redes de relaciones sociales, debe ser entendida como algo que va más allá de las categorías estéticas, es decir, algo adicional a las mal llamadas bellas artes.

Nuestra voluntad de criticar y actuar, nuestra postura hacia los problemas sociales, la visión o concepto que tenemos del mundo y sus conflictos, la manera en que tratamos al otro, el compromiso y responsabilidad con el entorno, la tolerancia en la diversidad de razas, sexualidades, sensibilidades religiosas e ideológicas, nuestra capacidad de resolver conflictos, el sentido de pertenencia, el mapa biológico, las ciencias, la educación y los valores éticos, la forma en que tomamos decisiones, incluso, los modos de hacer política, están supeditados por la cultura. Existe una necesidad urgente, y es que desde la cultura circunscrita, es decir, las decisiones que salen de las instituciones de poder, el Estado necesita repensar la palabra Cultura.

Durante mucho tiempo ha despuntado en nuestro país el concepto de que la cultura es puro entretenimiento para canalizar el ocio del ciudadano. Impera una percepción de la cultura como espectáculo, de fuegos artificiales, de globos inflados y caritas pintadas. Cuando los políticos presentan sus propuestas culturales siempre hablan de llevar las “bellas artes”  a todo el país, como si la cultura fuera una exposición itinerante, una carpa de circo o una tarima móvil que se mueve al antojo, o se centran en lo que ellos consideran vernacular, el folclor de Azuero, por ejemplo, y con poca o ninguna creatividad se acuerdan de los sectores indígenas o afro-descendientes, de los movimientos urbanos alternativos o emergentes y las identidades juveniles.


Arriba mencioné algunos aspectos de cómo opera la cultura; voy a citar dos a manera de ejemplo: el sentido de pertenencia y la capacidad para resolver conflictos. Antes necesito citar unas palabras de Michael Parenti de su libro La batalla de la cultura, donde nos recuerda a Edmund Burke que veía en la cultura un vínculo imponderable de consenso que mantiene unida a la sociedad. Sin embargo, reflexiona Parenti, la cultura, además de ser un campo de consenso también lo es de conflicto. Veamos los ejemplos.

Cuando trabajo con los niños o los jóvenes y les pregunto qué piensan de por qué la gente tira la basura en la calle, las respuestas son interesantes. Las nociones de país, patria, hogar, familia en los chicos se fortalecen cuando hablamos del tema. ¿Por qué la gente ensucia las paradas de los buses? “Porque no son de ellos”. Empezamos a trabajar el sentido de pertenencia con los chicos y cuando ellos logran entender que el país entero es como una casa grande, asumen que si ensucias la calle, la parada o la escuela estás ensuciando tu casa y eso no es amor a la familia; si ensucias tu casa no amas a tu familia. Confrontar ideas genera conflictos, pero a su vez las discusiones plantean respuestas.  En Panamá el sentido de pertenecía está muy herido, maltrecho, en crisis. La carencia de políticas de desarrollo cultural articuladas impide curarnos de este horrible hábito de ensuciar. El problema se lo han dejado a la Autoridad de Aseo sin consultar a otros sectores como Salud, Educación y Cultura, por decir tres.

Recientemente fuimos testigos por los medios del conflicto territorial entre indígenas gunas de Madungandí y los llamados colonos. Las autoridades resolvieron destruir las casas de los colonos quienes fueron expulsados y ahora no tienen dónde vivir. El viernes 4 de octubre Catherine Potvin y Jorge Ventoncilla, miembros de la Cátedra Unesco Foro y Observatorio de Sostenibilidad, proponían en un artículo, publicado en La Prensa, una posible solución al conflicto desde un Consejo Consultivo que ya tenía referentes positivos. La idea era que en este Consejo las partes en conflictos debían sentarse para reflexionar y analizar, como ciudadanos que se saben parte de un país, la posibilidad de hallar una solución al conflicto. Al compartir sus historias, sus culturas, sus problemas había una esperanza de construir juntos. ¿Difícil? Sí. Nadie ha dicho que no, pero la violencia y la intolerancia ganaron y ya conocemos los resultados. Esto demuestra la falta de políticas socioculturales para resolver conflictos dentro del protocolo de las autoridades.


La cultura, como herramienta sociocultural, puede ayudar a mejorar la calidad de vida de las personas. Lo que hace falta es una política de desarrollo cultural integral que considere la diversidad de posibilidades creativas para ayudar a encontrar soluciones a la problematización del ser panameño en todas sus esferas. La salud y el deporte, la inseguridad y la violencia, incluso el transporte, pueden mejorar con propuestas creativas desde la cultura. Hace poco veíamos que en otros países hay bibliotecas en los metros para aliviar el estrés de los usuarios; en Colombia hay una biblioteca en un estadio de fútbol.

En Panamá las alcantarillas seguirán desbordándose mientras tirar la basura sea un hábito del panameño; la violencia juvenil en los barrios, en las calles y hasta en las comunidades indígenas y campesinas se incrementará; las mujeres seguirán siendo asesinadas sin importar Ley alguna; el racismo y los prejuicios continuarán avanzando como una plaga; la intolerancia, la corrupción, la insensibilidad reinarán. Porque la cultura, que se manifiesta en la conducta de las personas, en sus conflictos sociales, de género, de identidades, de ideas, de razas; en la ética, la ciencia, la política y la salud no está siendo considerada en la agenda del Estado. No es una prioridad, no es vital, ni importa para nada. En lo que a mí concierne, los candidatos en esta contienda que no tengan una política cultural o un plan de desarrollo cultural coherente, no merecen el voto.


El autor es escritor, animador sociocultural y promotor de lectura.

A los 20 años de Redplanes

La Red Iberoamericana de Responsables de Políticas y Planes de Lectura - Redplanes, cumplió 20 años. Redplanes es una red conformada por los...